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domingo, 1 de agosto de 2021

EL OMBÚ

 En un perao, en la grieta

como gigante que atisba,

luciendo su hojarasca inquieta

extiende la sombra oscura,

como abrazando negrura

entre la piedra y el pasto,

pero abrigando ternura

en el nido del jilguero

que canta todo dulzura

abrigando a su polluelo.

 

Del gaucho fue un buen abrigo,

del jilguero su hogar

del pago la referencia

y de la loma el altar,

porque tan solo se yergue

que invita para el orar

y como Dios desde el cielo

él pastorea en su lar.

 

Eterno en su universo

el ombú mira pasar

horas, días y años

que no lo superarán,

aferrado en su grieta

desafía el vendaval

y mira victorioso

la tormenta que se vá,

sabiendo su fortaleza

y que siempre él vencerá.

 

Lo conocí de muchacho,

abrigó mi trajinar,

hoy, luego de tantos años,

lozano,  lo veo brillar

luciendo sus verdes hojas

reverberando la luz solar,

vibrando a la suave brisa

como en ternura temblar,

abrigando un viejo amigo

que por mucho no vio pasar.

 

Con amor canta el jilguero

seguro en su firme hogar

y el ombú siempre abriga

con amor, con lealtad,

a quien su sombra busca,

para descansar su andar

y con firmeza en la grieta

altanero en su atalaya

ve al mundo pasar.



lunes, 21 de diciembre de 2020

PEREIRA

 El farol de queroseno con su tambaleante llama, emitía una pobre luz, que apenas ahuyentaba las tinieblas del pequeño cubículo, donde los cuatro hombres, parecían palpar las mugrientas cartas, mientras se cruzaban señas casi imperceptibles, sumando tantos y cábalas.
Aurelio Goró Pargas, tras dar una larga chupada a su grueso cigarro de chalas y exhalar lentamente una larga columna de humo, que flotando se agregaba a la espesa masa, que como lánguidas nubes se cernía sobre sus cabezas, haciendo columpiar voluptuosamente las telarañas que colgaban del techo de paja, rompió el denso silencio, como retomando una conversación pendiente.
-Sí... esta noche, es casi seguro que vuelve... viernes... luna llena... Hoy lo vi, estaba con la escardilla removiendo unas plantas y se me quedó mirando, como en un anuncio, presagiando... Apenas me dijo: “buenas”. El sabe que yo sé... y creo que me la tiene jurada.
-Déjese de esas cosas don Aurelio. Fue la respuesta de Vicente Rodrigo, el hombre que se sentaba a su derecha. –Eso no existe, son bobadas, mire que todas las madrugadas hago este tramo, de casa al matadero y nunca vi nada. Como me va a convencer que el pobre viejo Pereira, pueda ser una cosa así... ¡bah!... sí, ¡bobadas!!!
La flor que cantara Santiago Martín, y el festejo consiguiente, cortó de un tajo el diálogo y enseguida el conteo y trasiego de granos, por los tantos de aquella mano, parecieron distender en algo la atmósfera.
Siguieron algunas manos, sin más palabras que las clásicas del juego, con alguna que otra glosa acompañando el “canto” de una flor y cuando el asunto parecía superado, la voz profunda de Aurelio se dejó escuchar nuevamente:
-Ustedes saben que mis perros son garantidos, el Tarzán y el Tigre... fieros y cuando agarran no sueltan más. Por las dudas, esta noche voy a estar preparado y a eso de las once nos vamos a las toscas, en el zanjón frente a casa, a esperarlo.
-Bueno, recién son las ocho... Dijo don Birriel, el cuarto hombre. -Da para un par de vueltas más.
Entre tanto, doña Juana, la vecina, extendía sobre el pasto del fondo unas sábanas recién jabonadas, para blanquearlas con el sereno de la noche, mientras charlaba de los gurises, con doña Celeste, la esposa de Aurelio.
Terminó el truco y los tres vecinos salieron con distintos rumbos, mientras que Aurelio, el dueño de casa, se fue al galpón de las herramientas y con una hachuela cortó una rama de algo más de un metro y medio de largo, robusta y pesada, pero que en su mano de leñador, parecía una simple vara y la dejó recostada en el portón de entrada.
Cerró la noche y por encima de las toscas del zanjón de enfrente, se asomó el disco enorme de la luna llena.
A poco, silencio, monótono canto de grillos, sueño... En todo el lugar, solo se escuchaban los apagados sonidos de la noche.
Pero al rato, el caos. Despertaron todos, sobresaltados, sudorosos, aterrados. Ladridos, golpes, gritos, gruñidos y una visión reducida por la estrechez de una rendija, solo dibujaba siluetas, sombras, revoltijos de bultos y se colaba fetidez...
Las sábanas no blanquearon, eran una masa de barro, pelos y sangre, en lugar de albura.
Ese día no se habló del tema. El terror vivido en la noche, sellaba los labios. Juana, simplemente arrolló las sábanas y las metió en el tacho de la basura.
Al día siguiente, se extendió la noticia de que don Pereira estaba muy enfermo, pero no vino el médico, ni siquiera doña Guillermina a hacerle algún pase o prepararle algún té de yuyos... El miércoles, fue el sepelio.




Este cuento está incluido en "Rescoldos", libro de pronta aparición

lunes, 9 de marzo de 2020

La Verdadera Historia de Regino Guálado. Ahora en Amazon

Felipe Gomez

A los amigo lectores, les recomiendo el libro " La Verdadera Historia de Regino Guálado " del escritor tacuaremboense Alfredo Yakes Carbonell, acá les dejo el link para comprarlo en formato ebook a quienes les interese y si lo prefieren en formato tradicional en papel también lo pueden encontrar. Lo recomiendo está muy bueno y a continuación les dejo una breve reseña.
Una profunda investigación devela la injusta distribución de la riqueza del planeta, donde un Sur subdesarrollado con inmensa potencialidad de recursos, se subordina a las multinacionales condenando a su población a la mediocridad y muchas veces a la hambruna, situando el conflicto real entre Norte y Sur y no entre Este y Oeste.
Considerando esa potencialidad en recursos y el futuro del agua y su importancia estratégica dada la ubicación de los principales reservorios, en esta obra se asientan las bases para un NUEVO SUR.
#Amazon

Como lo pueden apreciar, ya lo estamos ofreciendo por Amazon, disponible en formato e-book en todo el mundo.
Agradezco al amigo Felipe Gómez por su publicación en Facebook.

lunes, 1 de abril de 2019

La Verdadera Historia de REGINO GUÁLADO

Acaba de salir la edición impresa de "La Verdadera Historia de REGINO GUÁLADO  y ya se encuentra en las principales librerías de Uruguay.
Si no lo encuentras puedes comunicarte con nosotros que gustosamente concretaremos la forma de envío.
Esta novela ya había sido publicada en este blog, pero ahora tienen la oportunidad de leerla en forma de libro con las correcciones que una versión de esta índole requería.
Las formas de contacto la encontrarán en nuestro perfil.

miércoles, 20 de febrero de 2019

El Jaguapytá, un gato de monte


La vía del ferrocarril, luego de internarse por la oquedad obscura del túnel, inicia una suave curva hasta la vieja estación para internarse nuevamente en el chaparral, entre cerros y abruptos barrancos, alejándose del pequeño poblado.

