La mañana transcurría apacible, había
poco trabajo y Oscar se ponía al día con asuntos de oficina, los consabidos
papeleos con extensos informes para sus superiores, cuando recibió aquella
llamada que le llevaría nuevamente a la calle. Más aún, a la ruta, pues seguramente
sería requerido de un apartado rincón de la campaña.
Su ex subordinado y gran amigo, había
solicitado el traslado a un alejado pueblito de la campaña donde recientemente
había quedado vacante el cargo de comisario. Recién casado con una lugareña,
dividía su tiempo entre la comisaría y una pequeña granja donde cultivaba una
huerta de arándanos y una parcela con dos líneas de olivos que recién
alcanzaban algo más de un metro de alto.
Muy temprano el pueblo fue sacudido por
una terrible noticia, un comerciante local había sido encontrado sin vida
colgado desde una madera del techo del galpón anexo a su local comercial.
Lo que a primera vista sugería un
suicidio, luego de una mirada más atenta del Comisario se transformó en un
verdadero quebradero de cabeza. Un fino trazo en el cuello del comerciante no
concordaba con el grosor de la cuerda de la que colgaba.
En principio y hasta no realizar la
autopsia correspondiente el forense no aventuró la causa de la muerte, pero
aquel trazo en el cuello del occiso motivó la llamada que recibiera Oscar.
Según los datos aportados por el
Comisario Guzmán, a Oscar no le mereció ninguna duda que su presencia en Pueblo
del Barro sería requerida. Así fue, al día siguiente el Jefe de Policía
departamental, a sugerencia del comisario del poblado pedía su ayuda.
La ruta 26 Gral. Leandro Gómez, que une
Paysandú con Melo, atravesando transversalmente al País, es soporte de un muy
fluido tránsito de turistas argentinos que por esta vía ingresan a la República
Federativa de Brasil, pero también de un considerable pasaje de camiones que
transportan madera para las plantas de celulosa ubicadas en Fray Bentos y Colonia. También la producción de una amplia
zona agrícola ganadera del noreste usa esta ruta, amén de una pléyade de contrabandistas
y traficantes de frontera, lo que le da
un bastante intenso circular de todo tipo de vehículos. A su lado y a unos sesenta
kilómetros de la capital departamental de Tacuarembó y a pocos de Pueblo Ansina
se encuentra el poblado asiento de la comisaría dirigida por Guzmán.
El circular por aquella ruta tan angosta,
de intenso tránsito, con infinidad de curvas, repechos y bajadas y pavimento
bastante descuidado, había logrado sacar de quicio al Inspector, que dejando de
lado su proverbial parsimonia, no cesaba en sus recomendaciones de prudencia,
que su colaborador y chofer, recibía con una socarrona sonrisa recomendándole
tranquilidad.
El caserío chato, parecía más gris en
aquel atardecer de pertinaz llovizna. Se extendía a ambos lados de una calle de
ripio que lucía innúmeros charcos, que Oscar y Leal enfundados en sus impermeables
y precedidos por Guzmán, sorteaban con
cierta dificultad en su traslado de la comisaría al comercio del occiso.
El cuerpo ya había sido retirado y se
esperaba el resultado de la autopsia, mientras que el galpón donde apareciera
el muerto estaba custodiado por uno de los pocos agentes que revistaban a la
orden de Guzmán, con estricta orden de no permitir el ingreso de ninguna
persona ajena a la investigación.
El lugar, en principio no arrojó ninguna
pista que pudiera encauzar la investigación, aunque un evidente desorden en un
rincón, llamó la atención de Oscar quien relevó mentalmente la ubicación de
algunos trastos que lógicamente no ocupaban un lugar usual. Una caldera de
tropero volcada, una llave de alambrar debajo de la misma, una tijera de
esquilador y una estribera junto a una olla de hierro, además algunos trozos de
madera y una pequeña planchuela de hierro, todo esparcido en aquel rincón.
Tampoco pasó desapercibida para Oscar una extraña huella en el polvo que cubría
el piso de hormigón, cerca de aquellos objetos y la puerta de madera compensada
de un mueble hundida en su centro.
Oscar recomendó especialmente al agente
que custodiaba el lugar, que aquel rincón fuera preservado exactamente como lo
encontraron, además de no alterar nada en el interior del galpón y mantener la
prohibición de acceso al mismo.
