Habían contratado en una radio local un
espacio diario para difundir sus “servicios” y en aquellos quince minutos,
repetían hasta el cansancio sus curas, desde el reuma hasta el cáncer, pasando
por la eccema, los herpes, y todo las enfermedades por más mortales que fueren,
sin olvidar el mal de amor, las limpiezas de hogares, comercios y campos, las
brujerías y como librarse de ellas, como conquistar el amor o como causarle el
peor mal a un enemigo. El tarot, los buzios y la brujería eran la panacea para
combatir cualquier mal o enfermedad y asegurar la felicidad total.
El negocio iba viento en popa, a pesar de
algunos clientes inconformes que supieron despotricar contra los sanadores en
los mismos micrófonos, pero en distintos programas. A pesar también, que por causa
de una mala praxis una paciente desconforme les realizara junto a un grupo de
amigas y amigos un escrache que obligó a la autoridad a evacuar la calle frente
al consultorio.
Lo cierto es que de la bici, pasaron a la
moto, luego a un auto usado, para terminar cada uno con una cuatro x cuatro y
uno de ellos, Nemecio, aparentemente nombre artístico, con unas cuantas
hectáreas de campo bien poblado con bovinos, buenos caballos y produciendo otra
línea de ingresos.
Al decir de muchos, el campo lo obtuvo por
una limpieza de la estancia de un poderoso ganadero, que sufría desde hacía un
tiempo de mal de amores, por engaños y desavenencias conyugales que terminaron
con peones despedidos, vecinos repudiados y mujer llorosa pero redimida; aunque
circulaban otras versiones que afirmaban que el campo fue obtenido de forma non
sancta.
A partir de ahí, el sanador estanciero,
no renunció a su oficio, pero se alejó un poco de la radio, dejando a su socio,
Olecio, también nombre artístico, como único conductor del programa,
participando espaciadamente cuando éste debía concurrir a alguna otra ciudad a
desarrollar su sapiencia sanadora.
El sanador estanciero, se dedicaba algo a
la sanación y de lleno al engorde de su establecimiento rural.
De esa forma continuaron sus actividades,
hasta aquel mal día en que Olecio amaneció en un charco de sangre con un tajo
que prácticamente le dejaba un montón de órganos al aire.
Oscar, caló su gorra, se ajustó la
gabardina y se dispuso a iniciar la investigación sobre la muerte del sanador.
Al llegar al consultorio además del cuerpo, horrorosamente abierto, le esperaba
Leal en la puerta tratando de contener el embate del socio del muerto que
pugnaba por abrazarse del cuerpo de su caro amigo.
Felizmente Leal con su corpachón no tuvo
inconveniente en reducir a la impotencia regada por el llanto al pobre Nemecio,
quien parecía más esmirriado que de costumbre mientras desgranaba una retahíla
de maldiciones al infeliz que osó hacerle aquella barbaridad a su querido amigo
y socio.
Con la presencia bastante adusta de
Oscar, el sanador superviviente empezó a calmarse y pasó de las maldiciones al
puro lamento, bastante exagerado según el criterio del Inspector.
En aquel momento llegaron el médico
forense y el juez y a los pocos minutos un equipo de policía técnica para hacer
un relevamiento del lugar.
Oscar, mientras los recién llegados
realizaban su trabajo, ordenó a Leal tomarle los datos personales y dirección
al lloroso curandero y pedirle que se retirara, citándolo para la mañana siguiente
en su despacho.
Luego de un somero análisis de la
posición y estado del cuerpo, el forense, en acuerdo con el Magistrado,
resolvió ordenar el retiro del mismo para realizar la autopsia correspondiente
en la morgue judicial, mientras el equipo de técnicos iniciaba su labor en la
búsqueda de elementos que pudieran direccionar la investigación.
Oscar, vigilaba aquella labor desde la
puerta, para luego del retiro del equipo y en soledad, realizar su análisis e
imaginar con el mismo, las circunstancias en que se desarrollaron los hechos.