Aquella mañana de persistente niebla, luego de una breve parada, para bajar un solo pasajero y algunos bultos, entre la humareda de su chimenea y el vapor de su caldera, con un cansino resoplido y la estridencia de su pitido, parte nuevamente la vieja locomotora arrastrando su larga ringlera de vagones.

Pero en el andén no quedaba el único pasajero y los bultos descargados, sino que también, en uno de los viejos bancos, se encontraba un hombre profundamente dormido, o así lo parecía.

El  único funcionario de la estación, ya lo había visto, pero decidió dejarlo descansar, quizá fuera un viajero cansado que esperaba el tren.

Su sorpresa fue mayúscula cuando ve que se alejaba el tren y el supuesto viajero seguía dormido en el banco y decidió despertarlo.

Al primer intento percibió algo raro, un pequeño charco rojo se destacaba debajo del banco y el hombre permaneció inmóvil, impasible. El horror se dibujó en la cara del trabajador, aquel hombre estaba muerto.

No había transcurrido ni veinte minutos, cuando ya estaban en la estación el encargado del puesto policial, su único asistente y el Juez de Paz del pueblo, los tres totalmente desorientados no sabiendo que hacer.  Era evidente que se trataba de una muerte violenta y sus magros conocimientos no los capacitaban para investigar las causas.

Un llamado a la Jefatura de Policía Departamental realizado por el encargado del puesto, luego de comunicarse con el Comisario de Paso del Cerro y uno al Juzgado Letrado de parte del Juez de Paz, dieron inicio a una compleja investigación, que mantuvo perplejos a los tranquilos pueblerinos, por las derivaciones que se sucedieron a partir de aquel triste descubrimiento.

Al cabo de una hora, Juez Letrado, Médico Forense y un equipo de investigación de la Jefatura de Policía llegaban al lugar iniciando los primeros relevamientos de posibles pruebas, que no fueron más que algunas fotos del occiso, la mancha roja en el piso y poco más. No encontraron identificación,  documento de ninguna clase, ni dinero… nada. El hombre era al momento totalmente desconocido.

El médico forense, realizó un reconocimiento primario del cuerpo, encontrando únicamente un enorme rasgón en el pecho, que a simple vista se veía profundo, pues dejaba descarnado parte del esternón y un par de costillas rotas. Indudablemente había producido un gran sangrado y consecuentemente una anemia aguda que lo llevó a la muerte. Pero la gruesa campera que llevaba puesta no podía haber absorbido toda la sangre, lo que dejaba planteada la duda sobre el lugar en que se realizara el ataque, quedaba claro que el cuerpo había sido llevado a la estación ya muerto y el pequeño charco había sido producido por algunos pocos restos de sangre.

Restaba un relevamiento circundante a la estación y alguna parte de la vía por si aparecía alguna evidencia que ayudara a la investigación.

Nada, todo el entorno normal. Aquel revuelo de gentes extrañas, solo motivó que poco a poco se fueran juntando en los alrededores la mayoría de los pobladores, posibilitando a los investigadores realizar algunas preguntas pertinentes por si alguien pudiera ofrecer algún dato que les orientara.

Todo inútil, solo la afirmación de un lugareño un tanto desarrapado, que solo motivó la risa de varios vecinos, pero que en algún investigador prendió en el subconsciente.

Sin identificación del occiso, sin pistas, todo un enigma imposible de resolver, el Jefe de la Policía Departamental no dudó en pedir ayuda a la Capital.

Por la media mañana del día siguiente arribaba  Oscar y su ayudante Leal, en el viejo Peugeot de la Central que siempre estaba pronto para algún viaje imprevisto a la campaña.

El informe forense era preciso en cuanto a la hora probable de la muerte, producto de anemia aguda por sangrado en herida desgarrante en tórax, pero no era muy preciso en el tipo de arma u objeto que produjera tal herida. Se desprendía del informe que no se trataba de arma blanca sino de un objeto con punta muy filosa, el resto dentado y no recto, quizá curvo, pues parte del desgarro, en la parte más baja, se producía de adentro hacia afuera, evidenciado por el “desgarro en interior de quinta costilla izquierda a siete milímetros de la escotadura costal”.  Se constata  “seccionado ventrículo derecho y aorta descendente”, finalmente “en pulmón izquierdo a la altura del bronquio terciario, con sesión de éste, desgarro en lóbulo inferior”. En la parte superior del desgarro se podía apreciar la potencia del ataque pues las “tercera y cuarta costillas estaban seccionadas” totalmente, pero “no en forma limpia sino que las esquirlas y bordes interiores se veían fracturados” constatándose que “el arma se introdujo por esa zona”.  No se constatan otras lesiones ni hematomas en el resto del cuerpo.

Luego de analizado el informe forense, Oscar se dedicó unos minutos para analizar las prendas que vestía el occiso, en procura de pistas que le indicaran algo sobre la identidad y motivo por los que se encontraba en la zona. No eran prendas corrientes, un pantalón vaquero de marca, camisa de calidad, zapatos deportivos también de marca y la campera de gabardina con varios bolsillos con cierres de cremallera y broches y forro desmontable de gruesa tela de lana, también de buen precio, lo mismo podía decirse del bóxer, no eran normales en aquellos parajes. Era un hombre de ciudad y quizá de buenos recursos económicos, pero nada que lo identificara o diera pistas para hacerlo, restaba esperar el informe sobre las huellas dactilares y ADN.

En el sector de Investigaciones de la Jefatura Departamental, en un pequeño y bastante obscuro despacho, donde una sucia lamparilla de 40 watts trataba de ahuyentar las sombras, Oscar inicia su investigación reunido con todos los oficiales que concurrieron al lugar donde encontraron al occiso. Cotejó fotografías del entorno y valoró las apreciaciones de los distintos investigadores, pero obteniendo muy pocas cosas que aparentaran algún avance. Cuando un agente comentó lo dicho por un lugareño que causó la hilaridad del resto de los pueblerinos, Oscar se mostró interesado y pidió que se lo repitieran. No parecía tener mucho sentido aquello de que “el jaguapytá anda de vuelta”, pero por la tarde cuando fueran hasta el poblado, trataría de ubicar al que lo dijo y ahondar en esas expresiones, pues no se podía dejar ninguna pista sin investigar.

Terminado el almuerzo en el restaurante cercano a la Jefatura, sin más trámites, Oscar y Leal se hicieron a la ruta para visitar el poblado de los hechos y continuar la investigación. Lo del jaguapytá había intrigado sobremanera al Inspector, por lo que trató de averiguar primero con el mismo en cargado del puesto policial y su ayudante.

Resulta que hacía algunos años había ocurrido una muerte que nunca pudo aclararse. Un pobre desgraciado terminó su vida con tremendas laceraciones en varias partes de su cuerpo, habiendo sido imposible determinar qué fue lo que le causó las mismas y algunos pueblerinos le adjudicaron al ataque de un jaguapytá, nombre con que se conoce una especie de puma que habitara estas regiones, sosteniendo muchos que quedan algunos ejemplares en los tupidos montes vírgenes de aquellas serranías, y evidentemente el hombre que lo mencionó el día anterior, poco considerado por sus vecinos por unas supuestas alteraciones psíquicas, en algún desvarío pensó que podía haber sido el ataque de algún puma.  Estas las conclusiones del oficial, coincidentes con su ayudante.