En virtud de que Oscar no contaba con el
concurso de “la técnica”, había encargado a Leal un relevamiento fotográfico
del local, con especial atención de los trastos esparcidos en aquel rincón, la
puerta hundida y el espacio que separaba el mismo del lugar donde encontraron
el cuerpo del comerciante.
Como la poca luz dificultaba cualquier
nuevo trabajo en el galpón y antes de interrogar familiares de la víctima y
empleados del comercio, Oscar quería conversar con el Comisario para empezar a
enterarse de las actividades que se desarrollaban, tanto en el comercio como en
el resto del pueblo, con el fin de hacerse una primaria composición de lugar y
tratar de orientarse hacia algún punto de inicio de la investigación, por lo
que se instaló en la Comisaría frente a un viejo pero espacioso escritorio de
puro roble que presidía el despacho de Guzmán.
El comercio del occiso se dedicaba además
de venta de ramos generales, que abarcaba comestibles, tienda, zapatería y
otros artículos, acopiaba productos de la producción de la zona, como lana,
cueros, cerda y algunos del agro, empleando tres dependientes en el despacho,
dos peones que trabajan en los galpones de acopio, además de algunos peones
zafrales. En cuanto a las actividades en
el pueblo eran muy pocas, un par de almacenes de pequeño porte atendidos por
sus propios dueños. En uno que tenía una barra en la que recalaban al terminar
sus labores diarias los peones y changadores de las estancias cercanas,
empleaba a un dependiente. Un local de ferias ganaderas, que funcionaba con
remates quincenales, ocupaba un administrador y algunos troperos y peones para
los días de ferias; a un par de kilómetros un depósito de silos para cereales
que ocupaba en forma permanente unos ocho trabajadores y en forma zafral otros
cuatro o cinco generalmente en época de cosechas; un club social que funcionaba
en un pequeño salón con su correspondiente cantina, en el que periódicamente se
realizaban reuniones bailables, por cierto muy concurridas; una barraca de
cueros, lanas y semillas con un pequeño anexo con productos veterinarios y fitosanitarios, ocupando un total de nueve
empleados que trabajaban junto a los dos socios del negocio; y finalmente, una
farmacia atendida por su dueña.
Poco aportaba aquella descripción a la
investigación en ciernes, pero de todas formas, Oscar quiso ahondar sobre la
actividad del almacén con barra y la cantina del Club.
-Seguramente se consumen en esos lugares
bebidas brasileras, ¿cómo operan los contrabandistas?
-Todos venden directamente cuando vienen
de Brasil, no tienen ningún depósito en el pueblo, estacionan sus vehículos
frente a esos comercios, que no son los
únicos, y hacen sus negocios. La mayoría tienen a sus clientes fijos,
aunque a veces aparecen algunos que no son conocidos en el pueblo y recorren
también ofreciendo sus mercaderías y realizando sus ventas.
Con aquellos datos y dado lo avanzado de
la noche, Oscar resolvió aceptar la
invitación de Guzmán para cenar junto al resto del personal de la Comisaría que
en el patio trasero preparaban un borrego a las brasas, para luego ocupar el
pequeño dormitorio de dos camas, junto al bastante más espacioso que ocupaban
los agentes de guardia.
El dormitorio asignado además de las dos
camas contenía una pequeña ropería, un escritorio y dos cómodas sillas.
El cansancio del ajetreado día, no
permitió que Oscar reparara en lo incómodo del colchón y durmiera plácidamente,
como era su costumbre después de una opípara cena. Leal sintió el mismo placer
de poder descansar sus entumecidos músculos, luego de la tensión de los más de
cuatrocientos cincuenta kilómetros de manejo, por aquellas rutas en tan mal
estado.
Felizmente el día amaneció luminoso y sin
rastro de lluvia, anunciando un clima agradable. Luego de un muy bien servido
desayuno de café con leche acompañado de pan casero recién horneado por la
esposa de Guzmán, manteca, y mermelada, también caseras. Oscar se dispuso a iniciar su
trabajo.
Luego de una atenta inspección del
galpón donde comprobó que su puerta principal no contaba con ninguna cerradura,
más que un simple cerrojo de hierro que se accionaba tanto desde fuera como
desde su interior, como sus varias ventanas que simplemente se aseguraban con
aldabas de madera no ofrecían una mínima dificultad para que cualquier persona
las abriera, Oscar decidió entrevistar primero al personal del comercio y
después a los familiares.