El lugar se mostraba en perfecto orden y
no se veían a primera vista rastro de pelea o resistencia del occiso ante su
asesino. Lo único que denunciaba la ocurrencia de una muerte violenta era el
charco de sangre que cubría una parte del piso y algunas salpicaduras en una
silla y una mesa ratona cubierta de revistas con evidentes gotas de sangre. De
todas formas, la técnica analizaría aquellas salpicaduras para determinar si
eran todas del mismo origen.
Lo que evidenciaba el aparente orden, era
que el asesino no había entrado con violencia y era del conocimiento del
occiso, tampoco se podía presumir el robo, pues sobre el escritorio, en la
pieza contigua a la sala donde se encontró al occiso, en la que atendían a sus
clientes, había una considerable suma de dinero, que incluía billetes de moneda
uruguaya y algunos dólares americanos. En esa sala, sí, había algunos papeles
evidentemente fuera de lugar; un par de hojas debajo del escritorio, una
factura por compras varias tirada en un rincón y una ficha de cartulina en la
que se leían algunos datos de un posible paciente, tirada bajo un banco.
Los cajones del escritorio, sí que
estaban revueltos, pero en principio no se podía presumir que el desorden fuera
provocado por el homicida o por el propio Olecio. En el fondo de uno de ellos,
Oscar detectó una gaveta disimulada, que luego de arduo trabajo consiguió abrir
para encontrar un sobre con papeles, un reloj de pulsera y un par de gemelos;
de aquellos objetos, retiró el sobre para analizarlo en la Central, también de
encima del escritorio retiró un teléfono celular.
Luego de su propio relevamiento del
lugar, Oscar decidió cerrar y precintar ambas puertas de acceso al mismo, la
principal al frente y una al fondo que daba a un pequeño patio. Luego de ello,
ordenó a un detective que concurriera al domicilio de Nemecio para notificarle
que estaba prohibido momentáneamente el acceso a la casa y recordarle que
estaba citado para la mañana siguiente en la Seccional.
A primera hora ya tenía sobre su
escritorio el informe forense y las declaraciones primarias levantadas a varios
vecinos por los detectives. La muerte se produjo entre las veintiuna y
veintitrés horas del día jueves y fue causada por herida de arma blanca. El
arma usada, probablemente un cuchillo de hoja ancha, que según la profundidad
del corte superaría los quince centímetros de largo. El corte se inicia en la
zona baja del abdomen seccionando intestino grueso y afectando intestino
delgado, páncreas, estómago e hígado en dirección ascendente con cierta
inclinación a la derecha del cuerpo.
Para Oscar, del informe forense el
principal aporte era la dirección del corte, pues le permitió deducir que el
homicida era diestro y había atacado de frente.
De las declaraciones de los vecinos, dos
merecieron una especial atención, la realizada por la señora Josefina y la de
Venancio el vecino que vivía frente al consultorio, por lo que sus primeros
pasos serían entrevistar a ambas personas.
Dio instrucciones al oficial de guardia que
cuando se presentara Nemecio, lo hiciera esperar a su regreso, pues lo primero
que quería hacer era interrogar a aquellos dos vecinos.
Doña Josefina, una señora elegante a
pesar de sus más de sesenta años, fue muy amable con Oscar y se mostró muy decidida
a colaborar en la investigación.
-No puedo creer que alguien tuviera el más mínimo
motivo para hacerle eso al señor Olecio, una bellísima persona, servicial,
amable, siempre dispuesto a darle una mano a cualquier vecino… Es cierto que
por su trabajo tuvo algún problemita con algún cliente que no estuvo conforme,
pero no para hacerle eso.
-Sí, sí, una vez hace algo de dos semanas
o algo más un señor estuvo en la vereda gritándole barbaridades porque no sé
qué cosa no le había dado resultado y que lo iba a matar a trompadas, y algún
otro problemita de esos, pero nada más.
-Otra vez, pero de eso hace ya bastante
tiempo un grupo de gente con carteles le hicieron un escrache frente al
consultorio porque, según decían, había estafado en una cantidad de dólares a
una señora… Sí, a esa señora la conozco
de vista, luego consigo la dirección y se la alcanzo.