El Inspector escuchó atentamente las explicaciones de sus colegas, pero como hasta ese momento no había sido posible determinar con qué objeto fue herido el hombre de la estación, no descartó ninguna posible pista.

De todas formas, iniciaría una excursión por el pueblo y sus alrededores, para reconocer el terreno en general y a la vez tratar de encontrar algo que le orientara en su investigación. Recorrió la vía observando matorrales, arbustos, piedras y pastizales; para entrar al túnel tuvo que iluminarse con una potente linterna, que pareció despertar de su letargo diario a varios murciélagos que en locos aleteos cambiaban de escondrijos; más que las manchas obscuras de aceite o gasoil de las pérdidas de los trenes, nada; ya fuera de aquella lóbrega oquedad, con alguna dificultad ascendió por el inclinado terraplén hasta la cima del cerro para volver por fuera del túnel a campo traviesa. Aparte de algunas ovejas y un par de vacunos, que pastaban entre los arbustos espinosos, algunas madrigueras, posiblemente de algunos apereás o tucutucos, unos zarzales. Todo incambiado hasta llegar al camino que casi paralelo a la vía descendía por la ladera, para inclinarse en cerrada curva atravesándola en paso a nivel.

Por aquel camino Oscar regresó al poblado, observando todo minuciosamente. Muy cerca del pueblo, a pocos metros de un local de ferias ganaderas, despertó su curiosidad un papel que quizá el viento había llevado hasta el pie de un poste. Era una boleta de pedido del algún comercio importante, aunque la parte superior donde estarían nombre o alguna identificación estaba amputado, pero por su tamaño, formato y contenido impreso no dejaba dudas. Lo extraño era el uso que se le había dado, pues con la susodicha boleta de pedido, era evidente que alguien, había tratado de limpiarse las manos empapadas en sangre.

Cuidadosamente, con unas pinzas la introdujo en un sobre de recolección de pruebas.

Con aquel hallazgo y considerando la ubicación y la dirección del viento, dedujo que había sido derivado hasta allí, desde los campos linderos al local de remates. Traspasar el alambrado y dirigirse a aquellos campos fue una reacción casi automática del inspector.

Un breve recorrido hasta llegar a una zona de zarzales, imposible de atravesarla, con el calzado y ropas que vestía, le obligó a desistir, pero de todas formas estuvo hurgando por los contornos, sin mayores resultados, pero que le permitió divisar a unas pocas cuadras un campo de cultivos de maíz que se extendía hasta lo que parecía un monte tupido que discurría por un sinuoso valle al pie de la serranía. Desde su ubicación no divisaba caminos posibles y por lo avanzado de la tarde no ameritaba una aventura en solitario por aquellos parajes, por lo que dejaría para la mañana siguiente, mejor pertrechado y con la compañía de Leal, visitar algunas partes del monte.

Leal, por entonces, con la ayuda del encargado del puesto policial, había contratado alojamiento en la pequeña fonda aneja al principal comercio del pueblo, surgida de la transformación de un depósito sin actividad, en seis habitaciones; cocina, comedor y cuatro dormitorios.  Uno de ellos con baño privado, fue el elegido por Leal, pues los otros compartían un solo  baño. Era amplio y lucía limpio y ordenado, dos camas muy confortables, un guardarropa, una mesa, dos sillas y un amplio sillón tapizado en cuero marrón componían el mobiliario.

Por aquel día no había mucho que hacer, ordenar algunos papeles y analizar nuevamente el expediente que aún no contaba más que con unas pocas hojas con los informes primarios de los investigadores locales y el del forense. Cuando agregaba la constancia del hallazgo del papel sucio de sangre que sería enviado al día siguiente para el análisis correspondiente, se percata de un elemento que podría llevar a la identificación del occiso. En la boleta de pedido figuraba el “pie de imprenta” y el número de impresión. El número de RUT (el registro en Impositiva) indicaba que era una imprenta de Montevideo, por lo que Oscar en un breve llamado a la Central solicitó se averiguara a que empresa correspondía y cuál  la razón por la que habría llegado a aquel lugar. Por la hora, lógicamente las averiguaciones se realizarían a primera hora del día siguiente y quizá para el mediodía tendría los resultados.

Tarde en aquel poblado con luz únicamente en los interiores de sus casas y alguna que otra lamparilla en una pequeña plazuela cubierta de yuyos, no dejaba más posibilidad que cenar lo que hubiera en la pensión y a dormir. La cena abundante, un puchero bien de campaña, con mucha carne vacuna, choclo, zapallo, boniato, zanahoria y otras hortalizas, todo bien condimentado, verdaderamente apetecible, y como postre una compota de manzanas con ramitas de canela y clavos de olor. Opípara cena como le gusta a Oscar.

Temprano, el despertar con el canto de los gallos, el gorjeo de los pájaros, el mugir de alguna vaca y el ladrido de varios perros, a Oscar y Leal los llevó nuevamente a la realidad de su paseo campestre.

Desayunaron, como la cena, bien de campaña, abundantemente, con café con leche, pan casero, manteca casera y un tazón de mermelada de duraznos también casera. La verdad que Oscar se complacía con la atención que estaban recibiendo y si no fuera por el trabajo hasta pensaría en unas vacaciones sin tráfico, sin bocinas, sin papeles, sin delincuentes, en la paz de aquellas sierras.

Pero había una realidad, un pobre hombre muerto del que no se sabía ni siquiera el nombre y su misión era desentrañar el misterio de su final.

La excursión programada, ya estaba en curso, habían bordeado por un sendero abierto entre la maleza hasta llegar al borde de la plantación de maíz, que se separaba del zarzal por unos pocos hilos de alambre. Antes de vadearlo se dirigieron hacia una tupida arboleda que cubría prácticamente toda una pequeña construcción de adobe y techo de paja a dos aguas. El lateral de la vivienda se separada unos pocos metros del alambrado que terminaba en el camino que discurría más adelante. Casi pegado a la esquina que formaban los alambres al llegar al camino estaba el portón de entrada. El dueño de casa, al reconocer al inspector y su asistente, inmediatamente los invitó a pasar y se puso a sus órdenes para lo que pudiera ayudar.

El inspector en aquel momento, únicamente quería incursionar por el monte a los fondos de la granja, que según las informaciones que había recabado pertenecían a la estancia vecina que se extendía por unas cuantas hectáreas y que su dueño residía en la ciudad capital, por lo que agradecido declinó la invitación y coordinó para más tarde hablar sobre el suceso que investigaba. Primero quería hacer una recorrida por el monte y a la vuelta hablarían más extensamente.

Algunas instrucciones del lugareño de cómo acceder al monte y se pusieron en marcha por el sendero  que los llevaría al fondo de la granja y luego de sortear el alambrado, estarían a poco más de una cuadra de su destino.

