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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Traición y muerte

La mañana transcurría apacible, había poco trabajo y Oscar se ponía al día con asuntos de oficina, los consabidos papeleos con extensos informes para sus superiores, cuando recibió aquella llamada que le llevaría nuevamente a la calle. Más aún, a la ruta, pues seguramente sería requerido de un apartado rincón de la campaña.

Su ex subordinado y gran amigo, había solicitado el traslado a un alejado pueblito de la campaña donde recientemente había quedado vacante el cargo de comisario. Recién casado con una lugareña, dividía su tiempo entre la comisaría y una pequeña granja donde cultivaba una huerta de arándanos y una parcela con dos líneas de olivos que recién alcanzaban algo más de un metro de alto.

Muy temprano el pueblo fue sacudido por una terrible noticia, un comerciante local había sido encontrado sin vida colgado desde una madera del techo del galpón anexo a su local comercial.

Lo que a primera vista sugería un suicidio, luego de una mirada más atenta del Comisario se transformó en un verdadero quebradero de cabeza. Un fino trazo en el cuello del comerciante no concordaba con el grosor de la cuerda de la que colgaba.

En principio y hasta no realizar la autopsia correspondiente el forense no aventuró la causa de la muerte, pero aquel trazo en el cuello del occiso motivó la llamada que recibiera Oscar.

Según los datos aportados por el Comisario Guzmán, a Oscar no le mereció ninguna duda que su presencia en Pueblo del Barro sería requerida. Así fue, al día siguiente el Jefe de Policía departamental, a sugerencia del comisario del poblado pedía su ayuda.

La ruta 26 Gral. Leandro Gómez, que une Paysandú con Melo, atravesando transversalmente al País, es soporte de un muy fluido tránsito de turistas argentinos que por esta vía ingresan a la República Federativa de Brasil, pero también de un considerable pasaje de camiones que transportan madera para las plantas de celulosa ubicadas en Fray Bentos y  Colonia. También la producción de una amplia zona agrícola ganadera del noreste usa esta ruta, amén de una pléyade de contrabandistas y traficantes de frontera,  lo que le da un bastante intenso circular de todo tipo de vehículos. A su lado y a unos sesenta kilómetros de la capital departamental de Tacuarembó y a pocos de Pueblo Ansina se encuentra el poblado asiento de la comisaría dirigida por Guzmán.

El circular por aquella ruta tan angosta, de intenso tránsito, con infinidad de curvas, repechos y bajadas y pavimento bastante descuidado, había logrado sacar de quicio al Inspector, que dejando de lado su proverbial parsimonia, no cesaba en sus recomendaciones de prudencia, que su colaborador y chofer, recibía con una socarrona sonrisa recomendándole tranquilidad.

El caserío chato, parecía más gris en aquel atardecer de pertinaz llovizna. Se extendía a ambos lados de una calle de ripio que lucía innúmeros charcos, que Oscar y Leal enfundados en sus impermeables y precedidos por Guzmán,  sorteaban con cierta dificultad en su traslado de la comisaría al comercio del occiso.

El cuerpo ya había sido retirado y se esperaba el resultado de la autopsia, mientras que el galpón donde apareciera el muerto estaba custodiado por uno de los pocos agentes que revistaban a la orden de Guzmán, con estricta orden de no permitir el ingreso de ninguna persona ajena a la investigación.

El lugar, en principio no arrojó ninguna pista que pudiera encauzar la investigación, aunque un evidente desorden en un rincón, llamó la atención de Oscar quien relevó mentalmente la ubicación de algunos trastos que lógicamente no ocupaban un lugar usual. Una caldera de tropero volcada, una llave de alambrar debajo de la misma, una tijera de esquilador y una estribera junto a una olla de hierro, además algunos trozos de madera y una pequeña planchuela de hierro, todo esparcido en aquel rincón. Tampoco pasó desapercibida para Oscar una extraña huella en el polvo que cubría el piso de hormigón, cerca de aquellos objetos y la puerta de madera compensada de un mueble hundida en su centro.

Oscar recomendó especialmente al agente que custodiaba el lugar, que aquel rincón fuera preservado exactamente como lo encontraron, además de no alterar nada en el interior del galpón y mantener la prohibición de acceso al mismo.

En virtud de que Oscar no contaba con el concurso de “la técnica”, había encargado a Leal un relevamiento fotográfico del local, con especial atención de los trastos esparcidos en aquel rincón, la puerta hundida y el espacio que separaba el mismo del lugar donde encontraron el cuerpo del comerciante.

Como la poca luz dificultaba cualquier nuevo trabajo en el galpón y antes de interrogar familiares de la víctima y empleados del comercio, Oscar quería conversar con el Comisario para empezar a enterarse de las actividades que se desarrollaban, tanto en el comercio como en el resto del pueblo, con el fin de hacerse una primaria composición de lugar y tratar de orientarse hacia algún punto de inicio de la investigación, por lo que se instaló en la Comisaría frente a un viejo pero espacioso escritorio de puro roble que presidía el despacho de Guzmán.

El comercio del occiso se dedicaba además de venta de ramos generales, que abarcaba comestibles, tienda, zapatería y otros artículos, acopiaba productos de la producción de la zona, como lana, cueros, cerda y algunos del agro, empleando tres dependientes en el despacho, dos peones que trabajan en los galpones de acopio, además de algunos peones zafrales. En cuanto a  las actividades en el pueblo eran muy pocas, un par de almacenes de pequeño porte atendidos por sus propios dueños. En uno que tenía una barra en la que recalaban al terminar sus labores diarias los peones y changadores de las estancias cercanas, empleaba a un dependiente. Un local de ferias ganaderas, que funcionaba con remates quincenales, ocupaba un administrador y algunos troperos y peones para los días de ferias; a un par de kilómetros un depósito de silos para cereales que ocupaba en forma permanente unos ocho trabajadores y en forma zafral otros cuatro o cinco generalmente en época de cosechas; un club social que funcionaba en un pequeño salón con su correspondiente cantina, en el que periódicamente se realizaban reuniones bailables, por cierto muy concurridas; una barraca de cueros, lanas y semillas con un pequeño anexo con productos veterinarios y  fitosanitarios, ocupando un total de nueve empleados que trabajaban junto a los dos socios del negocio; y finalmente, una farmacia atendida por su dueña.

Poco aportaba aquella descripción a la investigación en ciernes, pero de todas formas, Oscar quiso ahondar sobre la actividad del almacén con barra y la cantina del Club.

-Seguramente se consumen en esos lugares bebidas brasileras, ¿cómo operan los contrabandistas?

