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lunes, 23 de febrero de 2015

Bradia

Alfredo Yakes




















BRADIA





















Capítulo I

Los primeros saias de Fértio, anunciaban la estación del primer verdor y la eclosión del color. En el pequeño prado que lindaba con el castillo, Piata cuidaba los primeros pasos del pequeño Emer, que se maravillaba con las florecillas multicolores que poblaban el verdor en pequeñas islas. El infante gozoso intentaba atrapar las mariposas que de flor en flor se columpiaban en una danza de elegante balet. Sus intentos fallidos terminaban en aparatosas caídas, que en lugar de dolor le causaban incontables muestras de alegría y con un casi histérico palmoteo continuaba la inútil cacería, bajo la atenta mirada de su aya.
Daba marco al fresco prado, el caudaloso río que rugía aprisionado en las altas paredes del cañón, saltando espumoso entre las puntiagudas rocas, luciendo alegre con el luminoso saia, que compartía colores y trinos por doquier saludando la nueva estación. En su seno las truchas felices, remontaban la corriente en busca de sus lugares de desove, moteando de plata la revuelta superficie.

Los caballeros bradios, seguidos por sus escoltas cáriodos, montando sus caballerías de ricos arreos se dirigían al exterior de la muralla de altos sillares que rodea el castillo, llevando armas de guerra. Se rumoreaba que las huestes de Omús estaban acantonadas muy cerca de la frontera oriental, en actitud belicosa y los habitantes temían una invasión de los crueles seguidores del tirano de La Selva Oscura.

Pero a pesar de los preocupantes rumores, la felicidad reinaba en toda Bradia. Felicidad asegurada por el buen soberano, el magnánimo Erem, que durante varias decenas de vandas, regía sobre cientos de miles de compatriotas, que vivían en paz y concordia con sus fieles ciólades.

El poderoso ejército de cáriodos, aseguraba el orden interior y la custodia de las fronteras.

Un fuerte comercio de intercambio de productos con sus vecinos de la sabana, les proporcionaba una fluida comunicación, que había contribuido a asentar una alianza que además de las negociaciones comerciales, se extendía a la cooperación mutua en la defensa de los territorios y una acendrada relación social.

En las fértiles tierras de Bradia, se cultivaban granos, frutales y hortalizas y en las praderas apacentaban grandes manadas de bóvidos, ovinos, cérvidos y caballadas. Gran parte de la producción de hortalizas era comercializada a los briotas que la trocaban por hierro de sus múltiples minas.

La cosecha de lana de sus rebaños de ovejas, era enviada casi en su totalidad a las hilanderías gauras. También buena parte de la producción de quesos, yogures y mantequilla de sus grandes factorías lácteas.

Los gauros, habían desarrollado una muy avanzada técnica en hilandería, orgullo de sus artesanos y pilar de su economía, poseyendo grandes telares, con los que obtenían finos tejidos de hasta ciento cuarenta y seis hilos de trama por línea, principalmente con la seda de sus grandes granjas de morera y las finas lanas de las ovejas de Bradia.

La sedería gaura, destacaba por su finura y delicados colores y era muy apreciada entre las damas bradias, para sus elaboradas prendas, siempre acompañadas por bellos abalorios de pedrería. Mientras que las telas de lino, único cultivo de rinde en sus secas tierras, de diferentes urdimbres tenían su utilidad en cortinas, mantelería y ropajes más bastos y las de lana en prendas de abrigo y mantas, siendo estos productos los de mayor intercambio con sus vecinos.

Allende el prado, donde correteaba Emer, apenas transpuesto el puente de enormes arcos de piedra, sobre el río, daba inicio la ciudad principal del territorio, Bradilia, de recias construcciones de piedra con techos de cerámica, bajas, achaparradas, de alegres colores y floridos jardines, que se extendía hasta el horizonte, albergando una buena parte de la población del territorio, constituida por terratenientes, artesanos, obreros, empleados de palacio y de los distintos órganos del gobierno, albañiles, comerciantes, artistas, educadores y sus familias, asistidos todos por sus fieles ciólades.

Entre las casas familiares, destacan las construcciones más grandes de hasta tres plantas, que albergan la sede del Consejo Supremo, escuelas, el gran hospital, sedes del ejército y organismos públicos, un enorme estadio donde se practican varios deportes, tales como tiro de arco, salto con garrocha, carrera con vallas, gimnasia y el más popular, el bolcono, que se practica en un gran césped rectangular, por parte de dos equipos de quince participantes cada uno, con una gran bola de cuero que pugnan por hacer pasar por el aro, boca de un cono de red, del equipo contrario ubicado a una altura de una braza y media.

Al hacerse tan popular y competitivo, en un nuevo reglamento del bolcono, se estableció la posibilidad de que los equipos cuenten con hasta cinco jugadores gauros, lo que ha atraído a los saias festivos, verdaderas excursiones de los vecinos de la sabana, que concurren al estadio a alentar a sus coterráneos, constituyendo verdaderas fiestas integradores de ambos pueblos.

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El general Filus durante los últimos tres vínudas, conferencia largamente con el soberano, discutiendo las distintas estrategias para la defensa de una eventual invasión. Ese saia fue decisivo en la definición del plan de defensa, cuando convocados los demás generales, evaluaron todos los puntos de acceso a Bradia, desde la frontera con el desierto. Una cosa era cierta, Omús no atacaría desde la Gran Selva, puesto que en la zona fronteriza se radicaban los principales puestos fijos de defensa. Era lógico que atravesando el desierto oriental intentara el ingreso por esa frontera.

Había tres rutas de fácil acceso y una cuarta en la zona más septentrional, por entre los grandes cerros, que si bien constituiría una real dificultad de desplazamiento de un gran ejército, no podía desestimarse, porque el oscuro Omús no rehuiría peripecias y bajas si podía sorprender la defensa en su flanco más débil.