Los dos primeros dependientes fueron muy
precisos y rápidos para contestar, pero el tercero desviaba sus ojos saltones
de la atenta mirada de Oscar y era reticente en las contestaciones, incluso
tartamudeando algunas veces, evidenciando su desagrado por el interrogatorio.
-Que… que, que si el patrón compraba
contrabando… y sí, co… como todos en el pueblo. Que qui… quien lo abastecía…
caaasi siempre el Rolo, un ne…negro grandote que vie… que vieeene casi todos los martes.
-Este martes vino con otros dos tipos que
se quedaron tomando caña en la camioneta. Qué sí… después se bajaron y
compraron un pe… pedazo de queso y mortadela y anduvieron me…me…merodeando
pooor ahí.
-No, no hace mucho… el patrón antes le
compraba a otro que… que parece que no viene más o va por otro lado. O… no sé…
-O… no sé… no sé porque no le vende más.
Yo… yo qué sé? No viene más y eso.
Evidentemente no tenía muchas ganas de
hablar y para Oscar quedaron algunas cosas “colgando” entre aquellas pocas
palabras que prendieron una luz amarilla. En el momento oportuno habría que
ahondar y desentrañar la realidad de aquellos dichos.
Doña Josefa, la esposa del occiso,
evidentemente bastante más joven que su difunto marido, hablaba muy quedamente,
con voz suave, a veces poco audible, casi melosa. Oscar se percató
inmediatamente que aquella señora no era muy sincera por lo que encauzó la
breve charla a tópicos ajenos a la muerte del marido, sobre la que solamente
fue referida en sus respetuosas condolencias, debiendo retirarse a fin de
conocer el informe forense que según Guzmán acababa de llegar a la comisaría.
El forense fue conciso y terminante, la
muerte se produjo por ahorcamiento, pero no por la cuerda de la cual pendía el
cadáver.
El ahorcamiento se produjo con una cuerda
fina, lisa, posiblemente un cable, que fue
cerrada desde atrás del cuerpo, sin ninguna duda por otra persona, pues
claramente se marcan junto al surco a ambos lados de la parte posterior del
cuello, los nudillos de las manos del homicida. Por otra parte se observa un
segundo surco blando ascendente lateral, dejado por la cuerda de la que pendía.
Las claves que confirman la conclusión
del forense, se pueden resumir en forma contundente con las siguientes
observaciones: 1) Ahorcamiento blanco. El rostro del occiso se presenta
cianótico (pálido), pues el lazo al oprimir por igual ambos lados del cuello
provoca la obturación de arterias y venas produciendo isquemia cefálica,
evidencia ahorcamiento simétrico que coincide con el surco duro producido por
un elemento fino, duro y flexible. 2) El cuerpo pendía de una cuerda blanda en
forma asimétrica (desde el costado izquierdo del cuello).
Otros detalles de la autopsia indicaban
hematoma en mano derecha con escoriación en nudillos de dedos anular y mayor,
corte superficial en antebrazo izquierdo y uña de dedo mayor izquierdo en parte
desprendida.
La hora de la muerte, fue establecida
entre las once y las doce de la noche.
Con aquel informe tan contundente, Oscar
y sus colegas inician una investigación que se presenta difícil, complicada y
sin pistas evidentes, lo que significará un duro trabajo.
Un interrogatorio a la esposa y a los
hijos del muerto sería el próximo paso.
Celia, la hija menor, con sus primeras
palabras denotó un fuerte rechazo a su madrastra.
-Mi padre vivía para el trabajo y para
esa, estoy segura que no tenía ningún enemigo. Nunca dejó de amarnos, pero la
mujer ocupaba su vida, cuando no estaba en el comercio. Es cierto que durante
el día me veía más que a su mujer, porque mis habitaciones quedan pegadas al
comercio y el resto de la casa no tiene comunicación con esta parte. Yo a cada
rato iba por el comercio, a papá le gustaba mucho tomar después del almuerzo,
tranquilo en su escritorio, un té que yo le preparaba con manzanilla y menta y
en esos minutos charlábamos mucho. En realidad éramos muy unidos, a pesar de
que yo no comulgara mucho con su mujer.
-En los últimos tiempos evitaba el
almuerzo en el comedor principal y María me traía el almuerzo a mis
habitaciones. Había tenido unos cambios de palabras con Josefa y prefería
evitarla para no poner a papá incómodo.