-Todos venden directamente cuando vienen de Brasil, no tienen ningún depósito en el pueblo, estacionan sus vehículos frente a esos comercios, que no son los  únicos, y hacen sus negocios. La mayoría tienen a sus clientes fijos, aunque a veces aparecen algunos que no son conocidos en el pueblo y recorren también ofreciendo sus mercaderías y realizando sus ventas.

Con aquellos datos y dado lo avanzado de la  noche, Oscar resolvió aceptar la invitación de Guzmán para cenar junto al resto del personal de la Comisaría que en el patio trasero preparaban un borrego a las brasas, para luego ocupar el pequeño dormitorio de dos camas, junto al bastante más espacioso que ocupaban los agentes de guardia.

El dormitorio asignado además de las dos camas contenía una pequeña ropería, un escritorio y dos cómodas sillas.

El cansancio del ajetreado día, no permitió que Oscar reparara en lo incómodo del colchón y durmiera plácidamente, como era su costumbre después de una opípara cena. Leal sintió el mismo placer de poder descansar sus entumecidos músculos, luego de la tensión de los más de cuatrocientos cincuenta kilómetros de manejo, por aquellas rutas en tan mal estado.

Felizmente el día amaneció luminoso y sin rastro de lluvia, anunciando un clima agradable. Luego de un muy bien servido desayuno de café con leche acompañado de pan casero recién horneado por la esposa de Guzmán, manteca,  y mermelada,  también caseras. Oscar se dispuso a iniciar su trabajo.

Luego de una atenta inspección del galpón donde comprobó que su puerta principal no contaba con ninguna cerradura, más que un simple cerrojo de hierro que se accionaba tanto desde fuera como desde su interior, como sus varias ventanas que simplemente se aseguraban con aldabas de madera no ofrecían una mínima dificultad para que cualquier persona las abriera, Oscar decidió entrevistar primero al personal del comercio y después a los familiares.

Los dos primeros dependientes fueron muy precisos y rápidos para contestar, pero el tercero desviaba sus ojos saltones de la atenta mirada de Oscar y era reticente en las contestaciones, incluso tartamudeando algunas veces, evidenciando su desagrado por el interrogatorio.

-Que… que, que si el patrón compraba contrabando… y sí, co… como todos en el pueblo. Que qui… quien lo abastecía… caaasi siempre el Rolo, un ne…negro grandote que  vie… que vieeene casi todos los martes.

-Este martes vino con otros dos tipos que se quedaron tomando caña en la camioneta. Qué sí… después se bajaron y compraron un pe… pedazo de queso y mortadela y anduvieron me…me…merodeando pooor ahí.

-No, no hace mucho… el patrón antes le compraba a otro que… que parece que no viene más o va por otro lado. O… no sé…

-O… no sé… no sé porque no le vende más. Yo… yo qué sé? No viene más y eso.

Evidentemente no tenía muchas ganas de hablar y para Oscar quedaron algunas cosas “colgando” entre aquellas pocas palabras que prendieron una luz amarilla. En el momento oportuno habría que ahondar y desentrañar la realidad de aquellos dichos.

Doña Josefa, la esposa del occiso, evidentemente bastante más joven que su difunto marido, hablaba muy quedamente, con voz suave, a veces poco audible, casi melosa. Oscar se percató inmediatamente que aquella señora no era muy sincera por lo que encauzó la breve charla a tópicos ajenos a la muerte del marido, sobre la que solamente fue referida en sus respetuosas condolencias, debiendo retirarse a fin de conocer el informe forense que según Guzmán acababa de llegar a la comisaría.

El forense fue conciso y terminante, la muerte se produjo por ahorcamiento, pero no por la cuerda de la cual pendía el cadáver.

El ahorcamiento se produjo con una cuerda fina, lisa, posiblemente un cable, que fue  cerrada desde atrás del cuerpo, sin ninguna duda por otra persona, pues claramente se marcan junto al surco a ambos lados de la parte posterior del cuello, los nudillos de las manos del homicida. Por otra parte se observa un segundo surco blando ascendente lateral, dejado por la cuerda de la que pendía.

Las claves que confirman la conclusión del forense, se pueden resumir en forma contundente con las siguientes observaciones: 1) Ahorcamiento blanco. El rostro del occiso se presenta cianótico (pálido), pues el lazo al oprimir por igual ambos lados del cuello provoca la obturación de arterias y venas produciendo isquemia cefálica, evidencia ahorcamiento simétrico que coincide con el surco duro producido por un elemento fino, duro y flexible. 2) El cuerpo pendía de una cuerda blanda en forma asimétrica (desde el costado izquierdo del cuello).

Otros detalles de la autopsia indicaban hematoma en mano derecha con escoriación en nudillos de dedos anular y mayor, corte superficial en antebrazo izquierdo y uña de dedo mayor izquierdo en parte desprendida.

La hora de la muerte, fue establecida entre las once y las doce de la noche.

Con aquel informe tan contundente, Oscar y sus colegas inician una investigación que se presenta difícil, complicada y sin pistas evidentes, lo que significará un duro trabajo.

Un interrogatorio a la esposa y a los hijos del muerto sería el próximo paso.

Celia, la hija menor, con sus primeras palabras denotó un fuerte rechazo a su madrastra.

-Mi padre vivía para el trabajo y para esa, estoy segura que no tenía ningún enemigo. Nunca dejó de amarnos, pero la mujer ocupaba su vida, cuando no estaba en el comercio. Es cierto que durante el día me veía más que a su mujer, porque mis habitaciones quedan pegadas al comercio y el resto de la casa no tiene comunicación con esta parte. Yo a cada rato iba por el comercio, a papá le gustaba mucho tomar después del almuerzo, tranquilo en su escritorio, un té que yo le preparaba con manzanilla y menta y en esos minutos charlábamos mucho. En realidad éramos muy unidos, a pesar de que yo no comulgara mucho con su mujer.

-En los últimos tiempos evitaba el almuerzo en el comedor principal y María me traía el almuerzo a mis habitaciones. Había tenido unos cambios de palabras con Josefa y prefería evitarla para no poner a papá incómodo.

-María? Si es la empleada que se encarga de la casa… No, no es la cocinera, la cocinera es Rosaura. Trabaja hasta el mediodía, limpia los trastos de la cocina y se retira. María vive acá, esa pieza que queda ahí atrás del comercio es su cuarto… tiene un baño pegado.

-Sí, María me vio nacer, nos quiere mucho y sufrió tanto cuando falleció mamá… Creo que vive acá desde que nació mi hermano. Ella vino para ayudar a mamá a cuidarlo de chiquito.