Conocidas las pérfidas inclinaciones del Oscuro, no era descabellado pensar en una invasión por la zona del linde del desierto y los cerros, y aquella frontera debía merecer una especial atención, por lo que los ejércitos deberían defender los cuatro frentes y la junta de generales ya elaboraba el plan definitivo que sería puesto a consideración de Erem. Los tiempos exigían urgentes preparativos y los armeros del ejército, trabajaban a frenético ritmo aprontando un arsenal suficiente para una prolongada guerra.

En las factorías del ejército ya se alineaban por miles las enormes catapultas, capaces de arrojar enormes bolas de fuego hechas de estopa embebidas en aceite, o piedras de grandes dimensiones a más de cien brazas de distancia. En los sectores de armas individuales se contaban por cientos de miles los escudos, arcos, flechas, tridentes, lanzas, cimitarras, alfanjes, hachas y machetes de diferentes formas, todos prestos para el uso.

Aquellos preparativos no eran desconocidos por el pueblo, pero la confianza absoluta en su soberano, les infundía tranquilidad y tenían la seguridad de que cualquier invasión sería inmediatamente controlada por sus ejércitos,  continuando con su tranquila existencia.

Llegarían saias de gran dolor y tristeza y aquellos tranquilos pueblos sufrirían tremendos tormentos, bajo el dominio del Oscuro, pero aún disfrutaban su paz y nadie pensaba que iba a terminar. Solamente los mandos supremos del ejército sabían el real riesgo que corrían sus conciudadanos y aplicaban su sapiencia en delinear las mejores estrategias de defensa.

Ya Erem había aprobado el plan de defensa y la junta de generales impartía las debidas órdenes para su puesta en marcha. Se habían despachado los mensajeros a la sabana para recurrir a sus aliados. Los ejércitos propios ya estaban movilizados y marchaban las columnas de soldados a sus destinos. Desde la frontera llegaban continuamente mensajeros que espiaban los movimientos del enemigo y en el comando, el general Filus, seguro que la invasión se iniciaría por dos rutas simultáneamente, había dispuesto que al norte y a la ruta central de la frontera con el desierto se enviaran los batallones de seis compañías, mientras que a los otros puntos de acceso, se enviarían los batallones de tres, cuatro y cinco compañías, pensando que aquellas rutas serían las elegidas por Omús.

Si no había invasión por las otras rutas, los batallones en un planeado cambio de dirección y por rutas transversales reforzarían en unos dos o tres saias los puntos de ataque. Los refuerzos que se esperaban de la sabana, serían destinados, los briotas al norte y al oriente los gauros. De esta forma la defensa tendría mayores posibilidades de victoria.

Los guerreros briotas, invencibles con la porra erizada de agudas puntas de hierro, eran el refuerzo ideal para los ejércitos que defenderían la frontera con los grandes cerros en su linde con el desierto. Aquellos hercúleos gigantes de tres ojos -sabido es, que tienen dos ojos al frente y uno en la nuca- alineados en pequeñas compañías son una verdadera tromba de destrucción y son los únicos capaces de pelear de igual a igual con los temibles traquis. Ya se habían enfrentado en varias ocasiones, demostrando que los traquis a pesar del visceral odio que les tenían, sentían cierto respeto y temor a sus porras.

Los ejércitos ya estaban acantonados en sus respectivas zonas de defensa.

En el norte bajo el comando del Coronel Filus, se alineaban veintiséis batallones de seis compañías cada uno. Entre ellas las compañías de artilleros que manejarían las catapultas, una compañía por batallón; los arqueros, la caballería y la infantería armados de cimitarras, hachas, machetes, lanzas y mazas, escalonados en el combate. Las banderolas y gallardetes ondeaban en lo alto de las tiendas, los centinelas prestos a dar la alarma; el comando ajustaba los últimos pormenores, evaluando todos los informes que le aportaban los mensajeros que continuamente llegaban desde la frontera.

La cúpula del ejército, sus distintos mandos y tres batallones estaban formados por bradios, pero lo grueso de aquella fuerza, la constituían los batallones de soldados cáriodos.

Los bradios eran una raza de hombres muy blancos, de cabellos rubios y ensortijados, de ojos azules como el cielo, de barba rojiza muy poblada, algunos la usaban muy recortada y pareja, mientras que la mayoría la rasuraba. Elegantes, de facciones angulosas, fuertes, de cuidada musculatura. Eximios arqueros y diestros con la cimitarra, formaban detrás de los cáriodos, siendo la segunda fuerza de choque, encargados de un primer ataque con flechas por encima de la primera línea.  Sus mujeres, bellísimas, también de cabellera rubia, esbeltas, senos y caderas prominentes pero armoniosas, de gran dulzura y delicados modales, madres amorosas y excelentes educadoras de sus párvulos.

 Los soldados cáriodos vivían momentos de tensa espera, ya ávidos de entrar en acción. Su fuerte osamenta y gran agilidad los había constituido en la fuerza de elite del gran ejército, hábiles con la maza erizada de puntas de hierro, la cimitarra, el hacha y el machete, constituía una fuerza de choque arrolladora. Peleando, eran tan feroces con el machete como con su afilada dentadura de doble hilera de agudas piezas, que no rehuían emplear para amputar algún miembro del enemigo o degollarlo de un mordisco. Su cuerpo grueso y algo más alto que un hombre, de prominente cabeza, fuertes quijadas y poderosos brazos de anchas manos, con un balance perfecto, constituían una presencia que infundía temor al más aguerrido enemigo. Metódico en todo su accionar, de gran inteligencia para combinar la defensa con el ataque, era un soldado difícil de domeñar y aún herido de muerte continuaría sembrando destrucción entre el enemigo hasta su último hálito.