-Él muchas veces se olvidaba de la yerba
y me pedía una cebadura, pero al otro día me traía de regalo un paquetito de
esos chiquitos que dan para dos o más, era muy generoso con todos los vecinos.
-Don Nemecio?... Sí es igual, pero no
habla mucho con nosotros, pero también es un hombre bueno. Si un vecino lo
ocupa para algo él nunca le dice que no y está dispuesto a ayudarnos en lo que
sea. Don Olecio decía que Nemecio vivía para sus clientes, su campo y cuidar su
físico, que a pesar de ser tan bajito es un toro de fuerte.
-No, no sé el nombre del señor que lo
amenazó, pero don Venancio, el vecino de enfrente, creo que lo conoce, porque
cuando insultó a Olecio, dijo “es un loco, pero no hace nada, yo lo conozco”.
Sin variar mucho el tono, las
declaraciones de la señora Josefina, no aportaron mucho más al Inspector, quien
luego de agradecerle y pedirle que si recordara algo más le llamara, se retiró
a fin de entrevistar al vecino aludido, el mismo cuya declaración previa le
llamara tanto la atención.
El señor Venancio, un setentón jubilado,
no tenía más ocupación que, con termo y mate, pasarse varias horas al día en la
vereda de su casa charlando con cuanto vecino pasaba por la misma y cuya
jovialidad era proverbial y le había permitido cosechar la amistad de todos.
Como era su costumbre, en la misma vereda
que lo encontró el Inspector, se realizó la entrevista.
-Sí, los conozco muy bien a ambos, hace
algunos años que ocupan esa casa como consultorio… Olecio era muy servicial con
los vecinos, Nemecio más parco pero también muy buena persona… El negocio?...
bah… yo no les creo nada, pero no tengo nada que decirle… era su trabajo y cada
cual hace lo que sabe y le convenga… Ah… sí, es un pobre diablo, no creo que mate
una mosca… vive en una casa de frente verde enseguida del puente… no sé el
nombre, le dicen el Gordo Pancho… Insultó a Olecio, porque dice que el trabajo
que le hizo le salió al revés…Es pura boca, no creo que sea capaz de nada.
-No, yo no escuché nada raro, ni vi nada.
Ese día Nemecio se fue tarde, como a las siete y media y yo le dije en broma
que estaba trabajando mucho y él, cosa rara, vino a charlar conmigo… Lo vi
nervioso, pero bien, pensé que era por su trabajo… Charlamos unos pocos
minutos, de cosas del barrio y se fue apurado… tenía la camioneta estacionada a
la vuelta… eso sí… siempre la estacionaba a la sombra de esos árboles… no sé,
la verdad que esa tarde no… bueno, vaya uno a saber…
-Sí, volvió más tarde?... yo no lo vi,
aunque cuando salí a eso de las nueve a sacar la basura, me llamó la atención
una camioneta igual a la suya enseguida de la esquina, pero no sé de quién era…Sí, sí, pensé que fuera la suya… pero bueno, estaba lejos… no, no me fijé en la matrícula, ¿para
qué?.
-Sí, sí… por lo menos yo creo que sí, se
llevaban muy bien, parece que eran muy amigos, además de socios.
-Creo que no tienen familia, por lo menos
no conozco… Dicen que Nemecio tiene una compañera en el campo, pero no la
conozco.
-Olecio, vivía solo, tiene un
departamento en el edificio de la otra cuadra, ahí a la vuelta… Casi siempre se
iba último del consultorio… Tenía por costumbre al salir, pasar la calle a
charlar un poco conmigo… No, el jueves yo entré enseguida de charlar con
Nemecio, me fui a la cama temprano porque estaba algo afiebrado y con molestia
en la garganta, no lo vi cuando se fue… bueno… si se fue y volvió después.
Aquel interrogatorio, hábilmente llevado
por Oscar, le abría dos posibles líneas de investigación, o por lo menos
explorar posibles pistas.
De regreso en la oficina lo esperaba una
noticia inquietante, unas muestras de sangre obtenidas en unas revistas, no
coincidían con el ADN de la víctima y en el banco de ADN de la Central no se
encontró correspondencia con la misma.