-Mi hermano? Me lleva cuatro años… es casi de la edad de la mujer de nuestro padre… No… a veces ayuda en el comercio, pero no trabaja. Cuando hay que hacer diligencias en Tacuarembó es él quién las hace, prácticamente la camioneta la maneja solamente él. Papá desde que tuvo problemas cardiacos no maneja.

-No sé, realmente no encuentro ninguna explicación para que mi padre fuera al galpón a esa hora de la noche.

Las declaraciones de Celia, con su sincera sencillez brindaron a Oscar un panorama bastante claro de la composición de la familia y en algo sus relaciones internas.

El paso siguiente era interrogar a Diego. El joven, de unos veintiocho o treinta años, lucía un cuerpo atlético, muy bien cuidado, que denunciaba horas de gimnasio, manipulando pesas y barras.
    
Antes del inicio del interrogatorio, Diego le advirtió a Oscar, que no tenía mucho tiempo porque debía ir con Rogelio a Pueblo Ansina a levantar de una agencia de cargas, mercaderías que venían desde Tacuarembó.

La forma en que lo dijo, no fue del agrado del Inspector, pero se cuidó de no darse por aludido e inició su labor con algunas preguntas sobre el movimiento del comercio, clientes, proveedores y como se desarrollaba el negocio de cueros y lanas.

-Para levantar cueros y lanas, tenemos un camión que lo maneja Rogelio, que lleva siempre un peón. Rogelio es medio tipo orquesta, tanto está en el despacho como haciendo de chofer y me acompaña cuando tenemos que ir a Tacuarembó a buscar mercaderías, también maneja el elevador.

-Que donde estuve el martes de noche? Estuve en Ansina con unos amigos. Fui temprano y llevé a Rogelio que tenía que levantar un paquete de la Agencia y aprovechó el ómnibus que va a Caraguatá para regresar.

-No, cuando regresé no vi a mi padre. Supuse que estaría durmiendo. Me enteré de lo que le pasó el miércoles temprano, cuando me despertó Rogelio para decirme lo que había pasado.


-Fui el primero de la familia que se enteró. Yo me encargué de decirles a Josefa y a mi hermana… Soy el mayor y el único hombre, es lógico que me avisaran primero a mí.

-Bueno, si no le importa, tengo que irme.

Oscar asintió, pero cuando Diego se dirigía al exterior, le preguntó a qué hora había llegado esa noche.

-A eso de las dos y media más o menos.

El Inspector suspendió los interrogatorios para volver a la Comisaría ya que Guzmán había reunido algunos datos sobre comentarios de parroquianos  de la cantina del club, que podrían tener alguna relación con la investigación.

Lo central de aquellos comentarios, era la vida disipada que llevaba Diego, esencialmente como dijera el cantinero: -Ese muchacho no se preocupaba por nada, mientras el padre se mataba trabajando, ojalá ahora madure y se ocupe de atender más los negocios de la familia.

Recabada aquella información. Oscar decidió hablar con la viuda lo antes posible, por eso de regreso al comercio se dispuso a visitarla.

Inmediatamente ingresar al living de la casa, se percató del lujo que ostentaba, nada acorde con lo visto en el resto de aquel pueblo chato y evidentemente de gente pobre, trabajadora. Muebles y adornos nuevos, todo muy moderno, no había nada que supusiera más de un par de años de antigüedad, pulcro, muy cuidada la elección de todo. La impresión de Oscar fue que aquello no pertenecía a aquel ambiente de campaña.

Solícita la dueña de casa, ordenó a María preparar un café para Oscar. –O prefiere té o alguna bebida señor Inspector?

Oscar aceptó el café y se dispuso a hurgar en aquella personalidad tan distinta a lo que se podría considerar normal en la campaña.

-No, no hace mucho que nos casamos con Alejo… Nos conocimos en casa de unos amigos comunes en Montevideo, hace unos cinco años. Yo acababa de terminar el divorcio con mi primer marido y Alejo hacía algo más de dos años que había enviudado. Al principio nos hicimos muy amigos y mantuvimos un contacto muy asiduo, a pesar de que yo seguía viviendo en la Capital. Nos hablábamos por teléfono semanalmente. Así pasamos un par de años, hasta que un día apareció por mi casa, salimos a cenar y terminamos enamorándonos, a los ocho meses nos casamos y me vine a vivir acá. Al principio fue muy difícil, extrañé bastante pero me fui adaptando a la vida de campaña.

-Si mantengo mi departamento, es donde nos alojamos cuando vamos alguno de la familia a Montevideo.

-Bueno… con Celia a veces discutimos, es una chica bastante difícil, creo que es celosa de su padre, pero nos llevamos bien.

-Con Diego… para poco en casa, la relación es normal.

-No creo que ninguno de los empleados tenga algo que ver con lo ocurrido, son todos de confianza, ya trabajaban acá cuando me casé con Alejo, salvo algunos de los peones que entraron más tarde, pero son toda gente de confianza.

Ya paladeando el café y tras agradecer a María, Oscar alaba el buen gusto por el mobiliario y sus accesorios, tratando de incitar a Josefa que se abra y hable sobre sus gustos.

Era el aliciente que la mujer necesitaba para desnudar sus apetencias.

-Cuando vine por primera vez, siendo aún novia de Alejo, me impresionó lo vetusto y antiguo del mobiliario, y me prometí a mí misma cambiarlo si nos casábamos. Felizmente él estuvo de acuerdo y con una extensión de su tarjeta me encomendó la compra de todo lo que me pareciera necesario. Diego me acompañó algunas veces a Tacuarembó para traer mis compras en su camioneta. Una vez fuimos a Montevideo Alejo, Diego y yo a comprar accesorios para toda la casa. Volvimos con la camioneta repleta de artefactos, acondicionadores de aire, trajimos tres, menaje, cristalería, manteles… hasta ropa de cama compramos ese día… Bueno… yo compraba, Alejo pagaba y Diego se encargaba de cargar junto a los empleados de los comercios.

-La verdad que fueron unos días súper agradables, porque no solo fuimos de compras, sino que también aprovechamos para que yo visitara algunas amigas… hasta fuimos a ver una película… para Alejo no fue un paseo lindo, no le gustaba el cine, pero igual nos acompañó.

La locuacidad de Josefa, era algo que al Inspector le sonaba mal, nada adecuada al momento y nada cercana a su forma melosa de hablar, pero de todas formas siguió escuchándola, aunque poco o nada aportara a la investigación.

Agotado el tema del mobiliario y luego de un breve silencio, Oscar se dispuso a regresar a su escritorio en la Comisaría para repasar los apuntes sobre las declaraciones tomadas hasta aquel momento y organizar el trabajo para la tarde, que en realidad ya había comenzado.