-María? Si es la empleada que se encarga
de la casa… No, no es la cocinera, la cocinera es Rosaura. Trabaja hasta el
mediodía, limpia los trastos de la cocina y se retira. María vive acá, esa
pieza que queda ahí atrás del comercio es su cuarto… tiene un baño pegado.
-Sí, María me vio nacer, nos quiere mucho
y sufrió tanto cuando falleció mamá… Creo que vive acá desde que nació mi
hermano. Ella vino para ayudar a mamá a cuidarlo de chiquito.
-Mi hermano? Me lleva cuatro años… es
casi de la edad de la mujer de nuestro padre… No… a veces ayuda en el comercio,
pero no trabaja. Cuando hay que hacer diligencias en Tacuarembó es él quién las
hace, prácticamente la camioneta la maneja solamente él. Papá desde que tuvo
problemas cardiacos no maneja.
-No sé, realmente no encuentro ninguna
explicación para que mi padre fuera al galpón a esa hora de la noche.
Las declaraciones de Celia, con su
sincera sencillez brindaron a Oscar un panorama bastante claro de la
composición de la familia y en algo sus relaciones internas.
El paso siguiente era interrogar a Diego.
El joven, de unos veintiocho o treinta años, lucía un cuerpo atlético, muy bien
cuidado, que denunciaba horas de gimnasio, manipulando pesas y barras.
Antes del inicio del interrogatorio,
Diego le advirtió a Oscar, que no tenía mucho tiempo porque debía ir con
Rogelio a Pueblo Ansina a levantar de una agencia de cargas, mercaderías que
venían desde Tacuarembó.
La forma en que lo dijo, no fue del
agrado del Inspector, pero se cuidó de no darse por aludido e inició su labor
con algunas preguntas sobre el movimiento del comercio, clientes, proveedores y
como se desarrollaba el negocio de cueros y lanas.
-Para levantar cueros y lanas, tenemos un
camión que lo maneja Rogelio, que lleva siempre un peón. Rogelio es medio tipo
orquesta, tanto está en el despacho como haciendo de chofer y me acompaña
cuando tenemos que ir a Tacuarembó a buscar mercaderías, también maneja el elevador.
-Que donde estuve el martes de noche?
Estuve en Ansina con unos amigos. Fui temprano y llevé a Rogelio que tenía que levantar
un paquete de la Agencia y aprovechó el ómnibus que va a Caraguatá para
regresar.
-No, cuando regresé no vi a mi padre. Supuse
que estaría durmiendo. Me enteré de lo que le pasó el miércoles temprano,
cuando me despertó Rogelio para decirme lo que había pasado.
-Fui el primero de la familia que se
enteró. Yo me encargué de decirles a Josefa y a mi hermana… Soy el mayor y el único
hombre, es lógico que me avisaran primero a mí.
-Bueno, si no le importa, tengo que irme.
Oscar asintió, pero cuando Diego se
dirigía al exterior, le preguntó a qué hora había llegado esa noche.
-A eso de las dos y media más o menos.
El Inspector suspendió los
interrogatorios para volver a la Comisaría ya que Guzmán había reunido algunos
datos sobre comentarios de parroquianos de
la cantina del club, que podrían tener alguna relación con la investigación.
Lo central de aquellos comentarios, era
la vida disipada que llevaba Diego, esencialmente como dijera el cantinero:
-Ese muchacho no se preocupaba por nada, mientras el padre se mataba
trabajando, ojalá ahora madure y se ocupe de atender más los negocios de la
familia.
Recabada aquella información. Oscar
decidió hablar con la viuda lo antes posible, por eso de regreso al comercio se
dispuso a visitarla.
Inmediatamente ingresar al living de la
casa, se percató del lujo que ostentaba, nada acorde con lo visto en el resto
de aquel pueblo chato y evidentemente de gente pobre, trabajadora. Muebles y
adornos nuevos, todo muy moderno, no había nada que supusiera más de un par de
años de antigüedad, pulcro, muy cuidada la elección de todo. La impresión de
Oscar fue que aquello no pertenecía a aquel ambiente de campaña.
Solícita la dueña de casa, ordenó a María
preparar un café para Oscar. –O prefiere té o alguna bebida señor Inspector?