El ejército del centro oriental, estaba al mando del General Bacio y tenía una conformación bastante similar al del norte. La gran diferencia se daría con la incorporación de los aliados de la sabana, mientras que al norte irían los briotas, al ejército de Bacio se unirían los batallones gauros.

Los gauros, guerreros diestros con la lanza y la honda, se destacan por su más asombrosa habilidad, la agilidad y la virtud de un cuerpo de contorsionista que les permite enroscarse como una rueda y girar a gran velocidad, condición que les da una extraordinaria movilidad, por lo que son capaces de introducirse en los más recónditos recovecos en pocos parpadeos. Sus patas de cabra, cola prensil y afilados dedos de robustas manos les permiten desplazarse velozmente en cualquier terreno, por tierra o por las ramas de los árboles.  

Por la conformación del terreno, una zona de múltiples quebradas de densa arboleda, son estos guerreros los auxiliares ideales como refuerzo, y el General Bacio, con su cabal conocimiento de sus aptitudes, les había asignado ya su frente de lucha.

Las otras dos columnas más modestas en número, pero de igualmente aguerridos soldados, estaban al mando de los Generales Orio, la de la ruta oriental norte y Percio la oriental austral.

Allende la frontera, el oscuro ya había pergeñado su plan de ataque. La gran columna de traquis, encabezaría el ataque. Los traquis, de monstruoso cuerpo cubierto de cerdas, giba y cabeza prominentes, eran guerreros crueles, de gran rudeza, diestros en el uso de la maza de hierro erizada de agudas puntas, que al atacar rugían terriblemente, sembrando el terror entre las huestes enemigas

La segunda línea de ataque la formaban los pequeños murrios, de apariencia simiesca, escurridizos, trepadores, escaladores, hábiles con el arco y la cerbatana, capaces de introducirse entre las filas enemigas y causar grandes estragos con sus dardos envenenados.

 Finalmente se alineaban los grulios, los seres oscuros, cuyo líder es Omús. Se puede decir que no tienen apariencia propia, puesto que la cambian a su antojo, haciéndose, por algunos parpadeos, idénticos a otros seres, mutando continuamente. Omús, puede hacerlo por hasta un tercius, lo que le da gran ventaja contra sus enemigos y le vale la superioridad entre sus congéneres. Su arma principal, además del engaño, es el hacha, que manejan con singular destreza.

Junto a los seres oscuros, campean los corios, entes ciclópeos con enormes garras en sus manos, corcovados, de gruesas piernas corvas, cubiertas de cerdosos vellos, con pies chatos de seis dedos de los cuales emergen agudas garras retráctiles. Además de sus temibles garras, poseen la facultad de ver en la oscuridad y tienen un muy desarrollado olfato. Los desgarros terribles de las garras o el abrazo de sus potentes músculos aseguran una muerte dolorosa y fulminante. Su especie no es numerosa y la poca fertilidad de sus hembras los llevará en pocos vandas a una completa extinción.

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Mientras los guerreros se aprestan para la lid, el pueblo de Bradilia continúa su tranquila existencia. En el próximo saia festivo, se batirán en el césped del bolcono, los dos principales equipos para definir la supremacía en aquella temporada de juegos. El equipo que resulte ganador recibirá los mayores honores y premios, el perdidoso deberá sufragar los costos de la fiesta y su honor será hacerlo con el mayor destaque.

Ha llegado el último saia de Fértio, el saia festivo, el estadio luce todas las banderolas, los colores de los contendientes adornan los balcones, las tribunas rebozan de espectadores, los equipos ya están  en el césped, suenan las trompetas anunciando el ingreso del inquisidor que impartirá justicia y moderará el torneo, el clamor del público se hace oír y flamean las banderas multicolores. La gran fiesta deportiva inicia.

Los Tronadores, lucen casacas azules, bombachos colorados y recios botines negros, cuentan en su equipo con los cinco jugadores gauros admitidos, que antes del encuentro, hicieron sus acostumbradas cabriolas y rodadas, enfervorizando a sus seguidores. Los Alegres Briosos, con casacas a rayas horizontales amarillas y verdes, bombachos verdes y botines marrones, también con cinco gauros en su equipo, despiertan igual entusiasmo entre el público. Todo está pronto, solamente falta la orden del inquisidor.

Sonó su potente cuerno y la bola se puso en movimiento. Atacan los Alegres Briosos, en una asombrosa rodada un jugador gauro lleva la bola hasta el límite del césped, pero cuando se apresta al tiro final es controlado por un defensor de Los Tronadores, que en un largo tiro envía la bola al otro extremo, la toma su principal atacante, deja por el camino a varios contrarios y limpiamente la introduce en el aro, anotando el primer tanto. La tribuna delira, suenan las trompetas y agitan las banderas. La fiesta recién está en sus inicios y aquel tanto no asegura ningún triunfo. Nuevamente la bola está en poder de los Alegres Briosos, atacan por un lateral del césped, rápidamente cambian de frente y en vertiginosas rodadas de gauros de ambos equipos la disputan a pocas brazas del aro, finalmente la toma un atacante y la da a su compañero del otro extremo, que magistralmente la introduce en el aro, marcando el tanto que iguala la tabla. Los Tronadores se  repliegan e inician un ataque en base a infinidad de pases y cambios de posición, empleando a sus gauros en rodadas de distracción y llegan casi al linde, cuando el primer defensa controla la situación enviando la bola en un tiro largo a sus atacantes, que sin sobresaltos ganan su segundo tanto, pasando a superar momentáneamente a los favoritos.

El encuentro ya en sus comienzos, augura mucha acción y denota una ardua lucha, entre dos equipos de altísima calidad técnica y física. Al final del primer tramo, la tabla marca ocho tantos para los Alegres Briosos y seis para los Tronadores. Es una ínfima diferencia y aún faltan dos tramos de tres mil parpadeos.