Cuando ya traspasaba el portal, se volvió para preguntarle si sabía el motivo de que su esposo, fuera al galpón a medianoche. La viuda, luego de un titubeo y casi desconcertada dijo que era normal que hiciera un recorrido antes de acostarse y que ella como venía con varias noches de mal dormir, había tomado un sedante y se despertó cuando Diego llamó a la puerta para avisarle de lo sucedido.

El almuerzo lo harían en el mismo local policial, pues Leal hacía un buen rato que se había adelantado para preparar una comida que evidenciara sus aptitudes culinarias, muchas veces denostada por sus compañeros en la Central, pero siempre bien paladeada por todos.

Ya mediada la tarde Oscar resolvió trasladarse hasta Pueblo Ansina, para averiguar sobre la estadía de Diego la noche del homicidio.

No fue difícil, el bar donde dijo haberse reunido con sus amigos, era el lugar más concurrido del pueblo y un atento dependiente, fue muy explícito al contestarle a Oscar.

 -Sí aquella noche Diego estuvo cenando con unos amigos, aunque a media noche salió para hacer no sé qué diligencia, volviendo después de algo más de tres cuartos de hora. Recuerdo bien porque me estuvo cargando porque el único postre que teníamos era queso y dulce de membrillo y me dijo que si fuera para eso no hubiera vuelta. Ellos siempre se reunían acá y estaban entrando y saliendo permanentemente… eran unas verdaderas balas perdidas. A veces estaban hasta que cerrábamos, y eso que cerramos tarde, a las tres o las cuatro de la madrugada.

Confirmada la presencia de Diego en el bar, Oscar resolvió ahondar en la inspección del galpón, pues aquellos trastos desparramados por el piso lo tenían muy intrigado y quería analizarlos nuevamente. Antes pasó por la Comisaría para observar nuevamente las fotografías tomadas por Leal. Allí se enteró del llamado de la Jefatura de Rivera, donde tenían detenidos al contrabandista apodado el Negro Rolo y a otro hombre que le había acompañado en su viaje el martes pasado. Era necesario hacerse a la ruta para interrogar a aquellos elementos.

Poco más de una hora y cuarenta y cinco le llevó a Leal el viaje a Rivera, manejando tranquilamente, mientras Oscar admiraba el hermoso paisaje de serranías que bordeaban la sinuosa ruta. A pesar de la gran cantidad de curvas, el pavimento estaba en mejores condiciones que la Ruta 26, lo que les permitió un viaje sin mayores contratiempos.

El Negro Rolo, se mostró bastante dispuesto a hablar con el Inspector, notándose seguro y sin ningún tipo de temor. Era contrabandista reconocido y sabiendo que su detención no tenía ninguna relación con su actividad, se sentía seguro y sus respuestas fueron muy concisas.

-Sí, con Alejo hace algo más de un año que negociamos, era un tipo muy serio, pero muy justo en los negocios, aunque tenía la costumbre de regatear siempre, aunque conmigo no conseguía mucho… Usted sabe, nosotros nos revolvemos con buenos precios por nuestros contactos en Santana, pero no tenemos margen para rebajas… La verdad que el nuestro es un trabajo duro… y arriesgado…

-No, no, ese pobre muchacho no es capaz de matar una mosca, a él le gusta husmear por todos lados… Sí, el estuvo dando vueltas por los alrededores del comercio, pero le aseguro, es un buen tipo… Yo lo llevo seguido en mis viajes, y a veces van los dos, son primos o algo así, me dan una mano cuando hay que mover bultos muy pesados… yo tengo un problema en este brazo que no me permite levantar pesos y ellos me salvan.

-Después de visitar a don Alejo, seguimos hasta Tambores y Piedra Sola, nos quedamos en la pensión de este pueblo y al día siguiente nos fuimos hasta Achar y San Gregorio y llegamos a Rivera de vuelta en la tardecita del miércoles.

-No, con el muchacho nunca hicimos negocio, es un prepotente que no sabe nada del comercio. No me gusta ese Diego… una vez me encargó un equipo de música para su camioneta, pero no se lo traje, porque para eso me tenía que adelantar parte del valor y además de no querer largar un peso me dijo un par de pavadas que casi me hacen hervir la sangre. No lo puse en su lugar por respeto a don Alejo.

Con aquellas declaraciones, Oscar creyó conveniente terminar y disponer que se les liberara, porque era evidente que no tenían nada que ver con el crimen, aunque algunos dichos del Negro Rolo, le indujeron una nueva línea de investigación, que en principio había desechado. El asesino, no estaba alejado del comercio, había que hurgar en su entorno.

De regreso al pueblo, Oscar se dedicó a analizar las fotografías, aunque no en la comisaría, sino que llevó su laptop para comprobar algunos detalles en el propio lugar.

Aquella huella en el polvo, no aparentaba un resbalón normal, había algo que no estaba claro. Siguiendo la dirección del resbalón hurgó debajo del mueble con la puerta hundida y allí encontró la explicación. Quién resbaló, lo hizo al pisar el mango de aquel destornillador y quien lo pisó usaba unas botas o botines de suela de goma, que dejaron una marca muy evidente y un pequeño trocito adherido.

Aquel descubrimiento, le permitió a Oscar deducir que el asesino fue quien resbaló luego del ataque y el occiso, en su desesperación intentó defenderse con ambas manos, tratando de agarrar la soga que le habían puesto al cuello,  con la mano izquierda rompiéndose algunas uñas  y con la mano derecha agarrar al atacante, no pudiendo porque golpeó accidentalmente el armario provocándose los hematomas y escoriaciones.

Era un paso importante, pero habría que localizar la bota del atacante, cosa que no parecía muy fácil.

En aquel momento recibió la noticia por parte del policía que custodiaba el galpón, que vio salir en la camioneta a Diego, Josefa y el empleado de los ojos saltones. Nadie sabía el destino.

En una rápida ida hasta Pueblo Ansina, Leal comprobó que no estaban en ese pueblo, pero se enteró que estuvieron cargando combustible y según el pistero, Diego le manifestó que iban para Tacuarembó.

Oscar no quería dejar ningún cabo suelto y se decidió a pedir colaboración a la policía de la capital departamental. Al poco rato ya tenía un informe bastante acabado de los lugares que habían sido visitados por el trío, aunque el empleado quedó haciendo algunas compras en una ferretería céntrica, mientras esperaba a sus patrones. La espera fue de algo más de dos horas.

Ya casi anochecía cuando llegaron los viajeros, pero el ojo avizor de Oscar a pesar la penumbra, acabó por cerrar el círculo.