Aún estaban lejos del final de la granja cuando su excursión fue abruptamente interrumpida por los desesperados gritos del ayudante del puesto policial que les reclamaba entre balbuceos y gestos inentendibles. Algo más calmado pudo comunicarle al inspector que había otro muerto desangrado igual que el que se investigaba.

Cuando llegó al puesto el revuelo era de un verdadero loquero, vecinos desesperados, mujeres llorosas, jóvenes asustados y el demente del pueblo en cuclillas, abrazado a sus  rodillas  repetía como   en una letanía: -el  jaguapytá que volvió y anda matando… el jaguapytá… es él y anda matando…

El cuerpo presentaba la espalda destrozada por tremendos desgarrones, a simple vista se veían tres, y por una de las bocas se veía el rosado de un pulmón partido.

Inmediatamente Leal dio cuenta a la Jefatura del hallazgo para que se pusieran en marcha los equipos correspondientes.

Estaba en un pequeño descampado, entre unos matorrales, a pocos metros  del camino que siguiera Oscar para bajar la ladera del cerro que cubría la vía por sobre el túnel, a unas cinco o seis cuadras del local de ferias donde encontrara la nota de pedido sucia de sangre.

El cuerpo no fue movido del lugar y el inspector dispuso que Leal y el ayudante del puesto policial extendieran una cinta que circundara el lugar en por lo menos veinte metros a la redonda y no permitieran el sobrepaso de la misma, a nadie sin su expresa autorización. La primera impresión de Oscar fue que aquellos desgarrones difícilmente fueran de un felino, como ya más de uno en el pueblo lo estaban comentando, quizá influidos por los dichos del pobre demente.

El oficial del puesto, con un profundo conocimiento de la zona y sus habitantes, seguro de que aquellas muertes no eran casuales ni eran producidas por ningún animal, le comentaba al inspector su incredulidad y desazón y su sentimiento de impotencia al no tener ninguna pista, mientras Oscar observaba minuciosamente todo el perímetro vallado por la cinta amarilla. Unos matorrales aplastados daban la pauta que hubo lucha entre el atacante y su víctima, a unos pocos metros iniciaba el rastro de sangre que terminaba en el tremendo charco que desde el cuerpo se extendía por casi un metro ladera abajo. Unos metros más arriba una pequeña pala de hierro y una varilla también de hierro terminada en un gancho de aguda punta, el pobre hombre fue sorprendido cuando intentaba cazar algún tatú, que Oscar confirmaría al encontrar a unos pocos metros entre las zarzas una bolsa con un robusto armadillo en su interior.

Según dedujo Oscar, el ataque se inició en el sendero al borde de los matorrales y el occiso intentó la huída atravesándolos casi hasta el borde, donde seguramente recibió el primer golpe, que lo hizo detener la carrera, resbalar en la grava suelta entre los pocos pastos del descampado y tambaleándose conseguir dar algunos pasos más, ya desangrándose, hasta que  sobrevino el ataque definitivo que le produjo la horrible muerte.

Los integrantes de la técnica, recién llegados, hicieron su trabajo, de relevamiento fotográfico del cuerpo y toda la zona, tomaron algunas medidas, levantaron unos trozos de tela enganchados en unos matorrales, una piedra y un trozo de madera con rastros de sangre, la pala y el gancho de hierro, la bolsa con el tatú, quedando todo numerado en el registro fotográfico; el médico forense confirmada la muerte, quedó a la espera de la disposición judicial para realizar la autopsia correspondiente.

Oscar seguía haciendo un relevamiento, casi un rastrillaje de toda la ladera de aquella serranía en búsqueda de algo que pudiera orientarle en la investigación, solo encontró una madriguera entre unas rocas, cerca de la pala y el gancho, con algunas piedras a su alrededor recién removidas. Aquello no era ningún ataque de un felino, aquello era la acción de un psicópata, un asesino serial. Urgía identificar los cuerpos e investigar si algo los podía relacionar y conducir a una  pista que les llevara al esclarecimiento de las muertes. Nada, ni huellas, ni señal alguna, que indicara por donde habían llegado a aquel lugar  el asesino y su víctima.

Luego de concluidas las diligencias en el lugar, el Juez ordenó el levantamiento del cuerpo y su traslado para realizar la autopsia.

Como el puesto policial estaba casi frente a la pensión en que se hospedaran Oscar y Leal y sus comodidades eran mínimas para realizar su trabajo el inspector resolvió establecer su centro de operaciones en su propio dormitorio. Consiguió con el dueño del establecimiento otra mesa y un par de sillas más y en poco más de una hora ya estaba analizando nuevamente los datos acumulados hasta el momento. En ese preciso instante recibió la comunicación directamente de la Central informándole que tenían los datos de la empresa dueña de la boleta de pedido y posiblemente la identidad del muerto. Un viajante de la empresa debía haber visitado un cliente en un pueblo cercano, Paso del Cerro, y desde hacía cuatro días no había comunicado ningún pedido, debiendo a esa fecha ya estar trabajando en la localidad de Tranqueras en el Departamento de Rivera, por lo que habían tratado de comunicarse telefónicamente con él sin resultados. Adjunto a la información venía una fotografía del viajante suministrada por su empresa. No quedaron dudas el muerto de la estación era el viajante.

Luego de varias comunicaciones telefónicas con la Central, Oscar fue reuniendo información sobre el viajante. Se trasladaba en una camioneta pic-up blanca de la marca Fiat, cuyo número de matrícula también fue informado, además de su equipaje personal portaba un portafolios con la documentación de la empresa, estados de cuentas de los clientes, facturas a cobrar, boletas de pedidos, recibos, quizá algo de dinero de alguna cobranza o algún cheque, pero de poco monto, pues al pasar por Tacuarembó había realizado un depósito por lo recibido en la gira hasta esa ciudad.

Pero ni la camioneta ni aquellos elementos habían sido encontrados, un enigma más que se sumaba a dos muertes.

El muerto de la ladera del cerro, fue identificado al poco rato, era un conocido del pueblo, vivía en una pequeña chacra a unos dos kilómetros del pueblo, con su mujer y varios hijos. Aparentemente ninguna relación con el viajante.  Desde que fuera despedido de una estancia, se había dedicado a la caza y era el proveedor de sus vecinos, tanto de mulitas, tatúes y algún carpincho, como algún pato, gallineta o pavita del monte.

Oscar no dudó en pedir refuerzos a la Jefatura Departamental, de por lo menos un investigador que le prestara ayuda en aquel asunto que parecía tan complicado. Si fuera posible alguien que conociera la campaña y  fundamentalmente aquella zona.

El comisario, que antecediera al actual en Paso del Cerro, hacía algo más de cuatro años que había sido trasladado y por su perspicacia y buen olfato en las investigaciones, formaba parte del equipo de homicidios. Él fue el designado por el Jefe para asistir a Oscar. Al día siguiente, temprano por la mañana, Gerardo Gómez, arribaba al pueblo en un viejo Land Rover, de doble tracción, para ponerse a la orden del Inspector. Si bien el transporte de Gerardo lucía una pintura descascarada y algunas abolladuras, su motor ronroneaba como un último modelo y en aquellas serranías demostraba su poder.

Lo primero que hizo Oscar, acompañado de Leal y el nuevo compañero, fue concretar la excursión al monte, truncada por la segunda muerte.