-Permítanme una pequeña digresión para el mejor entendimiento de los neófitos. Es sabido para muchos, pero no para todos, que el tiempo en Bradia se conoce dividido como sigue: un vanda tiene trescientos sesenta y cinco saias y se divide en trece vínudas, los primeros doce de veintiocho saias y el último de veintinueve. Los trece vínudas se llaman: Prioto, Sérolo, Troico, Abrado, Quiurio, Pérido, Séptilo, Cándio, Fértio, Onrio, Pílcuyo, Vadrio y Abrandibario. A su vez el saia se divide en tres tercius, el primero inicia con la primera luz del amanecer, el segundo con la máxima altitud del sol y el tercero con la primera estrella, si está nublado con la última luz. Los saias no tienen nombres propios y se les designa simplemente con el número ordinal que les corresponda, con excepción del último que es festivo y como tal se le nombra.

-Cada tercius se divide en ocho pludios de duración variable según la estación del vanda y el pludio se divide en tres mil seiscientos parpadeos, que no resultan todos iguales, por lo que anotábamos más arriba. Con esto se terminan los neófitos y seguimos con lo que interesa, que es el desarrollo del encuentro de Los Tronadores y los Alegres Briosos.-

Con las digresiones, se terminó el segundo tramo y ya promedia el último. La tabla marca quince tantos para los Alegres Briosos y catorce para Los Tronadores.

Atacan Los Tronadores, la vertiginosa combinación de pases entre cuatro gauros sorprende a los contrarios y en un parpadeo anotan y emparejan la tabla. La tribuna delira, las trompetas suenan en festejo y nuevamente la bola está en disputa en el centro del césped, la tienen Los Tronadores y nuevamente anotan. Dieciséis a quince. Vibra todo el estadio, los espectadores de pie alientan a sus equipos, las banderas se agitan y la bola en una rápida incursión de los Alegres Briosos ronda por el linde, pero es controlada por la defensa y enviada a la extrema derecha, la toma un atacante, hace una cabriola y sortea un defensa, otra y queda otro por el camino, ya está frente al aro, pero inexplicablemente marra el tanto. Su desilusión, iguala a la desilusión de todo el equipo, pero ya recuperan nuevamente la bola y desde unas doce brazas en ejemplar tiro, anotan el décimo séptimo tanto. Se agranda la diferencia y quedan apenas unos seiscientos parpadeos. Los Alegres Briosos se reagrupan y plantean una nueva estrategia, atacarán con todos sus gauros, a pesar de dejar algo desguarnecida su zaga.

El nuevo planteamiento da sus frutos  y faltando solamente ochenta parpadeos, anotan y están a un solo tanto de Los Tronadores. La bola se disputa entre gauros de ambos equipos, controlan Los Tronadores, faltan cincuenta, cuarenta, treinta, un ataque arrollador, son tres rodadas espectaculares de los gauros que velozmente se pasan la bola, diez, cinco, y en el último parpadeo convierten. Expira el último tramo, el sonido potente del cuerno del inquisidor sella el final. Dieciocho tantos para Los Tronadores, dieciséis para los Alegres Briosos. La contienda llegó a su fin, las felicitaciones de los derrotados a sus oponentes, que retribuyen reconociendo al gran equipo que tuvieron enfrente. En breve iniciará la fiesta de los honores y premios, una ardua pero grata tarea para los Alegres Briosos que deberán honrar a los líderes del torneo. Cuánto más espectacular sea la fiesta y más honores reciban los triunfadores, ellos se sentirán más honrados de ser sus segundos.























Capítulo II

Nubarrones negros se extienden por Bradia, en aquellos precisos momentos el oscuro iniciaba el paso de la frontera. Aún no llegan al norte las huestes briotas y Omús concentra toda su fuerza en el paso de los cerros. Es una tromba arrolladora. Contrariamente a las valoraciones de Filus, Omús desestimó una invasión por el oriente, aunque arteramente había concentrado pequeñas compañías de gran movilidad en aquellas factibles rutas de acceso, consiguiendo dividir las fuerzas de la defensa.      

Por la ladera de los cerros baja a toda carrera, rugiendo, una columna de traquis. Parece una avalancha arrolladora. Las catapultas los reciben con una cortina de fuego y enormes rocas caen sobre sus lomos, quebrando huesos, abriendo testas, pero muchos se levantan y siguen. El furor es extremo. Las flechas de los guerreros bradios zumban por los aires, pero causan pocos estragos entre los fornidos atacantes. Ya se encuentran frente a frente con las huestes cariodas, que firmes esperan la embestida. El fragor es horripilante, miles de atacantes y miles de defensores luchan encarnizadamente, alaridos de furia mas no de dolor, los heridos siguen peleando hasta su último hálito y la destrucción en ambos bandos es tremenda. Finalmente los atacantes acusando una leve debilidad, se repliegan para reagruparse y atacar nuevamente. Sobre la falda del cerro se divisan las columnas de murrios prestos a atacar. Cuando los traquis embisten nuevamente, las figuras simiescas de los murrios inician sus movimientos, se introducen en pocos parpadeos entre las columnas de la defensa e inician el artero ataque con sus pequeños astiles envenenados que salen emitiendo un agudo silbido de sus cortas cerbatanas. La defensa en aquel sector tambalea, cientos de guerreros bradios, que entraban en acción, en horribles estertores provocados por la ponzoña, se debaten entre las matas. El ataque arrecia, bajan ya por la ladera grulios y corios.

Los defensores desorientados se encuentran frente a frente con batallones bradios y cáriodos que los atacan furiosamente. En breves parpadeos, mutan y cambian su apariencia. Son los oscuros, los grulios, liderados por Omús, que usan nuevamente sus poderes mutantes para engañar. Su arma preferida. La perfidia de los oscuros, momentáneamente desorienta las huestes del General Filus, que al notar la estratagema se defienden con más bríos, rechazándolos hasta el inicio de la cuesta, replegándose en rápido movimiento, para reorganizar las filas bastante diezmadas por la incursión de los murrios.