Un breve cambio de ideas con Guzmán y se decidió a proceder, seguro que sus deducciones eran ciertas. Ordenó a Leal que convocara a ambos hijos del occiso, a la viuda y a Rogelio, el empleado de los ojos saltones, a una reunión en el living.

Sin más trámite, los tres investigadores se dirigieron a la casa principal y Oscar sorprendió a los presentes, cuando con un par de esposas detuvo a Diego acusándolo del asesinato de su padre, mientras que Guzmán detenía a la viuda por complicidad y Leal al empleado.

Las conclusiones de Oscar fueron tan concluyentes y su exposición tan clara, que los imputados luego de algunas negativas y la réplica contundente del Inspector, relatando hechos que evidenciaban la relación entre ellos, las deudas de Diego, el viaje a Tacuarembó de esa tarde, las reticencias del empleado que lógicamente estaba enterado de aquella relación, abatidos, terminaron por aceptar sus culpas. Solo restaba verificar si las manchas de sangre encontradas en un extremo del cable usado para el asesinato, coincidían con el ADN del detenido y si el pequeño trozo de goma coincide con la rotura de la suela de su botín derecho.

Ante el asombro de Celia, Oscar le explicó, que su hermano era el amante de la madrastra, que esa tarde había estado entre las tres y las cuatro de la tarde en el departamento que la familia tiene en la ciudad de Tacuarembó y que la suela del botín derecho de Diego había dejado el rastro en el piso y en un destornillador en el que resbalara cuando asesinó a su propio padre. Que en la desesperación su padre se golpeó contra la puerta de un aparador esparciendo varios trastos por el piso y lesionándose la mano derecha como lo dice la autopsia. Diego, más corpulento que su padre y de una musculatura  privilegiada, no tuvo ningún inconveniente para colgarlo de la soga para aparentar suicidio.  El móvil final del homicidio, no era solamente la situación amorosa, fue la principal, pero también incidió la necesidad de Diego de hacerse con la administración de la fortuna de su padre, porque mantenía fuertes deudas de juego tanto en el bar de Pueblo Ansina como en otro garito de Tacuarembó. Además era evidente para todos que Diego sentía mucho rencor por su padre, porque no le permitía manejar las cuentas de las empresas y últimamente le había limitado los retiros.

Los detenidos serían puestos a disposición del Juez Letrado de la capital departamental, donde seguramente serían procesados y encarcelados.

Alojados provisoriamente en las celdas de la comisaría, los detenidos aguardarían hasta la próxima madrugada para ser derivados a la comparecencia judicial y Oscar preparaba su regreso a la Central, inmediatamente presentara las pruebas al Magistrado.

Tal como lo predijera Oscar, Diego fue procesado con prisión por homicidio muy especialmente agravado, la mujer procesada también con prisión por complicidad en homicidio muy especialmente agravado y el empleado procesado sin prisión con medidas alternativas, por encubrimiento.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

De sanadores y charlatanes

Habían contratado en una radio local un espacio diario para difundir sus “servicios” y en aquellos quince minutos, repetían hasta el cansancio sus curas, desde el reuma hasta el cáncer, pasando por la eccema, los herpes, y todo las enfermedades por más mortales que fueren, sin olvidar el mal de amor, las limpiezas de hogares, comercios y campos, las brujerías y como librarse de ellas, como conquistar el amor o como causarle el peor mal a un enemigo. El tarot, los buzios y la brujería eran la panacea para combatir cualquier mal o enfermedad y asegurar la felicidad total.

El negocio iba viento en popa, a pesar de algunos clientes inconformes que supieron despotricar contra los sanadores en los mismos micrófonos, pero en distintos programas. A pesar también, que por causa de una mala praxis una paciente desconforme les realizara junto a un grupo de amigas y amigos un escrache que obligó a la autoridad a evacuar la calle frente al consultorio.

Lo cierto es que de la bici, pasaron a la moto, luego a un auto usado, para terminar cada uno con una cuatro x cuatro y uno de ellos, Nemecio, aparentemente nombre artístico, con unas cuantas hectáreas de campo bien poblado con bovinos, buenos caballos y produciendo otra línea de ingresos.

Al decir de muchos, el campo lo obtuvo por una limpieza de la estancia de un poderoso ganadero, que sufría desde hacía un tiempo de mal de amores, por engaños y desavenencias conyugales que terminaron con peones despedidos, vecinos repudiados y mujer llorosa pero redimida; aunque circulaban otras versiones que afirmaban que el campo fue obtenido de forma non sancta.

A partir de ahí, el sanador estanciero, no renunció a su oficio, pero se alejó un poco de la radio, dejando a su socio, Olecio, también nombre artístico, como único conductor del programa, participando espaciadamente cuando éste debía concurrir a alguna otra ciudad a desarrollar su sapiencia sanadora.

El sanador estanciero, se dedicaba algo a la sanación y de lleno al engorde de su establecimiento rural.

De esa forma continuaron sus actividades, hasta aquel mal día en que Olecio amaneció en un charco de sangre con un tajo que prácticamente le dejaba un montón de órganos al aire.

Oscar, caló su gorra, se ajustó la gabardina y se dispuso a iniciar la investigación sobre la muerte del sanador. Al llegar al consultorio además del cuerpo, horrorosamente abierto, le esperaba Leal en la puerta tratando de contener el embate del socio del muerto que pugnaba por abrazarse del cuerpo de su caro amigo.

Felizmente Leal con su corpachón no tuvo inconveniente en reducir a la impotencia regada por el llanto al pobre Nemecio, quien parecía más esmirriado que de costumbre mientras desgranaba una retahíla de maldiciones al infeliz que osó hacerle aquella barbaridad a su querido amigo y socio.

Con la presencia bastante adusta de Oscar, el sanador superviviente empezó a calmarse y pasó de las maldiciones al puro lamento, bastante exagerado según el criterio del Inspector.

En aquel momento llegaron el médico forense y el juez y a los pocos minutos un equipo de policía técnica para hacer un relevamiento del lugar.

Oscar, mientras los recién llegados realizaban su trabajo, ordenó a Leal tomarle los datos personales y dirección al lloroso curandero y pedirle que se retirara, citándolo para la mañana siguiente en su despacho.

Luego de un somero análisis de la posición y estado del cuerpo, el forense, en acuerdo con el Magistrado, resolvió ordenar el retiro del mismo para realizar la autopsia correspondiente en la morgue judicial, mientras el equipo de técnicos iniciaba su labor en la búsqueda de elementos que pudieran direccionar la investigación.

Oscar, vigilaba aquella labor desde la puerta, para luego del retiro del equipo y en soledad, realizar su análisis e imaginar con el mismo, las circunstancias en que se desarrollaron los hechos.