Oscar aceptó el café y se dispuso a
hurgar en aquella personalidad tan distinta a lo que se podría considerar normal
en la campaña.
-No, no hace mucho que nos casamos con
Alejo… Nos conocimos en casa de unos amigos comunes en Montevideo, hace unos cinco
años. Yo acababa de terminar el divorcio con mi primer marido y Alejo hacía
algo más de dos años que había enviudado. Al principio nos hicimos muy amigos y
mantuvimos un contacto muy asiduo, a pesar de que yo seguía viviendo en la
Capital. Nos hablábamos por teléfono semanalmente. Así pasamos un par de años,
hasta que un día apareció por mi casa, salimos a cenar y terminamos
enamorándonos, a los ocho meses nos casamos y me vine a vivir acá. Al principio
fue muy difícil, extrañé bastante pero me fui adaptando a la vida de campaña.
-Si mantengo mi departamento, es donde
nos alojamos cuando vamos alguno de la familia a Montevideo.
-Bueno… con Celia a veces discutimos, es
una chica bastante difícil, creo que es celosa de su padre, pero nos llevamos
bien.
-Con Diego… para poco en casa, la
relación es normal.
-No creo que ninguno de los empleados
tenga algo que ver con lo ocurrido, son todos de confianza, ya trabajaban acá
cuando me casé con Alejo, salvo algunos de los peones que entraron más tarde,
pero son toda gente de confianza.
Ya paladeando el café y tras agradecer a
María, Oscar alaba el buen gusto por el mobiliario y sus accesorios, tratando
de incitar a Josefa que se abra y hable sobre sus gustos.
Era el aliciente que la mujer necesitaba
para desnudar sus apetencias.
-Cuando vine por primera vez, siendo aún
novia de Alejo, me impresionó lo vetusto y antiguo del mobiliario, y me prometí
a mí misma cambiarlo si nos casábamos. Felizmente él estuvo de acuerdo y con
una extensión de su tarjeta me encomendó la compra de todo lo que me pareciera
necesario. Diego me acompañó algunas veces a Tacuarembó para traer mis compras
en su camioneta. Una vez fuimos a Montevideo Alejo, Diego y yo a comprar
accesorios para toda la casa. Volvimos con la camioneta repleta de artefactos,
acondicionadores de aire, trajimos tres, menaje, cristalería, manteles… hasta
ropa de cama compramos ese día… Bueno… yo compraba, Alejo pagaba y Diego se
encargaba de cargar junto a los empleados de los comercios.
-La verdad que fueron unos días súper
agradables, porque no solo fuimos de compras, sino que también aprovechamos
para que yo visitara algunas amigas… hasta fuimos a ver una película… para
Alejo no fue un paseo lindo, no le gustaba el cine, pero igual nos acompañó.
La locuacidad de Josefa, era algo que al
Inspector le sonaba mal, nada adecuada al momento y nada cercana a su forma
melosa de hablar, pero de todas formas siguió escuchándola, aunque poco o nada
aportara a la investigación.
Agotado el tema del mobiliario y luego de
un breve silencio, Oscar se dispuso a regresar a su escritorio en la Comisaría
para repasar los apuntes sobre las declaraciones tomadas hasta aquel momento y
organizar el trabajo para la tarde, que en realidad ya había comenzado.
Cuando ya traspasaba el portal, se volvió
para preguntarle si sabía el motivo de que su esposo, fuera al galpón a medianoche.
La viuda, luego de un titubeo y casi desconcertada dijo que era normal que
hiciera un recorrido antes de acostarse y que ella como venía con varias noches
de mal dormir, había tomado un sedante y se despertó cuando Diego llamó a la
puerta para avisarle de lo sucedido.
El almuerzo lo harían en el mismo local
policial, pues Leal hacía un buen rato que se había adelantado para preparar
una comida que evidenciara sus aptitudes culinarias, muchas veces denostada por
sus compañeros en la Central, pero siempre bien paladeada por todos.
Ya mediada la tarde Oscar resolvió
trasladarse hasta Pueblo Ansina, para averiguar sobre la estadía de Diego la
noche del homicidio.
No fue difícil, el bar donde dijo haberse
reunido con sus amigos, era el lugar más concurrido del pueblo y un atento
dependiente, fue muy explícito al contestarle a Oscar.