En ataques y contraataques, transcurrió aquel primer saia de hostilidades. A pesar de las múltiples bajas en ambos bandos, aún no podía presumirse de qué lado estaría la victoria.

El General Filus, con mucho tino, ordenó establecer  turnos de guardia, que cubrieran toda la noche, previendo algún ataque de los temibles corios. No hubo ningún ataque y la noche transcurrió sin sobresaltos.

 Al amanecer las fuerzas de la defensa ya estaban en posición y con verdadera preocupación vieron como todos los cerros, hasta donde alcanzaba la vista, estaban cubiertos por las huestes de Omús. Aparecían de tono marrón, tal como el pelambre de los traquis. Era un ejército imponente, que ya en movimiento, hacía retemblar la tierra.

Prestamente las catapultas iniciaron el ataque a los invasores, miles de bolas de fuego y enormes rocas llovieron sobre ellos, pero no era suficiente para pararlos. Nuevamente estaban frente a frente y la lucha cuerpo a cuerpo se desarrollaba terriblemente. El hedor de los traquis y de la propia sangre hacía el aire irrespirable. Alaridos por doquier, muerte y destrucción. La defensa tuvo que replegarse, aunque se luchaba con valor, la ola incontenible del invasor era arrolladora y abriendo una profunda brecha entre los ejércitos del General Filus, consiguieron debilitarlo de gran manera.

Otro saia de arduos combates y las fuerzas de ambos bandos, aunque con grandes bajas, seguían atacando y resistiendo. Los oscuros, habían dado un enorme golpe a la defensa y si en dos o tres saias, no llegaban los refuerzos briotas, la situación sería desesperante.

El General Filus despachó mensajeros, a los otros Generales de su ejército, requiriendo refuerzos urgentes, dando cuenta de la situación. Los ejércitos de oriente no tenían invasores de quien defenderse, por lo que en marchas forzadas se dirigían las tres columnas hacia el norte. Todos rogaban a sus deidades llegar a tiempo y poder expulsar al Oscuro y sus seguidores. Más atrás y desde la sabana, subían las columnas aliadas de briotas y gauros.

Pero, ¡cuánta astucia tuvo Omús al planear el ataque, cómo había conseguido dividir las tropas de la defensa!

Al tercer saia de hostilidades, el General Filus, tenía tan diezmado su ejército, que la defensa se hacía desesperante y cada soldado luchaba con ejemplar denuedo, hasta entregar su vida, y el enemigo arremetía con más bríos. Era tiempo de replegarse y organizar la defensa, aún perdiendo una gran porción del territorio.

Con órdenes muy precisas se organizó una retirada que no significara la pérdida de más soldados y materiales. El enemigo sorprendido por la rápida maniobra no atinó a atacar y el General Filus y su ejército tomaron rápidamente, a finales del segundo tercius, posición a poco más de diez leguas al sur, en una serranía que ofrecía una serie de barrancos, cual trincheras naturales.

Aquella retirada, valió la suspensión de hostilidades por aquel saia, mientras que los atacantes reorganizaron una nueva embestida. Esa noche sí, los corios atacaron. Al ver en la oscuridad se movían con soltura por las trincheras de la defensa, sembrando destrucción y su fino olfato les indicaba con precisión donde estaban los distintos grupos defensores. Diezmaron las compañías  bradias, eludiendo el combate con los cáriodos. Al amanecer, el campo estaba sembrado de cadáveres, la mayoría, de la defensa.

El ataque fue fulminante. Una imparable oleada de todas las fuerzas de Omús, arrasaron con las primeras líneas, introduciéndose profundamente entre los ejércitos de Filus. La defensa quedó partida en dos sin posibilidades de comunicarse. Hacia el oriente estaba el Comandante, pero lo grueso del ejército, quedó sin mando al poniente. Un joven capitán cáriodo, apercibido del desastre, tomo el mando y en desesperado contraataque, arremetió contra los oscuros, destruyendo una compañía enemiga completa, pero aquella reacción duró poco tiempo, nuevamente los oscuros tomaron la iniciativa y el valiente pagó con la vida su osada acción.

Sería un saia negro, el desastre estaba a la vista y no llegaban los refuerzos. El General Filus, despachó mensajeros urgente a dar aviso del traspié a los ejércitos que venían en su auxilio, para que tomaran posiciones de defensa más al sur, sus fuerzas estaban condenadas. También transmitía su comando al General Bacio, haciéndole saber que mantendría la posición hasta la aniquilación total, a fin de darles tiempo a preparar una buena defensa. También despachó mensajeros al castillo, a notificar al Rey Erem de la mala suerte sufrida.

Cuando el segundo tercius llegaba a su fin los invasores habían destruido las fuerzas de Filus, quedando apenas unos pocos focos de resistencia, que claudicarían en pocos parpadeos. El estentóreo rugir de los oscuros, anunciaba el triunfo. El General Filus, era hecho prisionero.

Arrastrando pesadas cadenas, bajo el azote del látigo de los esbirros del Oscuro, dando traspiés, se desplaza encabezando las columnas invasoras, el derrotado Comandante.

Es un estandarte de triunfo que exhibe Omús, cuando arrasa con los pueblos del territorio de Bradia. Es una avalancha imparable.

Al tercer saia, se encuentra con las formaciones del General Bacio, que lo recibe con una andanada de bolas de fuego y rocas. Los aliados briotas ya forman en las filas de Bacio y esperan con ansia el combate con los odiados traquis. En compacta formación con los soldados cáriodos codo a codo esperan que cese el ataque de los arqueros para lanzarse contra el invasor. Ha llegado el momento, porra en ristre unos y cimitarra y machete los otros, arremeten contra el invasor. Es una lucha terrible, tremendamente encarnizada, donde las bajas se cuentan por cientos en ambos bandos.