Por si fuera poco, en aquel preciso
instante, otro detective llegaba con un cuchillo encontrado por un hurgador en
un contenedor de residuos, que por sus características podría ser el causante de
la muerte de Olecio. Inmediatamente fue llevado al laboratorio para verificar
si tenía rastros de sangre o huellas dactilares.
Tenía rastros de sangre, en la hoja
correspondientes al occiso y en la empuñadura del mismo ADN que la encontrada
en las revistas. Huellas dactilares, algunos rastros, pocos, quizá
insuficientes para un reconocimiento.
Se había encontrado el arma homicida, la
tarea era encontrar a quien la usara, que evidentemente tendría alguna lesión
en la mano derecha causada por el mismo cuchillo al cometer la agresión.
Cuando pasó a la sala de interrogatorios,
sentía las manos y las axilas húmedas por la transpiración, pero se mostró muy
aplomado y seguro frente a Oscar.
-Qué cuanto tiempo?...Hace unos quince
años que somos socios, nos vinimos para acá hace cuatro y siempre trabajamos
juntos… Y sí, somos parasicólogos y ayudamos a la gente… Lo que pasa, es que
hay tantos problemas que la gente nos busca y así, según como les vaya a cada
uno, es como nos recomiendan.
-Los trabajos grande, casi siempre los
hago yo, pero compartimos las ganancias. Lo mismo con lo demás, siempre
dividimos las ganancias y los gastos.
-Sí, tengo un campito con algunos bichos...
No, en ese campo, él no tuvo participación porque lo obtuve por un compromiso
que el dueño tenía conmigo de hacía mucho tiempo. Ya teníamos relación y
negocios antes de que empezáramos a trabajar juntos con Olecio. El campo no
tiene nada que ver con nuestra sociedad.
-El jueves? Me fui del consultorio a eso
de las siete y media… Olecio? Estaba bien… No, no noté que estuviera nervioso o
que le pasara algo, tampoco me comentó nada.
-No, no volví más tarde. Nunca lo hago.
Oscar, suspendió el interrogatorio, pues
debía realizar unas diligencias urgentes, advirtiendo al parasicólogo que
posiblemente tuviera que hablar nuevamente con él, por lo que le pidió que si
pensaba salir de la ciudad tuviera el cuidado de avisarle.
Una de las diligencias era averiguar con
los vecinos de la cuadra siguiente al consultorio, si conocían la camioneta que
estuvo estacionada a eso de las nueve de la noche del día jueves a pocos metros
de la esquina. Nadie la vio.
Sí, tuvo más suerte con el Gordo Pancho.
Estaba en su domicilio y no se mostró reacio a hablar.
-Era un verdadero chanta, a mi me hizo el
cuento que me habían puesto una brujería y por eso andaba mal y que él me
curaba. La verdad que me sacó más de doscientos dólares y era todo un cuento,
resulta que me había agarrado parásitos en el intestino y ese era todo mi mal.
Un día, cansado fui al médico, pero uno de verdad, y me revisó, me mandó un
análisis de materia y después me recetó unas pastillas de Piperazina y en dos
días había echado las lombrices y estaba como nuevo. Pero me vino la viaraza y
me fui hasta el consultorio y lo relajé todo. Y sabe, me vine liberado, había
descargado toda la bronca. Al fin, era un pobre tipo que se ganaba la vida de
esa forma… y la verdad que hay tantos…
-El jueves, pasé en casa, justo era el
cumple de mi hijo y vinieron algunos amigos a festejarlo, estuvimos de
cantarola hasta la madrugada… No pensará que fui yo quien ejecutó al pobre
diablo… si quiere puede averiguar con la gente que estuvo esa noche en casa,
¿le doy los nombres?
No era necesario, Oscar no tuvo dudas que
el hombre no mentía y percibió que aún tenía algo más que agregar, por lo que
lo instó a que le dijera algo que considerara conveniente a su investigación.