-Sí aquella noche Diego estuvo cenando con
unos amigos, aunque a media noche salió para hacer no sé qué diligencia,
volviendo después de algo más de tres cuartos de hora. Recuerdo bien porque me
estuvo cargando porque el único postre que teníamos era queso y dulce de
membrillo y me dijo que si fuera para eso no hubiera vuelta. Ellos siempre se
reunían acá y estaban entrando y saliendo permanentemente… eran unas verdaderas
balas perdidas. A veces estaban hasta que cerrábamos, y eso que cerramos tarde,
a las tres o las cuatro de la madrugada.
Confirmada la presencia de Diego en el
bar, Oscar resolvió ahondar en la inspección del galpón, pues aquellos trastos
desparramados por el piso lo tenían muy intrigado y quería analizarlos
nuevamente. Antes pasó por la Comisaría para observar nuevamente las
fotografías tomadas por Leal. Allí se enteró del llamado de la Jefatura de
Rivera, donde tenían detenidos al contrabandista apodado el Negro Rolo y a otro
hombre que le había acompañado en su viaje el martes pasado. Era necesario
hacerse a la ruta para interrogar a aquellos elementos.
Poco más de una hora y cuarenta y cinco
le llevó a Leal el viaje a Rivera, manejando tranquilamente, mientras Oscar
admiraba el hermoso paisaje de serranías que bordeaban la sinuosa ruta. A pesar
de la gran cantidad de curvas, el pavimento estaba en mejores condiciones que
la Ruta 26, lo que les permitió un viaje sin mayores contratiempos.
El Negro Rolo, se mostró bastante
dispuesto a hablar con el Inspector, notándose seguro y sin ningún tipo de
temor. Era contrabandista reconocido y sabiendo que su detención no tenía
ninguna relación con su actividad, se sentía seguro y sus respuestas fueron muy
concisas.
-Sí, con Alejo hace algo más de un año
que negociamos, era un tipo muy serio, pero muy justo en los negocios, aunque
tenía la costumbre de regatear siempre, aunque conmigo no conseguía mucho…
Usted sabe, nosotros nos revolvemos con buenos precios por nuestros contactos
en Santana, pero no tenemos margen para rebajas… La verdad que el nuestro es un
trabajo duro… y arriesgado…
-No, no, ese pobre muchacho no es capaz
de matar una mosca, a él le gusta husmear por todos lados… Sí, el estuvo dando
vueltas por los alrededores del comercio, pero le aseguro, es un buen tipo… Yo
lo llevo seguido en mis viajes, y a veces van los dos, son primos o algo así,
me dan una mano cuando hay que mover bultos muy pesados… yo tengo un problema
en este brazo que no me permite levantar pesos y ellos me salvan.
-Después de visitar a don Alejo, seguimos
hasta Tambores y Piedra Sola, nos quedamos en la pensión de este pueblo y al
día siguiente nos fuimos hasta Achar y San Gregorio y llegamos a Rivera de
vuelta en la tardecita del miércoles.
-No, con el muchacho nunca hicimos
negocio, es un prepotente que no sabe nada del comercio. No me gusta ese Diego…
una vez me encargó un equipo de música para su camioneta, pero no se lo traje,
porque para eso me tenía que adelantar parte del valor y además de no querer
largar un peso me dijo un par de pavadas que casi me hacen hervir la sangre. No
lo puse en su lugar por respeto a don Alejo.
Con aquellas declaraciones, Oscar creyó
conveniente terminar y disponer que se les liberara, porque era evidente que no
tenían nada que ver con el crimen, aunque algunos dichos del Negro Rolo, le
indujeron una nueva línea de investigación, que en principio había desechado.
El asesino, no estaba alejado del comercio, había que hurgar en su entorno.
De regreso al pueblo, Oscar se dedicó a
analizar las fotografías, aunque no en la comisaría, sino que llevó su laptop
para comprobar algunos detalles en el propio lugar.
Aquella huella en el polvo, no aparentaba
un resbalón normal, había algo que no estaba claro. Siguiendo la dirección del
resbalón hurgó debajo del mueble con la puerta hundida y allí encontró la
explicación. Quién resbaló, lo hizo al pisar el mango de aquel destornillador y
quien lo pisó usaba unas botas o botines de suela de goma, que dejaron una
marca muy evidente y un pequeño trocito adherido.