Era un monte achaparrado de difícil acceso pero con los conocimientos de Gerardo, pudieron explorarlo sin mayores problemas. Ya sobre el mediodía, regresaban por un atajo distinto al del ingreso, sin haber obtenido ningún progreso para la investigación, cuando se encuentran con lo que parecía rastros de un fogón de importantes dimensiones, medio cubierto por tierra, piedras y unas ramas. Debajo de lo que suponía un camuflaje, habían restos de una mochila, un trozo de cuero a medio quemar con una presilla prendida en la correspondiente hebilla, que debió pertenecer a una cartera o portafolios, unos papeles parcialmente quemados entre los que destacaba una libreta evidentemente de boletas de pedido iguales a la que encontrara el Inspector cerca del local de ferias, una billetera con documentos y dinero parcialmente consumida por el fuego, unos pantalones y otras prendas todo casi totalmente quemados. Habían encontrado las pertenencias del viajante y confirmado que en apariencia el asesinato no tuvo como móvil el robo y que la quema la hizo el asesino urgido por desaparecer de aquellos contornos.

Lo primero fue obtener registros fotográficos del sitio tal como lo encontraron, luego quitados los elementos que lo cubría, varias fotos de lo que quedara luego de la quema, para recién iniciar la ardua tarea de recolectar todos aquellos elementos medio quemados y colocarlos uno a uno con el máximo cuidado para no alterarlos en las bolsas de recoger pruebas. Todo aquello sería enviado esa misma tarde al laboratorio en la ciudad para su análisis.

De regreso al improvisado despacho en la fonda, el comisario seccional les tenía otra novedad, lo que quedaba de la camioneta del viajante, había sido localizado en un camino vecinal que unía Paso del Cerro con el Río Tacuarembó, por un cargador de una arenera, cuyos carros usaban ese camino para el transporte de arena. Estaba totalmente quemada y sumergida parcialmente en el río.

Las pertenencias del viajante y su camioneta fueron encontradas, pero a una distancia de unos cuarenta kilómetros unas de la otra. ¿Por qué? Una verdadera incógnita, otra más a aquel embrollo.

Fueron dos semanas completas de interrogatorios a los vecinos, viajes a la capital departamental, cantidad de análisis en el laboratorio policial y al final lo único unas huellas en la contratapa de la libreta de pedidos medio quemada, pero bien visible  por la mancha de sangre en un dedo pulgar y otros dos, aparentemente medio y anular. Ninguna coincidencia con las huellas de los registros policiales. La investigación seguía prácticamente en cero.

Iban ya dieciocho días del hallazgo del primer muerto en la estación, cuando un desesperado vecino llega al puesto policial con la noticia que en el fondo de su chacra había un hombre muerto sobre un enorme charco de sangre.

Nuevamente toda la maquinaria policial y judicial en marcha. Similares resultados, otro muerto con terribles desgarros y nada de rastros, más que el cadáver y el charco de sangre.

El revuelo en el poblado y el terror fue mayúsculo, ¿qué estaba pasando?, una región tranquila, casi desconocida, perdida en el mapa, era noticia a nivel nacional con tres muertes violentas en poco más de medio mes. Un desconocido citadino y dos vecinos del poblado, tres familias destruidas.

El jaguapytá nuevamente fue mencionado por algunos vecinos, con sus rostros tensos por el terror, y hasta hablaron de organizar batidas por los montes para ubicarlo y exterminarlo. Pero el terror no los decidiría a arriesgarse y finalmente solo esperaban que las autoridades develaran la realidad de aquellos sucesos y consiguieran terminar con las muertes.

Oscar convencido de la existencia de un psicópata asesino por aquellos parajes, decidió investigar a cada uno de los vecinos. Visitaría uno a uno y en lo posible trataría de entrar a sus viviendas, que si bien se encontraban bastante alejadas unas de otras, salvo un pequeño conglomerado de unas ocho o diez, los caminos daban un fácil acceso.

Iba ya transcurrida la primer semana de visitas de Oscar cuando llega a la casa del vecino que le indicara como acceder a los montes lindantes con su chacra. El hombre sentado en un pequeño banco en la puerta de un cobertizo donde guardaba sus pocas herramientas, trenzaba unos tientos confeccionando una correa quizá para algún arreo, no se percató de la presencia del Inspector hasta que escucho el pedido de permiso para entrar.

Como siempre Oscar llevaba la conversación hacia donde le interesaba y de esa forma inició la charla. Qué buena la trenza, que quizá fuera un buen guasquero y de esa forma desataba la lengua a su interlocutor, al tiempo que observaba distraídamente todo el entorno.

Sorpresivamente Oscar entra al cobertizo con la mirada fija en un objeto inquiriendo cual era su uso.

Aquello despertó la hilaridad del chacarero:

-Eso es una hoz y se usa para cortar pasto, yo hace mucho que no la uso y quedó ahí colgada, casi como un recuerdo. Plantaba avena para mis bichos y la cosechaba cortándola con esa hoz… pahh! Si me habré deslomado agallado dentro del avenal cortando manojo a manojo! Pero eso ya fue superado… y quedó ahí nomás.

-Sí, como no, descuélguela y véala. Ojo que es muy filosa y esos dientes son chicos pero le pueden hacer un tajo fiero.

Era una herramienta vieja y denotaba mucho tiempo sin uso, por las costras de herrumbre que cubría parte de aquella hoja curva, semicircular, de pequeños dientes como una sierra y aguda punta, con una empuñadura de madera torneada que aseguraba un eficiente control de un buen trabajador.

Aquello podía ser un arma mortal, tremenda. Oscar la blandía como cortando el aire en un movimiento descendente, ante la mirada atónita del dueño de casa, que no comprendía el entusiasmo del Inspector.

-Prestársela? Sí, como no, llévela tranquilo, yo no la necesito para nada, eso ya no se usa hace años. No hay problema, si quiere me la deja en la comisaría o mejor, se la regalo, llévela como recuerdo de su grata visita a mi rancho, será para que se acuerde de este paisano.

Era temprano de la tarde pero Oscar suspendió su recorrida, para volver rápidamente a su centro de operaciones. Agitado por la casi corrida de algo más de un kilómetro y blandiendo aquella hoz, sorprendió a Leal que tampoco tenía idea de para qué servía. Sin embargo Gerardo, viejo conocedor de la campaña, no se sorprendió por la hoz, sino por lo que inmediatamente pasó por su mente, aquello podía ser el arma usada para cometer los tres crímenes que investigaban. Lo mismo pensó Oscar al descubrirla en el cobertizo del improvisado guasquero.

Podía abrirse una línea de investigación, pero ¿Dónde estaba la hoz usada por el psicópata?

Luego de un rápido cambio de ideas, entre los tres investigadores, Oscar y Gerardo treparan al Land Rover y se dirigieron hacia la ciudad para que el forense viera aquel objeto y dedujera si era posible que uno similar fuera el arma causante de los tremendos desgarros de los tres cuerpos.

El profesional no tuvo dudas, la deducción de Oscar y Gerardo eran correctas. Ahora había que buscar la realmente usada.