El lugar se mostraba en perfecto orden y no se veían a primera vista rastro de pelea o resistencia del occiso ante su asesino. Lo único que denunciaba la ocurrencia de una muerte violenta era el charco de sangre que cubría una parte del piso y algunas salpicaduras en una silla y una mesa ratona cubierta de revistas con evidentes gotas de sangre. De todas formas, la técnica analizaría aquellas salpicaduras para determinar si eran todas del mismo origen.

Lo que evidenciaba el aparente orden, era que el asesino no había entrado con violencia y era del conocimiento del occiso, tampoco se podía presumir el robo, pues sobre el escritorio, en la pieza contigua a la sala donde se encontró al occiso, en la que atendían a sus clientes, había una considerable suma de dinero, que incluía billetes de moneda uruguaya y algunos dólares americanos. En esa sala, sí, había algunos papeles evidentemente fuera de lugar; un par de hojas debajo del escritorio, una factura por compras varias tirada en un rincón y una ficha de cartulina en la que se leían algunos datos de un posible paciente, tirada bajo un banco.

Los cajones del escritorio, sí que estaban revueltos, pero en principio no se podía presumir que el desorden fuera provocado por el homicida o por el propio Olecio. En el fondo de uno de ellos, Oscar detectó una gaveta disimulada, que luego de arduo trabajo consiguió abrir para encontrar un sobre con papeles, un reloj de pulsera y un par de gemelos; de aquellos objetos, retiró el sobre para analizarlo en la Central, también de encima del escritorio retiró un teléfono celular.

Luego de su propio relevamiento del lugar, Oscar decidió cerrar y precintar ambas puertas de acceso al mismo, la principal al frente y una al fondo que daba a un pequeño patio. Luego de ello, ordenó a un detective que concurriera al domicilio de Nemecio para notificarle que estaba prohibido momentáneamente el acceso a la casa y recordarle que estaba citado para la mañana siguiente en la Seccional.

A primera hora ya tenía sobre su escritorio el informe forense y las declaraciones primarias levantadas a varios vecinos por los detectives. La muerte se produjo entre las veintiuna y veintitrés horas del día jueves y fue causada por herida de arma blanca. El arma usada, probablemente un cuchillo de hoja ancha, que según la profundidad del corte superaría los quince centímetros de largo. El corte se inicia en la zona baja del abdomen seccionando intestino grueso y afectando intestino delgado, páncreas, estómago e hígado en dirección ascendente con cierta inclinación a la derecha del cuerpo.

Para Oscar, del informe forense el principal aporte era la dirección del corte, pues le permitió deducir que el homicida era diestro y había atacado de frente.

De las declaraciones de los vecinos, dos merecieron una especial atención, la realizada por la señora Josefina y la de Venancio el vecino que vivía frente al consultorio, por lo que sus primeros pasos serían entrevistar a ambas personas.

Dio instrucciones al oficial de guardia que cuando se presentara Nemecio, lo hiciera esperar a su regreso, pues lo primero que quería hacer era interrogar a aquellos dos vecinos.

Doña Josefina, una señora elegante a pesar de sus más de sesenta años, fue muy amable con Oscar y se mostró muy decidida a colaborar en la investigación.

-No puedo creer que alguien tuviera el más mínimo motivo para hacerle eso al señor Olecio, una bellísima persona, servicial, amable, siempre dispuesto a darle una mano a cualquier vecino… Es cierto que por su trabajo tuvo algún problemita con algún cliente que no estuvo conforme, pero no para hacerle eso.

-Sí, sí, una vez hace algo de dos semanas o algo más un señor estuvo en la vereda gritándole barbaridades porque no sé qué cosa no le había dado resultado y que lo iba a matar a trompadas, y algún otro problemita de esos, pero nada más.

-Otra vez, pero de eso hace ya bastante tiempo un grupo de gente con carteles le hicieron un escrache frente al consultorio porque, según decían, había estafado en una cantidad de dólares a una señora… Sí,  a esa señora la conozco de vista, luego consigo la dirección y se la alcanzo.

-Él muchas veces se olvidaba de la yerba y me pedía una cebadura, pero al otro día me traía de regalo un paquetito de esos chiquitos que dan para dos o más, era muy generoso con todos los vecinos.

-Don Nemecio?... Sí es igual, pero no habla mucho con nosotros, pero también es un hombre bueno. Si un vecino lo ocupa para algo él nunca le dice que no y está dispuesto a ayudarnos en lo que sea. Don Olecio decía que Nemecio vivía para sus clientes, su campo y cuidar su físico, que a pesar de ser tan bajito es un toro de fuerte.

-No, no sé el nombre del señor que lo amenazó, pero don Venancio, el vecino de enfrente, creo que lo conoce, porque cuando insultó a Olecio, dijo “es un loco, pero no hace nada, yo lo conozco”.

         Sin variar mucho el tono, las declaraciones de la señora Josefina, no aportaron mucho más al Inspector, quien luego de agradecerle y pedirle que si recordara algo más le llamara, se retiró a fin de entrevistar al vecino aludido, el mismo cuya declaración previa le llamara tanto la atención.

El señor Venancio, un setentón jubilado, no tenía más ocupación que, con termo y mate, pasarse varias horas al día en la vereda de su casa charlando con cuanto vecino pasaba por la misma y cuya jovialidad era proverbial y le había permitido cosechar la amistad de todos.

Como era su costumbre, en la misma vereda que lo encontró el Inspector, se realizó la entrevista.

-Sí, los conozco muy bien a ambos, hace algunos años que ocupan esa casa como consultorio… Olecio era muy servicial con los vecinos, Nemecio más parco pero también muy buena persona… El negocio?... bah… yo no les creo nada, pero no tengo nada que decirle… era su trabajo y cada cual hace lo que sabe y le convenga…   Ah… sí, es un pobre diablo, no creo que mate una mosca… vive en una casa de frente verde enseguida del puente… no sé el nombre, le dicen el Gordo Pancho… Insultó a Olecio, porque dice que el trabajo que le hizo le salió al revés…Es pura boca, no creo que sea capaz de nada.

-No, yo no escuché nada raro, ni vi nada. Ese día Nemecio se fue tarde, como a las siete y media y yo le dije en broma que estaba trabajando mucho y él, cosa rara, vino a charlar conmigo… Lo vi nervioso, pero bien, pensé que era por su trabajo… Charlamos unos pocos minutos, de cosas del barrio y se fue apurado… tenía la camioneta estacionada a la vuelta… eso sí… siempre la estacionaba a la sombra de esos árboles… no sé, la verdad que esa tarde no… bueno, vaya uno a saber…

-Sí, volvió más tarde?... yo no lo vi, aunque cuando salí a eso de las nueve a sacar la basura, me llamó la atención una camioneta igual a la suya enseguida de la esquina, pero no sé de quién era…Sí, sí, pensé que fuera la suya… pero bueno, estaba lejos… no, no me fijé en la matrícula, ¿para qué?.