-En realidad no tengo nada que decir, lo
único es que me parece que aquella sociedad no funcionaba bien, aquel par no
eran de fiar… bueno, digo porque conmigo no se portaron bien, aunque el
estanciero vino a buscarme a los pocos días del encontronazo que tuve con el
muerto, diciéndome que no me preocupara por lo pasado, que su socio a veces se
pasaba de rosca y me preguntó cuánto le había pagado por el trabajo… Le dije y
no me hizo ningún comentario más… A mí me pareció que desconfiaba del socio.
De regreso a la Central, Oscar encontró
en su escritorio anotado con una muy cuidada caligrafía la dirección de la
mujer que liderara el escrache contra el parasicólogo. Lo había llevado la
señora Josefina, tal como se lo prometiera.
Era un barrio apartado, pero como se
trataba de un testimonio que podía ser importante, con Leal al volante del
viejo Peugeot de la Seccional, se dirigió a entrevistar a la mujer.
Fue un hueso duro de roer. Al principio
la mujer negó haber hecho tal escrache, pero luego de la insistencia de Oscar y
convencida de que el Inspector estaba bien enterado del hecho, optó por hablar.
-Yo fui estafada por el tal Nemecio y su
cómplice, me prometieron un mundo de cosas, me sacaron todo lo que pudieron,
hasta tuve que vender un kiosco que tenía ahí al frente para poder pagarles… El
Nemecio es el más vivo, me convenció que si yo cumplía con ellos, el me haría
un trabajo para que yo entrara de empleada en una oficina de la Intendencia. El
muy cara dura me dijo que hablara con el secretario del Intendente que lo mío
ya estaba encaminado y que tuviera fe que el trabajo daba resultado. Fui,
pasaron unos cuantos días para que me dieran la audiencia y cuando me recibió
el secretario me dijo que me anotaba, pero que no era nada seguro, que conocía
a Nemecio porque él con el otro parasicólogo alquilaban una casa de su
hermana.
-Lo cierto que nunca había hablado con el
secretario, pero a mí me dijo que no precisaba, que el trabajo que estaba
haciendo era suficiente y que en un par de meses me llamaban.
-Pero pasó el tiempo y cuando ya no tenía
más plata para darles me salieron con que si yo no colaboraba el trabajo de
ellos no daría resultados… y se me vinieron los indios a la cabeza y con unos
amigos les hicimos una cacerolada en la puerta, pero no pasó de eso… Sí, la
policía intervino porque éramos muchos y al ocupar la calle se paró el
tránsito. Después me pasó la calentura y dejé todo quieto, porque ¿qué iba
hacer?, no los iba a denunciar, si yo no tenía pruebas… nunca me dieron ningún
recibo de la plata.
-Eso fue todo… y bueno… si alguien le dio
un tiro, será porque se lo buscó…
-Ah, una puñalada, es lo mismo.
A Oscar no le aportó mucho para la
investigación, pero servía bastante para catalogar un poco más al muerto y su
socio. Era normal, en aquella actividad debía haber muchos disconformes, pero
para llegar al asesinato debía ser algo muy grande, una estafa importante.
De regreso, se dedicó con su asistente a
cotejar declaraciones y atar cabos que aparecían sueltos, pero que tenían
cierta correspondencia. Según un vecino en los últimos tiempos Nemecio iba al
consultorio solo por la tardecita, mientras que Olecio no cambiaba su rutina y
diariamente a las ocho de la mañana estaba abriendo la puerta principal para
atender a sus clientes. Según sus dichos, este vecino aseguraba que Olecio
discrepaba con el socio porque se dedicaba más al campo que al consultorio, aunque
aseguraba que por su carácter era impensable que lo confrontara.
Junto a las declaraciones, el contenido
del sobre que Oscar encontrara en la gaveta secreta del escritorio, se
destacaba por los sellos y timbres que contienen las escrituras públicas, y a
su lado el celular en el que se registraba la última llamada recibida el día
jueves a las veinte horas y cuarenta y ocho minutos.