Aquel descubrimiento, le permitió a Oscar
deducir que el asesino fue quien resbaló luego del ataque y el occiso, en su
desesperación intentó defenderse con ambas manos, tratando de agarrar la soga
que le habían puesto al cuello, con la
mano izquierda rompiéndose algunas uñas
y con la mano derecha agarrar al atacante, no pudiendo porque golpeó
accidentalmente el armario provocándose los hematomas y escoriaciones.
Era un paso importante, pero habría que
localizar la bota del atacante, cosa que no parecía muy fácil.
En aquel momento recibió la noticia por
parte del policía que custodiaba el galpón, que vio salir en la camioneta a
Diego, Josefa y el empleado de los ojos saltones. Nadie sabía el destino.
En una rápida ida hasta Pueblo Ansina,
Leal comprobó que no estaban en ese pueblo, pero se enteró que estuvieron
cargando combustible y según el pistero, Diego le manifestó que iban para Tacuarembó.
Oscar no quería dejar ningún cabo suelto
y se decidió a pedir colaboración a la policía de la capital departamental. Al
poco rato ya tenía un informe bastante acabado de los lugares que habían sido
visitados por el trío, aunque el empleado quedó haciendo algunas compras en una
ferretería céntrica, mientras esperaba a sus patrones. La espera fue de algo
más de dos horas.
Ya casi anochecía cuando llegaron los
viajeros, pero el ojo avizor de Oscar a pesar la penumbra, acabó por cerrar el
círculo.
Un breve cambio de ideas con Guzmán y se
decidió a proceder, seguro que sus deducciones eran ciertas. Ordenó a Leal que
convocara a ambos hijos del occiso, a la viuda y a Rogelio, el empleado de los
ojos saltones, a una reunión en el living.
Sin más trámite, los tres investigadores
se dirigieron a la casa principal y Oscar sorprendió a los presentes, cuando
con un par de esposas detuvo a Diego acusándolo del asesinato de su padre,
mientras que Guzmán detenía a la viuda por complicidad y Leal al empleado.
Las conclusiones de Oscar fueron tan
concluyentes y su exposición tan clara, que los imputados luego de algunas
negativas y la réplica contundente del Inspector, relatando hechos que
evidenciaban la relación entre ellos, las deudas de Diego, el viaje a Tacuarembó
de esa tarde, las reticencias del empleado que lógicamente estaba enterado de
aquella relación, abatidos, terminaron por aceptar sus culpas. Solo restaba
verificar si las manchas de sangre encontradas en un extremo del cable usado
para el asesinato, coincidían con el ADN del detenido y si el pequeño trozo de
goma coincide con la rotura de la suela de su botín derecho.
Ante el asombro de Celia, Oscar le
explicó, que su hermano era el amante de la madrastra, que esa tarde había
estado entre las tres y las cuatro de la tarde en el departamento que la
familia tiene en la ciudad de Tacuarembó y que la suela del botín derecho de
Diego había dejado el rastro en el piso y en un destornillador en el que
resbalara cuando asesinó a su propio padre. Que en la desesperación su padre se
golpeó contra la puerta de un aparador esparciendo varios trastos por el piso y
lesionándose la mano derecha como lo dice la autopsia. Diego, más corpulento
que su padre y de una musculatura
privilegiada, no tuvo ningún inconveniente para colgarlo de la soga para
aparentar suicidio. El móvil final del
homicidio, no era solamente la situación amorosa, fue la principal, pero
también incidió la necesidad de Diego de hacerse con la administración de la
fortuna de su padre, porque mantenía fuertes deudas de juego tanto en el bar de
Pueblo Ansina como en otro garito de Tacuarembó. Además era evidente para todos
que Diego sentía mucho rencor por su padre, porque no le permitía manejar las
cuentas de las empresas y últimamente le había limitado los retiros.
Los detenidos serían puestos a
disposición del Juez Letrado de la capital departamental, donde seguramente
serían procesados y encarcelados.
Alojados provisoriamente en las celdas de
la comisaría, los detenidos aguardarían hasta la próxima madrugada para ser
derivados a la comparecencia judicial y Oscar preparaba su regreso a la Central,
inmediatamente presentara las pruebas al Magistrado.
Tal como lo predijera Oscar, Diego fue
procesado con prisión por homicidio muy especialmente agravado, la mujer
procesada también con prisión por complicidad en homicidio muy especialmente
agravado y el empleado procesado sin prisión con medidas alternativas, por
encubrimiento.