-Sí, sí… por lo menos yo creo que sí, se llevaban muy bien, parece que eran muy amigos, además de socios.

-Creo que no tienen familia, por lo menos no conozco… Dicen que Nemecio tiene una compañera en el campo, pero no la conozco.

-Olecio, vivía solo, tiene un departamento en el edificio de la otra cuadra, ahí a la vuelta… Casi siempre se iba último del consultorio… Tenía por costumbre al salir, pasar la calle a charlar un poco conmigo… No, el jueves yo entré enseguida de charlar con Nemecio, me fui a la cama temprano porque estaba algo afiebrado y con molestia en la garganta, no lo vi cuando se fue… bueno… si se fue y volvió después.

Aquel interrogatorio, hábilmente llevado por Oscar, le abría dos posibles líneas de investigación, o por lo menos explorar posibles pistas.

De regreso en la oficina lo esperaba una noticia inquietante, unas muestras de sangre obtenidas en unas revistas, no coincidían con el ADN de la víctima y en el banco de ADN de la Central no se encontró correspondencia con la misma.

Por si fuera poco, en aquel preciso instante, otro detective llegaba con un cuchillo encontrado por un hurgador en un contenedor de residuos, que por sus características podría ser el causante de la muerte de Olecio. Inmediatamente fue llevado al laboratorio para verificar si tenía rastros de sangre o huellas dactilares.

Tenía rastros de sangre, en la hoja correspondientes al occiso y en la empuñadura del mismo ADN que la encontrada en las revistas. Huellas dactilares, algunos rastros, pocos, quizá insuficientes para un reconocimiento.

Se había encontrado el arma homicida, la tarea era encontrar a quien la usara, que evidentemente tendría alguna lesión en la mano derecha causada por el mismo cuchillo al cometer la agresión.

 Nemecio, esperaba a que fuera interrogado por el Inspector que acababa de llegar, pero no estaba enterado de las novedades que le obligaría a una más larga espera, que poco a poco le acrecentaba su nerviosismo e impaciencia.

  Cuando pasó a la sala de interrogatorios, sentía las manos y las axilas húmedas por la transpiración, pero se mostró muy aplomado y seguro frente a Oscar.

-Qué cuanto tiempo?...Hace unos quince años que somos socios, nos vinimos para acá hace cuatro y siempre trabajamos juntos… Y sí, somos parasicólogos y ayudamos a la gente… Lo que pasa, es que hay tantos problemas que la gente nos busca y así, según como les vaya a cada uno, es como nos recomiendan.

-Los trabajos grande, casi siempre los hago yo, pero compartimos las ganancias. Lo mismo con lo demás, siempre dividimos las ganancias y los gastos.

-Sí, tengo un campito con algunos bichos... No, en ese campo, él no tuvo participación porque lo obtuve por un compromiso que el dueño tenía conmigo de hacía mucho tiempo. Ya teníamos relación y negocios antes de que empezáramos a trabajar juntos con Olecio. El campo no tiene nada que ver con nuestra sociedad.

-El jueves? Me fui del consultorio a eso de las siete y media… Olecio? Estaba bien… No, no noté que estuviera nervioso o que le pasara algo, tampoco me comentó nada.

-No, no volví más tarde. Nunca lo hago.

Oscar, suspendió el interrogatorio, pues debía realizar unas diligencias urgentes, advirtiendo al parasicólogo que posiblemente tuviera que hablar nuevamente con él, por lo que le pidió que si pensaba salir de la ciudad tuviera el cuidado de avisarle.

Una de las diligencias era averiguar con los vecinos de la cuadra siguiente al consultorio, si conocían la camioneta que estuvo estacionada a eso de las nueve de la noche del día jueves a pocos metros de la esquina. Nadie la vio.

Sí, tuvo más suerte con el Gordo Pancho. Estaba en su domicilio y no se mostró reacio a hablar.

-Era un verdadero chanta, a mi me hizo el cuento que me habían puesto una brujería y por eso andaba mal y que él me curaba. La verdad que me sacó más de doscientos dólares y era todo un cuento, resulta que me había agarrado parásitos en el intestino y ese era todo mi mal. Un día, cansado fui al médico, pero uno de verdad, y me revisó, me mandó un análisis de materia y después me recetó unas pastillas de Piperazina y en dos días había echado las lombrices y estaba como nuevo. Pero me vino la viaraza y me fui hasta el consultorio y lo relajé todo. Y sabe, me vine liberado, había descargado toda la bronca. Al fin, era un pobre tipo que se ganaba la vida de esa forma… y la verdad que hay tantos…

-El jueves, pasé en casa, justo era el cumple de mi hijo y vinieron algunos amigos a festejarlo, estuvimos de cantarola hasta la madrugada… No pensará que fui yo quien ejecutó al pobre diablo… si quiere puede averiguar con la gente que estuvo esa noche en casa, ¿le doy los nombres?

No era necesario, Oscar no tuvo dudas que el hombre no mentía y percibió que aún tenía algo más que agregar, por lo que lo instó a que le dijera algo que considerara conveniente a su investigación.

-En realidad no tengo nada que decir, lo único es que me parece que aquella sociedad no funcionaba bien, aquel par no eran de fiar… bueno, digo porque conmigo no se portaron bien, aunque el estanciero vino a buscarme a los pocos días del encontronazo que tuve con el muerto, diciéndome que no me preocupara por lo pasado, que su socio a veces se pasaba de rosca y me preguntó cuánto le había pagado por el trabajo… Le dije y no me hizo ningún comentario más… A mí me pareció que desconfiaba del socio.

De regreso a la Central, Oscar encontró en su escritorio anotado con una muy cuidada caligrafía la dirección de la mujer que liderara el escrache contra el parasicólogo. Lo había llevado la señora Josefina, tal como se lo prometiera.

Era un barrio apartado, pero como se trataba de un testimonio que podía ser importante, con Leal al volante del viejo Peugeot de la Seccional, se dirigió a entrevistar a la mujer.

Fue un hueso duro de roer. Al principio la mujer negó haber hecho tal escrache, pero luego de la insistencia de Oscar y convencida de que el Inspector estaba bien enterado del hecho, optó por hablar.