Otros conceptos vertidos por los vecinos
y aquellos dos elementos que destacaban en su escritorio, habían inclinado a
Oscar a seguir con más ahínco una línea de investigación. Si bien ambos
parasicólogos mantenían una buena relación con los vecinos, no se les conocía
amigos o personas de su confianza para realizarles visitas que no fueran por
las consultas, lo que reducía significativamente los posibles sospechosos. En
realidad no encontraban un sospechoso entre los clientes.
Aquel estado de las investigaciones
obligó a Oscar a tomar una decisión, que se sustentaba casi únicamente en su
intuición de detective, aquella escritura, la hora y el origen de la última
llamada registrada en el celular y algo que había palpado en la mano de Nemecio al despedirse cuando le
tomara declaración, pero no tenía la seguridad de qué era.
Con aquellos pocos elementos se apersonó
al Juez de la causa para solicitarle una orden de cateo y detención, que
solamente por sus antecedentes le fue concedida, pues elementos de convicción
suficientes no tenía.
Con la orden judicial se dirigieron con
Leal a la ruta que llevaba al campo de Nemecio.
Si bien el parasicólogo estanciero no se
mostró sorprendido, no pudo disimular cierto apremio al ver bajarse del Peugeot
al Inspector.
Luego de un breve saludo, Oscar inquirió
sobre el estado del corte de la mano derecha del sanador, quien sorprendido
negó que tuviera alguna lesión, por lo que el Inspector le preguntó el motivo
por el que el día que concurriera a declarar en la Central llevaba un apósito
adhesivo en el interior de la mano derecha.
Luego de un momento de indecisión aceptó
que se había herido con un alambre, pero que había sido muy poca cosa y que el
apósito se lo había puesto a fin de no mancharse con algo de sangre que pudiera
salir por el rasguño.
El Inspector arremetió con convicción,
acusándolo formalmente del homicidio de su socio, para hacerse de la totalidad
del departamento que habían adquirido juntos y su valor superaba los quinientos
mil dólares, sobre el que tenía derecho de uso y usufructo de por vida el
occiso. Concomitantemente, Leal inspeccionaba la casa, tal como lo establecía
la orden de cateo y desde la cocina levantaba un set de cuchillos, del cual
faltaba una unidad.
Nemecio negó rotundamente tal acusación,
pero la carga de pruebas que expresó el Inspector haber reunido, hicieron
flaquear al acusado que al final solamente su lloriqueo fue la oposición a la
detención, aunque seguía aferrado a su declaración de inocencia.
Esposado y lloroso llegó a la Central
custodiado por el Inspector y su ayudante, para contestar un largo listado de
preguntas, que finalmente le doblegaron aceptando la autoría del delito.
Para iniciar el interrogatorio, Oscar le
espetó sin más preámbulo, que a las veinte y cuarenta y ocho del día jueves
llamó al celular del occiso para anunciarle su llegada al consultorio, que en
ese momento estacionaba su camioneta en la cuadra siguiente al consultorio.
Cuando el occiso, tras cerrar la puerta se volvía, recibió la agresión de su
parte, sin tener ninguna posibilidad de defensa y que el motivo fue su
necesidad de dinero.
Como descargo o justificación no tuvo
recato en acusar al muerto de querer estafarlo con los ingresos que obtenían en
el consultorio y que él apremiado por obligaciones en su actividad rural,
pretendió exigirle la regularización, pero lo que consiguió fue la agresión y
que para defenderse no tuvo más remedio que hacerlo con un cuchillo que había
en el consultorio. Otra mentira, pues el cuchillo era el faltante del set retirado
por Leal, evidenciando la alevosía y premeditación.
Solo restaba, y casi como un accesorio
sin mucha importancia por la contundencia de las declaraciones y demás pruebas,
un análisis del ADN del detenido para cotejarlo con el de las gotas de sangre
obtenidas de las revistas y los rastros del mango del cuchillo.
Realmente este caso, no ofreció demasiado
trabajo al juez para decretar el procesamiento con prisión por asesinato con
premeditación y alevosía.
Nemecio entre rejas, ¿consultaría el
tarot o los buzios o adivinaría la suerte de sus compañeros de celda?... Vaya
uno a saberlo.
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