De todas formas, Oscar rumiaba una idea, más que una idea, un interrogante ¿por qué el asesino había incendiado la camioneta a tanta distancia de los otros objetos del viajante? Quizá estaban buscando en una región distinta a la del responsable, quizá no vivía en el poblado ni sus alrededores, sino en el pueblo más cercano a donde fue quemada la camioneta.

Compartida esa duda con Gerardo, dispusieron hacer el viaje por aquel desastroso camino de ripio hasta Paso del Cerro. En aquellas soledades solo se escuchaba el ronroneo del motor, envueltos en una nube de tierra rojiza que levantaban las ruedas. No eran muchos kilómetros, pero el estado del camino hacía un andar lento y demoraron casi una hora en recorrerlo.

Chico pero agradable el pueblo, pulcro, con alguna calle asfaltada, algunas construcciones más confortables que las del poblado centro de los crímenes, con una comisaría bastante bien puesta, con varios agentes.

El comisario afable, con un grueso cigarro liado a mano en la comisura de los labios aparentemente apagado, apoltronado en una enorme butaca giratoria antigua pero confortable, recibió a los visitantes e inmediatamente ofreció su cooperación y la de sus agentes.

La primera pregunta de Oscar, luego de detallar algunos entretelones de la investigación, fue sobre si tenía conocimiento de alguna persona con problemas mentales serios, con inclinaciones psicópatas que pudiera vivir o estar temporariamente en el pueblo.

-No, verdaderamente desconozco si existe alguien con esas características, pero habría que investigar por las estancias vecinas, en las que siempre están tomando gente zafrales o de paso.

Era como buscar la famosa aguja en un pajar. Una vasta región de estancias, alejadas de todo, prácticamente requeriría mucho tiempo y pocas posibilidades, pero no se podía abandonar ninguna pista, por algo la camioneta fue quemada a pocos kilómetros de aquel pueblo.

Quedaba algo más de una hora para que anocheciera, transitar por aquel camino de noche, a pesar del conocimiento de Gerardo, era muy arriesgado, por lo que Oscar aceptando el ofrecimiento del Comisario de instruir a dos de sus cinco agentes para que al día siguiente, recorrieran algunas estancias, para ver de detectar algo raro, emprendieron regreso al poblado con el compromiso de regresar al otro día lo más temprano posible y si era necesario, establecer un comando de operaciones en su comisaría por algunos días.

Apenas habían transitado unos pocos kilómetros, cuando se cruzan con una moto tipo todo terreno, con un solo ocupante, que se desplazaba a una velocidad realmente suicida por la precariedad de aquel pavimento. Gerardo como adivinando el pensamiento de Oscar, comentó –ese loco quiere matarse, a esa velocidad por estos caminos no le espera un buen fin.

Algunos comentarios más sobre el motorista y siguieron atentos al camino, con la esperanza de que no les sorprendiera la noche antes de llegar al poblado. Esperanza trocada por la terrible realidad, acababan de salvar un badén por el que corría un pequeño arroyuelo, cuando la poca luz del anochecer fue suficiente para divisar entre unos arbustos a la vera del camino, un cuerpo tendido boca abajo medio cubierto por unas matas.

Otro cadáver, al voltearlo descubren con horror el tremendo desgarro que le atravesaba horizontalmente el vientre, dejando expuestos varios órganos del pobre hombre. La sangre fresca denunciaba que la muerte era de hacía unas pocas horas o quizá ni una hora.

Ambos pensaron lo mismo, el motorista. Sin pensarlo un segundo más Oscar desde su celular se comunica con el comisario de Paso del Cerro para advertirle del suceso y pedirle que detenga al motorista. Enseguida se comunica con Leal para que se comunique con la Jefatura Departamental y pida la asistencia de la división técnica y se comunique con el Juez Letrado para disponer la concurrencia del forense y disponer los trámites correspondientes.

Luego de poco más de media hora, el comisario de Paso del Cerro, le comunica a Oscar que no llegó ningún motorista al pueblo, que seguramente se desvió por algunos de los caminos secundarios y que por lo avanzado de la hora, sería imposible tratar de encontrarlo.

Desde la Jefatura se le comunica que llegarán a primera hora del día siguiente, que traten de preservar la zona donde encontraron el cadáver y si es posible que algún agente de la localidad más cercana, quede de guardia en el lugar. Es todo lo que de momento se puede hacer.

Cuatro muertes similares por los terribles desgarros sufridos, casi sin pistas, aunque Oscar intuía la cercanía de la solución. Había coincidencias entre los crímenes que insinuaban conexiones, todos eran hombres de mediana edad, robustos, evidentemente fuertes, solos en el momento de sus muertes, pues todos fueron encontrados bastante tiempo después de los correspondientes decesos, salvo el que en ese preciso instante observaba Oscar.

Llegaron dos agentes de Paso del Cerro para hacer la guardia junto al perímetro marcado, que en un radio de unos quince metros rodeaba el cadáver. Oscar y Gerardo regresaron, para pernoctar en la Comisaría y a primera hora del día siguiente, luego de reconocer nuevamente el lugar del crimen y ver alguna conclusión primaria de la técnica,  iniciar la recorrida por los caminos y sendas que se desprendían de la carretera de ripio.

En el badén se obtuvieron marcas perfectas  de las ruedas de la moto, fotografías y moldes; varias muestras de sangre, salpicaduras en ramas, piedras y pasto; fotografías del cuerpo y todo su entorno; el forense aseguro que el desgarro del abdomen del occiso era similar a los anteriores muertos y posiblemente hecho con el mismo objeto, posiblemente una hoz. El Juez, luego de todo el trabajo técnico dispuso el levantamiento del cadáver y su traslado para la autopsia correspondiente.

Por la tarde Oscar recibía un adelanto del forense, donde le comunicaba que debajo de algunas uñas del muerto había encontrado piel, con un ADN distinto, por lo que denotaba que algo de resistencia al ataque hubo o quizá luego del mismo, tratando de aferrarse a su atacante le provocó algún rasguño.

Para ese entonces, el inspector y Gerardo habían recorrido los vericuetos de varias sendas y caminos, visitado tres estancias y cuando llegaban a la cuarta en un pequeño barrizal se veían huellas similares a las recogidas en el badén por la mañana.

Indudablemente, se dirigían a un enorme portal de cemento y hierro, donde se anunciaba el nombre del establecimiento.

El recibimiento, respetuoso pero no cordial, despertó sospechas, que sumadas a las huellas, pusieron en guardia al sagaz investigador.

El dueño no estaba en el casco, estaba recorriendo los campos y la esposa, quien los recibiera, fue muy parca en sus contestaciones, denotando cierto rechazo y quizá algo de nerviosismo.

-Hay dos motos con las que se recorren algunos campos.

-No, ayer no salió ninguna. –No sé, quizá alguien que pasó por el frente de la estancia, de acá ninguna. ¿Cómo? Qué si estoy segura? Claro que estoy segura. De acá no salió ninguna.

-No, estoy sola en el caso, solamente el capataz y algunos peones en los corrales, están dando tomas a los animales.

-No, no hay ningún familiar, somos solo mi esposo y yo, no tenemos familia.