-Yo fui estafada por el tal Nemecio y su cómplice, me prometieron un mundo de cosas, me sacaron todo lo que pudieron, hasta tuve que vender un kiosco que tenía ahí al frente para poder pagarles… El Nemecio es el más vivo, me convenció que si yo cumplía con ellos, el me haría un trabajo para que yo entrara de empleada en una oficina de la Intendencia. El muy cara dura me dijo que hablara con el secretario del Intendente que lo mío ya estaba encaminado y que tuviera fe que el trabajo daba resultado. Fui, pasaron unos cuantos días para que me dieran la audiencia y cuando me recibió el secretario me dijo que me anotaba, pero que no era nada seguro, que conocía a Nemecio porque él con el otro parasicólogo  alquilaban una casa de su hermana.

-Lo cierto que nunca había hablado con el secretario, pero a mí me dijo que no precisaba, que el trabajo que estaba haciendo era suficiente y que en un par de meses me llamaban.

-Pero pasó el tiempo y cuando ya no tenía más plata para darles me salieron con que si yo no colaboraba el trabajo de ellos no daría resultados… y se me vinieron los indios a la cabeza y con unos amigos les hicimos una cacerolada en la puerta, pero no pasó de eso… Sí, la policía intervino porque éramos muchos y al ocupar la calle se paró el tránsito. Después me pasó la calentura y dejé todo quieto, porque ¿qué iba hacer?, no los iba a denunciar, si yo no tenía pruebas… nunca me dieron ningún recibo de la plata.

-Eso fue todo… y bueno… si alguien le dio un tiro, será porque se lo buscó…

-Ah, una puñalada, es lo mismo.

A Oscar no le aportó mucho para la investigación, pero servía bastante para catalogar un poco más al muerto y su socio. Era normal, en aquella actividad debía haber muchos disconformes, pero para llegar al asesinato debía ser algo muy grande, una estafa importante.

De regreso, se dedicó con su asistente a cotejar declaraciones y atar cabos que aparecían sueltos, pero que tenían cierta correspondencia. Según un vecino en los últimos tiempos Nemecio iba al consultorio solo por la tardecita, mientras que Olecio no cambiaba su rutina y diariamente a las ocho de la mañana estaba abriendo la puerta principal para atender a sus clientes. Según sus dichos, este vecino aseguraba que Olecio discrepaba con el socio porque se dedicaba más al campo que al consultorio, aunque aseguraba que por su carácter era impensable que lo confrontara.

Junto a las declaraciones, el contenido del sobre que Oscar encontrara en la gaveta secreta del escritorio, se destacaba por los sellos y timbres que contienen las escrituras públicas, y a su lado el celular en el que se registraba la última llamada recibida el día jueves a las veinte horas y cuarenta y ocho minutos.

Otros conceptos vertidos por los vecinos y aquellos dos elementos que destacaban en su escritorio, habían inclinado a Oscar a seguir con más ahínco una línea de investigación. Si bien ambos parasicólogos mantenían una buena relación con los vecinos, no se les conocía amigos o personas de su confianza para realizarles visitas que no fueran por las consultas, lo que reducía significativamente los posibles sospechosos. En realidad no encontraban un sospechoso entre los clientes.

Aquel estado de las investigaciones obligó a Oscar a tomar una decisión, que se sustentaba casi únicamente en su intuición de detective, aquella escritura, la hora y el origen de la última llamada registrada en el celular y algo que había palpado en  la mano de Nemecio al despedirse cuando le tomara declaración, pero no tenía la seguridad de qué era.

Con aquellos pocos elementos se apersonó al Juez de la causa para solicitarle una orden de cateo y detención, que solamente por sus antecedentes le fue concedida, pues elementos de convicción suficientes no tenía.

Con la orden judicial se dirigieron con Leal a la ruta que llevaba al campo de Nemecio.

Si bien el parasicólogo estanciero no se mostró sorprendido, no pudo disimular cierto apremio al ver bajarse del Peugeot al Inspector.

Luego de un breve saludo, Oscar inquirió sobre el estado del corte de la mano derecha del sanador, quien sorprendido negó que tuviera alguna lesión, por lo que el Inspector le preguntó el motivo por el que el día que concurriera a declarar en la Central llevaba un apósito adhesivo en el interior de la mano derecha.

Luego de un momento de indecisión aceptó que se había herido con un alambre, pero que había sido muy poca cosa y que el apósito se lo había puesto a fin de no mancharse con algo de sangre que pudiera salir por el rasguño.

El Inspector arremetió con convicción, acusándolo formalmente del homicidio de su socio, para hacerse de la totalidad del departamento que habían adquirido juntos y su valor superaba los quinientos mil dólares, sobre el que tenía derecho de uso y usufructo de por vida el occiso. Concomitantemente, Leal inspeccionaba la casa, tal como lo establecía la orden de cateo y desde la cocina levantaba un set de cuchillos, del cual faltaba una unidad.

Nemecio negó rotundamente tal acusación, pero la carga de pruebas que expresó el Inspector haber reunido, hicieron flaquear al acusado que al final solamente su lloriqueo fue la oposición a la detención, aunque seguía aferrado a su declaración de inocencia.

Esposado y lloroso llegó a la Central custodiado por el Inspector y su ayudante, para contestar un largo listado de preguntas, que finalmente le doblegaron aceptando la autoría del delito.

Para iniciar el interrogatorio, Oscar le espetó sin más preámbulo, que a las veinte y cuarenta y ocho del día jueves llamó al celular del occiso para anunciarle su llegada al consultorio, que en ese momento estacionaba su camioneta en la cuadra siguiente al consultorio. Cuando el occiso, tras cerrar la puerta se volvía, recibió la agresión de su parte, sin tener ninguna posibilidad de defensa y que el motivo fue su necesidad de dinero.

Como descargo o justificación no tuvo recato en acusar al muerto de querer estafarlo con los ingresos que obtenían en el consultorio y que él apremiado por obligaciones en su actividad rural, pretendió exigirle la regularización, pero lo que consiguió fue la agresión y que para defenderse no tuvo más remedio que hacerlo con un cuchillo que había en el consultorio. Otra mentira, pues el cuchillo era el faltante del set retirado por Leal, evidenciando la alevosía y premeditación.

Solo restaba, y casi como un accesorio sin mucha importancia por la contundencia de las declaraciones y demás pruebas, un análisis del ADN del detenido para cotejarlo con el de las gotas de sangre obtenidas de las revistas y los rastros del mango del cuchillo.

Realmente este caso, no ofreció demasiado trabajo al juez para decretar el procesamiento con prisión por asesinato con premeditación y alevosía.

Nemecio entre rejas, ¿consultaría el tarot o los buzios o adivinaría la suerte de sus compañeros de celda?... Vaya uno a saberlo.