Retrocede el invasor, para recomponer las diezmadas filas. Las fuerzas de Bacio, aprovechan para cubrir las brechas y lanzar una andanada de fuego y roca seguida por otra de flechas. Los oscuros rugen de furia. Ya vuelven al ataque, arrolladores, introduciendo miles de Murrios entre los soldados bradios. Silban los astiles envenenados y al instante son miles de desgraciados que aúllan de dolor retorciéndose en estertores por el duro suelo.

Fue un ataque devastador, la defensa tambalea. El General Percio dio su vida en defensa de la patria, el General Orio está gravemente herido, aunque su vida no corre peligro, rápidamente fue socorrido y llevado al hospital de campaña, donde es atendido. El General Bacio con un terrible desgarrón en su brazo izquierdo sigue luchando denodadamente y bajo su cimitarra cayeron varios traquis, pero la situación es desesperada. Bradia peligra, los oscuros preparan el golpe final.

Un nuevo repliegue de las huestes invasoras, suspende el ataque y por aquel saia, los contendientes tendrán un respiro. No habrá lucha, pero ambos bandos se preparan para la siguiente jornada, que será decisiva. Omús ordena un ataque con todas sus fuerzas y traquis, murrios, grulios y corios preparan sus armas. Será la embestida definitiva. Si consiguen quebrar la defensa, será la victoria y el Oscuro dominará Bradia. Si no pueden doblegarla, deberán retroceder para reclutar más fuerzas y demorar unos saias para conseguir el triunfo. El triunfo lo ven cercano.

El General Bacio, curado su brazo, recorre las filas, montado en su corcel tostado, arengando a sus soldados. La moral no ha bajado, pero la preocupación es evidente y cada soldado se prepara para la lid.

Con las primeras luces, un vigía divisa en la lejanía una columna que llega desde el sur, son los aliados de la sabana y la esperanza ilumina los preocupados rostros. Llegan los primeros soldados gauros, más atrás llegaran los briotas, quizá el próximo saia.

Aquellos refuerzos permiten al General Bacio, plantear una defensa en base a un gran ataque con una andanada de fuego y rocas, previo al de los honderos gauros y los arqueros bradios, seguido de una incursión de los lanceros de la sabana y su propia caballería. Aquella estrategia le permitiría debilitar las huestes de Omús, para atacar con todo el resto de sus fuerzas en un intento casi desesperado por doblegar al Oscuro.

Cuando Omús se percata de los refuerzos recibidos por la defensa, furioso ordena atacar. Los murrios encabezan la embestida, les siguen traquis y más atrás oscuros y corios. Es horrísono el rugir de las bestias que se abalanzan por sobre los caídos por el fuego, rocas, piedras y flechas. Ya están a pocas brazas y la lucha cuerpo a cuerpo dará inicio. Los lanceros gauros en impresionantes rodadas ensartan atacante tras atacante, los cáriodos a dentelladas, zarpazos y golpes de hacha y cimitarra dan cuenta de una compañía de traquis que se debaten lanzando horribles rugidos. Pero los temibles astiles envenenados de los escurridizos murrios, empiezan a diezmar la defensa. Deben resistir y la arenga del General Bacio revive los bríos y consiguen controlar y hacer retroceder a los invasores.

Omús ruge de furia, su ejército fue puesto en desbandada y su conquista tambalea. El General Bacio sabe, que si no llegan sus aliados briotas de la sabana, el próximo saia, sus debilitadas fuerzas no resistirán otro ataque. Son momentos de decisiones. En ambos bandos se planean nuevas tácticas. Omús embestirá nuevamente durante el segundo tercius y en el tercero enviará un batallón de corios para sorprender en las sombras a la defensa. El General Bacio, se prepara a defenderse con la misma estrategia que le diera tan buen resultado y ya tiene sus filas en posición. Su esbelta figura recorre las líneas y arenga a sus soldados, deben resistir y expulsar al enemigo, deben salvar la patria.

Mientras consumen rápidamente su ración de comida, preparan sus armas, junto a las catapultas ya están las pilas de rocas y bolas de estopa con sus cubas de aceite. Los lanceros gauros aguzan sus chuzas, los honderos enroscan firmemente en sus muñecas la correa de sus poderosas hondas y ya tienen también su provisión de proyectiles, bradios y cáriodos afilan sus cimitarras, hachas y machetes. Todo está pronto para resistir la próxima embestida.

El oscuro enviará una columna de murrios y seguidamente irán sus congéneres grulios, junto con los traquis y finalmente las huestes de corios. Planea un ataque en oleadas, desgastante y arrollador, con el que espera doblegar a sus enemigos.

Bacio envía mensajeros, al castillo y a la columna de briotas, urgiéndoles su llegada, con especiales instrucciones de que si no llegan durante el próximo saia, los dejen librados a sus fuerzas y se dirijan a Bradilia, para auxiliar al soberano y los habitantes de la ciudad. Es una decisión desesperada, pero dada la situación, no atina a otra solución.

Ya se acercan las huestes invasoras, inicia la defensa con una verdadera muralla de fuego y rocas que arrojan las catapultas. La siguen flechas y piedras. Las huestes murrias quedan desarticuladas y les será difícil reponerse, pero la avalancha de las otras fuerzas es imparable. Atacan con tremendo furor, pisoteando a los murrios sobrevivientes, que protestan con horribles chillidos, y al promediar el segundo tercius, dominan una gran parte del terreno. El General Bacio ordena el repliegue a una posición más ventajosa y reagrupa sus fuerzas, para pasar de atacado a atacante y en arrollador embate hace retroceder al Oscuro.