A Oscar le pareció inoportuno tratar de interrogar al personal que estaba trabajando, sin antes cambiar ideas con su compañero, sobre aquella señora.

Según recordaba el ex comisario, aquel matrimonio tenía por lo menos un hijo, pero hacía ya varios años que había abandonado aquella región y quizá el hijo había emigrado o casado y no vivía más con sus padres. Era imprescindible actualizar aquella información, por lo que la consulta con el actual comisario debía hacerse. Una llamada y el dato de que hacía algo de dos o tres años el muchacho había desaparecido de la zona sin que sus padres hubieran dado ninguna razón y el comentario de que había sido internado en una clínica por problemas de salud, encendieron una luz roja en la mente de Oscar. Habría que ahondar en lo realmente sucedido en aquella familia, porque quizá se abriera una nueva pista.

Localizar un antiguo capataz, que había sido despedido casi al mismo tiempo de producida la ausencia del muchacho, fue el paso sugerido por el comisario, para averiguar la verdad de aquellos hechos. El hombre excelente conocedor de los trabajos de campo, a poco tiempo de su despido, había obtenido un empleo mejor en otra estancia vecina.

Reservado, pero cuando hablaba lo hacía con seguridad y enterado de los crímenes, se puso a la orden de los investigadores para colaborar en lo que pudiera.

-Sí, me despidieron sin ningún motivo para mi razonable. Hacía muchos años que trabajaba en esa estancia y nunca tuve ningún cambio de palabras con el patrón, la verdad que yo cumplía con mi trabajo y me llevaba muy bien con ellos, nunca tuve ninguna queja. Una vez con el hijo tuve un pequeño roce, me salió con que yo le estaba mirando la novia… y fíjese inspector yo ya entrado en años con mujer y tres hijos, me voy a ocupar de mirar a una jovencita que podía ser hasta menor que alguno de mis hijos. No tuve más remedio que pararle el carro y parece que eso fue el motivo, porque se quejó con la madre y ella bastante prepotente con el marido, capaz le fue con el cuento y éste terminó echándome sin darme ninguna explicación.

-Sé que a los pocos días el muchacho dejó con la novia y desapareció,  no supe nada más de él, aunque a mi mujer le comentaron que lo habían internado no sabían por qué.

-Bueno, no sé, era bastante arrebatado, me dijo que me iba a matar a palos y yo me reí, porque fíjese mi físico, él a mi lado era un pobre mequetrefe, que siempre andaba prendido a la pollera de la madre… eso es un decir, pero no era capaz de enfrentarse con nadie, no le daba ni el físico ni el coraje… lo conocía bien, aparte de ser medio loquito, no pasaba de eso.

-No, no, nunca más lo vi, no sé si volvió o que pasó con él. La verdad que lo había olvidado por completo. Quizá doña Julia, una negra vieja que vivía en la estancia y se ocupaba de algunas tareas caseras, que cuando tuvo un problema en la cadera se fue a vivir con un hijo en el pueblo, pueda saber algo del muchacho… ella estuvo un tiempito más que yo.

Con aquellos datos, Oscar intuía que había una trama obscura para desentrañar, por lo que se fue a la búsqueda de la tal doña Julia.

Apenas se movía, por su problema de artrosis, pero era muy buena conversadora y se explayo en detalles de sus ex patrones.

-Sí, ese muchacho tenía problemas, celaba a la pobre chica, su novia, que era una barbaridad, una vez vi que le pegó una cachetada y ella se fue llorando hasta el jardín del fondo del casco, la encontré llorando acurrucada sobre un banco, pobrecita, no había como consolarla. Me acuerdo que me dijo que le tenía miedo, si no, lo dejaba.

-Tuvo problemas con varios peones, que los hizo echar, casi siempre porque decía que miraban a la muchacha.

-Al final, un par de días antes de irme de la estancia, estaba como loco, rompía cosas y no lo podían controlar entre los padres y llamaron a un peón que andaba cerca. Sé que al otro día, el padre lo metió medio a la fuerza en una camioneta y se lo llevaron, dicen que lo internaron en un loquero, pero eso no sé, eso decían las sirvientas del casco. Yo ya estaba medio enferma y estaba aprontando mis cosas para irme, así que no sé mucho más.

-Su nombre… José Eduardo… No, no me acuerdo, el nombre de la novia no me acuerdo, ella no era del pueblo, creo que era hija de un estanciero, pero vivía en la ciudad.

-No, tampoco sé de qué estancia…el nombre del padre tampoco.

Oscar agradeció a la anciana y rumiando aquel cúmulo de datos se dirigió caminando hacia la comisaría sin cambiar una sola palabra con Gerardo. Ya dentro, se sentó a hojear el legajo sobre la investigación, que ya conformaba un buen volumen. Buscaba algo, pero no tenía la seguridad de qué era realmente, lo que sí estaba seguro es que había algo común en los casos que no acertaba a discernir. El muerto de la estación era un citadino que no tenía ninguna vinculación con los otros, pero éstos, todos habían trabajado como peones de estancia. ¿Habrían sido peones de la misma, aunque fuera en distintas épocas? Eso podía ser un eslabón común. Una coincidencia que era evidente, todos era hombres relativamente jóvenes, fuertes, de facciones agraciadas aunque un tanto rudas por el propio trabajo, excepto el viajante que las tenía muy bien cuidadas.  

Pero nada más, dos de los muertos tenían la tez obscura, aunque no eran afro-descendientes, los otros, el citadino y el muerto en las inmediaciones del túnel eran de tez más blanca y cabellos rubios. La campera que usaba el muerto del túnel, era parecida, aunque bastante raída, a la que usaba el citadino Ninguna otra coincidencia.

A pesar de lo tarde, aún el sol no se ocultaba por el horizonte, sino que sus rayos hacían reverberar el verde obscuro del monte, cuando Oscar decididamente abandonó los papeles y le comunicó a Gerardo que temprano al día siguiente debían volver al poblado, pues quería visitar al chacarero que le regalara la hoz. Seguidamente, sin más, se dirigió a la puerta de la comisaría y desapareció en un paseo solitario, que según expresó después, necesitaba para aclarar sus ideas.

Temprano, con los albores del nuevo día, Oscar y Gerardo abandonaban el Land Rover y a pie se dirigían al destino planteado la noche anterior, pero Oscar no fue directamente a la chacra señalada como destino, sino que siguió unos cuantos metros más hasta llegar al inicio de la senda que conducía al monte. No tenía certeza sobre lo que realmente buscaba, pero apoyado sobre un poste del cerco observaba detenidamente todo el entorno. Su gran duda se centraba en el motivo de la quema de las pertenencias del viajante y su camioneta tan distantes.

Debía inspeccionar nuevamente el monte o sus alrededores, pero no fue por la senda, sino que se desvió por el chaparral. A poco más de media cuadra del linde, se encontró con una enorme mancha renegrida que cubría un espacio de unos  cincuenta o sesenta centímetros de diámetro, bajo la sombra de un espinillo, cerca restos de materia, evidentemente humana. No tuvo dudas, aquello era sangre y tenía alrededor de veinte días de permanencia a la intemperie, suerte que no había llovido, por lo que pudo tomar varias muestras, de la sangre y de la materia.