La furia de Omús no tiene parangón, ruge y apalea a cuanto soldado se cruza en su camino, recriminándoles la parcial derrota. Pero no cejará en su propósito, el territorio será suyo. Prepara la acometida del tercer tercius, amparado en las sombras de la noche.

Si reservar las fuerzas corias, significó la pérdida de terreno sufrida, en el próximo ataque, estas, frescas, podrían cumplir el cometido con una victoria final. Ya estaba todo planificado, únicamente esperaba las sombras y el ataque daría inicio.

Bacio, se había percatado de la ausencia de corios en la batalla del segundo tercius e intuyó los pensamientos del oscuro. Un ataque nocturno de estos ciclópeos guerreros, sería devastador. La gran ventaja de su visión en la oscuridad, no sería posible controlar, pero en una situación desesperada, habría que tomar decisiones desesperadas. Los artilleros de las catapultas tendrían otra tarea.

Un límpido cielo, tachonado de estrellas, sería mudo testigo de aquella batalla. Las primeras andanadas de corios rugiendo se acercaban, el combate era inminente. Al no llover del cielo las andanadas de fuego y rocas, los atacantes creyeron sorprender a las fuerzas del General Bacio. Pero el horror se desataría en unos pocos parpadeos. Los artilleros no encendieron bolas de estopa, sino un verdadero mar de aceite entre las matas. El incendio sorprendió en su seno a los atacantes, que con horribles alaridos se revolcaban tratando de apagar las llamas que los consumían. Una andanada de flechas y piedras completaba la derrota. Seguidamente una embestida de la defensa rechazaba al resto de los corios.

Pero el fulgor del incendio aclaró todo el campo y Omús volvió al ataque con todo su ejército, haciendo flaquear las fuerzas de Bacio.
Suerte que el incendio se extinguió y reinó nuevamente la oscuridad, facilitando un reagrupamiento y un respiro hasta el nuevo saia.

Cuando el amanecer lucía sus primeras luces, llegó un mensajero, con la noticia de que los aliados briotas, no llegarían, ya se dirigían a Bradilia a reforzar las defensas de la ciudad y el castillo. El territorio estaba en gran peligro, la situación era desesperante. Con aquella infausta noticia el General Bacio se preparaba para luchar hasta la muerte. Plantearía una defensa, con todas sus fuerzas, si no rechazaba definitivamente al oscuro, tenía que darles tal batalla que les debilitara al máximo y así abrigar una remota esperanza de que no le quedaran soldados suficientes para intentar el asalto a Bradilia y el castillo.

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El ataque es inminente, por la llanura arremete una columna impresionante de guerreros traquis, murrios, grulios y corios. La polvareda cubre los primeros destellos del sol, la defensa está en pie de batalla. La andanada de fuego y rocas no es seguida de flechas y piedras, sino que una tromba de todos los guerreros de la defensa, que acomete contra los intrusos.

Es una batalla a muerte, total, sin cuartel. Aquel saia sellaría la suerte del reino. El General Bacio se batió como un héroe, bajo su cimitarra cayeron muchos enemigos, ni los ciclópeos corios escaparon a los estragos de su fuerte brazo. Sin descanso, la batalla se prolongó hasta mediado el segundo tercius. La desolación era tremenda. El campo de batalla quedó sembrado de cadáveres de ambos bandos. Con su ejército diezmado por las bajas, sin posibilidad de triunfo, el General Bacio herido, fue hecho prisionero. Se debatió sembrando terror, hasta que un tremendo zarpazo de un guerrero corio le desgarró el brazo que blandía la cimitarra y cayó sin más posibilidades de ataque.

A poco era encadenado junto a un demacrado y hambriento General Filus, que con la tremenda debilidad que sufría, no pudo más que apenas musitar algunas palabras de lamentaciones por la pérdida de la libertad de su querida patria y tratar de restañar algo la tremenda herida de su derrotado compañero de armas.

Más tarde incorporaban al pequeño grupo de prisioneros al General Orio, abatido por la derrota, pero casi ileso, con un superficial corte en el hombro.  

Además de los tres generales, había muy pocos prisioneros, ya que la orden de Omús era muerte, solamente muerte. No distraerían tiempo ni recursos para atender heridos o prisioneros que no tuvieran importancia como rehenes.

Los próximos dos saias, el Oscuro dispuso, que se ocuparan en recomponer armamento, requisar las armas útiles de la defensa y procurar alimentos para el resto de la campaña de conquista, mientras él y sus lugartenientes planeaban el asalto final.

En seis saias ya estaban a la vista de Bradilia, la lucha con la magra defensa, compuesta mayoritariamente con los soldados briotas y la guardia del castillo, fue corta, pero sangrienta. La conquista ya estaba asegurada, solamente restaba el asalto final al castillo, que insumió menos de un tercius.

En el prado, lugar preferido de juegos del pequeño Emer, fueron formados en fila, el soberano, su familia y cortesanos y frente a todo el pueblo, ejecutados. El pequeño, amparado por su aya, no fue percibido por el oscuro, salvando su vida.

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Las hordas invasoras, iniciaron un sistemático saqueo en la ciudad, no quedando casa sin ser desvalijada. Los odiosos grulios violaron cuanta mujer bradia o ciólade se cruzó en su camino, sembrando horror. Los habitantes echados a la calle y sus casas ocupadas por aquella pandilla de horribles criaturas, tomando escuelas por caballerizas y edificios del gobierno como cuarteles. El caos era tremendo, el pueblo sin gobierno legítimo se debatía en la desesperación.

En una incursión de los invasores, a una casa de los suburbios, descubrieron a Piata y al pequeño Emer, que fueron llevados ante el Oscuro. La reacción de Omús fue estrangular al pequeño, pero terminó por enviarlo a las mazmorras, lúgubres, húmedas, llenas de ratas y otras alimañas, que no habían sido habitadas por decenas de vandas, en espera de una futura decisión. Al principio Piata fue alojada en otra mazmorra, lejos del pequeño, pero con su personal sacrificio ante los bajos instintos de un carcelero grulio, consiguió que los alojaran juntos.