Inmediatamente Gerardo llevó las muestras para su análisis y a media tarde ya tenía los resultados. Eran, según el ADN, del viajante encontrado en el banco de la estación del ferrocarril.

Nuevamente a la carretera con rumbo a Paso del Cerro, Oscar había atado cabos y tenía una pista que pensaba muy firme, por lo que antes de llegar al pueblo tomaron por el camino que llevaba a la estancia del portal de cemento y hierro.

Esta vez estaba el dueño, pero quien llevaba la voz era la mujer, que se mostró muy contrariada con la visita.

La primera pregunta de Oscar, pareció un mazazo en la mujer que con la cara demudada por la sorpresa, titubeante respondía:

-José Eduardo… no… es decir… no sé… creo que no está.

-Que cuando regresó? Hace como un mes… por qué?

-No, no puede, él debe estar ya acostado. Sí, sí él se acuesta muy temprano, anda medio resfriado… Venga mañana…

En ese preciso instante se escuchan ruidos violentos en la pieza contigua, como de alguien que emprendiera una carrera desesperada.

Una simple mirada de Oscar y Gerardo rápidamente rodeó la casa y alcanzó a ver al muchacho que entraba en un cobertizo. Cuando el inspector dio alcance a su compañero y enterado del lugar donde se escondía, con mucha precaución se acercaron a la puerta, divisando al fondo, con los ojos desorbitados y blandiendo una hoz se veía pronto para el ataque.

Los dos investigadores sacaron sus armas de reglamento, pero sin intención de usarlas, sino para intimidarlo, justo en el momento que llegaban ambos padres.

Los ruegos de la madre y la voz potente y firme del padre hicieron dudar al hijo, que bajó el brazo armado y acuclillándose en un rincón del cobertizo temblando, tomándose la cabeza con ambas manos rompió en llanto. No pasó desapercibido para Oscar los dos evidentes rasguños que el muchacho tenía en su antebrazo izquierdo.

Era evidente que la madre, si no sabía, por lo menos intuía, que su hijo estaba inmerso en un problema que le mantenía encerrado y sin hablar. El padre, quizá por su trabajo en la estancia, fuera del casco, no había percibido el comportamiento extraño de su hijo, por lo que fue el más sorprendido.

El muchacho fue detenido en el acto, acusado de múltiples homicidios y los padres citados para que se presentaran inmediatamente en la comisaría del pueblo, pues debían tomarles las declaraciones correspondientes.

Luego de expresadas las deducciones que realizara Oscar, aparecía todo tan sencillo, que el acusado no pudo contradecirlo, ni negar el cúmulo de pruebas que lo acusaban.

La víctima más inocente, pues ni siquiera conocía a su asesino, era el viajante, que había estacionado su camioneta a un par de cuadras del chaparral, donde fue a atender necesidades fisiológicas urgentes. Pocos minutos antes, José Eduardo, había desembarcado en la estación y como nadie de la estancia lo había ido a buscar, caminaba distraídamente cuando ve pasar el cerco que separa el camino del chaparral a quien confundió con aquel miserable peón que lo había sorprendido mirando a su novia y que fuera expulsado de la estancia a su exigencia.

La hoz que había comprado en Tacuarembó,  no tenía idea para qué, se transformó en una terrible arma. Sorprendió al pobre hombre arreglándose la ropa, ya aliviado de sus urgencias, y sin que éste pudiera percatarse, le descargó el terrible golpe que le desgarró el pecho, con las consecuencias ya conocidas.

Aquello fue el inicio, pues el asesino inmediatamente se percató que el muerto no era el ex peón, era parecido, pero se trataba de otro hombre. Entonces debía desaparecer todo vestigio que le pudiera inculpar. Con aquellas ropas finas, no era un vagabundo, debía tener algún vehículo cerca, volvió al camino, encontró la camioneta, sacó todas las pertenencias y las llevó al interior del monte donde las quemó, luego cubrió todo con tierra, piedras y ramas, vistió el cuerpo con la campera que colgaba del espinillo y aprovechando la noche, lo cargó hasta la estación. Luego, subió a la camioneta y en ella llegó hasta muy cerca de la estancia, donde le prendió fuego en un lugar apartado, en la costa del río Tacuarembó, intentando luego empujarla hasta el agua, pero sin mayor resultado pues con las ruedas quemadas se enterraba en el arenal.

Quizá al llegar a la estancia inventó algo para justificar su traslado, pues vio perfectamente cuando un vehículo de la estancia pasaba hacia la estación cuando él lidiaba con el muerto y al poco rato, ya consumada la quema, pasaba de vuelta en sentido contrario.

Cometido aquel error, debía encontrar al ex peón y darle “su merecido”. Lo encontró bajando por la falda del cerro del túnel y desató toda su saña enterrándole en la espalda tres veces la afilada hoz.

Aquello le daba placer, sentía que aquellos años que fuera internado en el maldito loquero, eran recompensados con la venganza, matando a aquellos zaparrastrosos que osaron mirar a su novia. Así que no pararía, no se privaría del placer de vengar la afrenta y más ahora que todo el mundo decía que el jaguapytá era el que mataba. Él solo quería la venganza, estaba convencido que su novia lo había abandonado para irse con uno de ellos, no importaba cual, él los mataría a todos y cuando encontrara al que se la había llevado, los mataría juntos a los dos, esa perra tampoco se salvaría.

Fueron dos muertes más, de otros dos inocentes, que en la calenturienta mente de aquel psicópata, eran los causantes de sus pesares.

El ADN de los trozos de piel encontrados por el forense en las uñas del último muerto coincidieron con el de José Eduardo, los rastros de sangre obtenidos de la hoz que blandiera contra los detectives eran de los muertos, la coincidencia de las huellas de la libreta de pedidos con las del psicópata y el molde obtenido de la huella coincidente con la rueda de una de las motos de la estancia, eran otros elementos que sumados al cúmulo de pruebas, no admitían ninguna duda.

La labor de Oscar estaba casi terminada, solo faltaba un informe final y el Juez Letrado Departamental haría su trabajo.

Ya no se oirían más los ronroneos del supuesto inmenso gato de monte, del famoso jaguapytá, el puma criollo de tiempos pasados, que quizá ya estaba lamentablemente extinguido. En aquellos pueblos perdidos entre las sierras, que nunca habían sido noticia, volvía la calma.

Los padres del psicópata vendieron sus tierras, sus haciendas, emigraron y nunca más se supo de ellos en la zona. El asesino, en la cárcel, quizá por muchos años, o en un manicomio por toda la vida.

Oscar ya de regreso, ensimismado, miraba a través de la ventanilla del Peugeot como el verde de los campos pasaba raudamente  ante sus ojos  y apenas prestaba atención a los comentarios de Leal. Su mente se remontaba a las sierras, al túnel, al monte natural, a aquellas inigualables bellezas y pensaba que eran incompatibles con los sucesos vividos los días anteriores,  pero así era la vida, llena de contrastes, con cosas buenas y malas, luces y sombras, pero en su fuero íntimo se sentía cansado, casi como viejo, con unas ganas tremendas de acostarse y olvidarse de todo el caos de la vida y ser despertado únicamente por la vocecita cantarina de sus nietos.