Transcurrieron incontables saias de triste cautiverio, hasta que una columna de soldados los escoltó hasta frente a Omús, que les comunicó su decisión de expulsarlos de Bradia y que serían alojados en una lejana isla del mar allende la sabana y que si regresaban serían ejecutados en el acto.

Comenzaba un extenso desarraigo, que cambiaría drásticamente la vida de Emer y su pequeña escolta.




























Capítulo III

La columna encargada de llevar a los desterrados, la componían un batallón de traquis, que además serían sus carceleros en la isla. El niño y su aya, habían agotado las lágrimas en la mazmorra, donde pasaron los primeros saias de su cautiverio, el rostro demacrado denunciaba hambre y dolor, aunque no lo manifestaban, sufriendo estoicamente su suerte.

Además de Emer y Piata, marchaban al destierro, Prama, mujer del General Filus, que seguiría prisionero en las mazmorras, y su pequeña hija Clilia de apenas dos vínudas; la joven Blacia, hija del General Bacio, su mujer había muerto víctima de los abusos y violaciones de los oscuros; Grico, de cuatro vandas, hijo del General Percio, héroe de la defensa caído en combate y su madre Britia; unas cuantas familias de cortesanos y ciolades y algunos soldados cáriodos, lógicamente desarmados.

Esta columna se dirigía a través de la sabana hacia el poniente, mientras que hacia el oriente a lo más profundo del desierto, eran enviados el resto de los soldados cáriodos, que desarmados y sin más recursos que sus propias manos, deberían sobrevivir en la inhóspita aridez o perecer, pues el regreso también les estaba vedado.

De aquella forma, la desolada tierra del magnánimo Erem, en manos del Oscuro, devastada por sus hordas, despedía silenciosamente a los pocos sobrevivientes, que en lugar de ser esclavizados, partían hacia el exilio.

En el reino, solamente bradios y ciólades esclavos de los oscuros, esperarían con secreta esperanza, el día de la liberación.

El verdor agrisado de la sabana, transcurría sin cambios mientras los desterrados, con paso cansino, lo atravesaban rumbo al mar. Solamente algunos pocos gauros, llegaban en rápidas rodadas, para alcanzarles un cubo con agua y luego partir raudamente, bajo la amenaza de los furiosos traquis. Transcurrieron varios saias, para completar la travesía. Al fin el mar, varias barcas ya listas y la lucha con el oleaje.

Las pesadas barcas de dieciocho remos, nueve en cada borda, esperaban los improvisados remeros. De a dos por remo, bradios y ciólades ocuparon sus lugares, forzados brutalmente por los traquis. Los demás pasajeros fueron alojados en unos sucios cobertizos en cubierta, hacinados, sin espacio suficiente para moverse.

La quietud del inmenso mar, el aire pesado y húmedo, el bochornoso calor, presagiaban tempestad, pero ni desterrados ni custodios, se preocupaban por el clima. Los unos preocupados por su triste suerte y los otros porque no sabían de problemas marinos. Solamente el patrón de cada barco y su reducida tripulación, se preparaban para capear el temporal.

Cuando promediaba el segundo tercius, comenzó a encresparse el oleaje bajo el soplo del ventarrón del poniente. Las barcas derivaron a estribor para enfrentar la tormenta. Parecían cascarones azotados por las olas que ya los elevaban hacia el cielo, como los hundía en un profundo abismo. A poco comenzó el vendaval de lluvia, mientras arreciaba el viento. Las olas barrían la cubierta empapando y zarandeando a los pobres desterrados, que presa del pánico en un informe montón trataban de protegerse unos a otros y todos a los niños.

Hasta muy entrado el tercer tercius, duró la tormenta, que felizmente solamente sembró un poco de pánico, puesto que no hubieron bajas y cuando nuevamente reinó la calma, a pesar de estar empapados, todos pudieron dormir hasta el amanecer.

Al saia siguiente antes del anochecer, bogando en un mar encrespado pero navegable, avistaron la isla que albergaría durante su destierro, a Emer y su comitiva.

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No encontraría las comodidades del castillo, ni siquiera las de la casa que lo albergara en los suburbios de Bradia. Tras una alta empalizada estaba el pequeño caserío de piedras, que en aquel momento era habitado por unos pocos traquis. Como la nueva población excedía la capacidad del mismo, deberían construirse sus propios alojamientos.

La isla era pequeña, de apenas unos tres mil doscientos acres, con un suelo muy fértil, de suaves ondulaciones cruzado por varios arroyuelos, tributarios de un lago rodeado de una densa arboleda, donde se abrigaban una gran variedad de aves y pequeños micos, que junto a algunos lagartos e iguanas conformaban su única fauna. El clima generalmente benigno, en aquel vanda de Pílcuyo, se presentaba severamente cálido. Los bradios y ciólades aplicados a la construcción de moradas, se sentían agobiados por el calor húmedo y la labor les resultaba más ardua, para superar la inexperiencia en aquella tarea.

Pero a pesar de las dificultades, se veían varias estructuras en franco progreso y seguro que en pocos saias tendrían varias moradas disponibles.

La guardia traquis, indolente y consiente de la imposibilidad de huir de la isla, había dejado en cierta libertad a los nuevos huéspedes y Piata cargando amorosamente a Emer, recorría la pequeña isla, descubriendo infinidad de rincones donde el pequeño podía corretear a sus anchas sin ningún riesgo.

Era el desarraigo de la patria, pero aquellos cortos paseos aportaban algunos ramalazos de paz y en una perfecta comunión con la naturaleza virgen los disfrutaban a pleno.

En uno de aquellos paseos, Emer se encontró por primera vez con Ilio. Gran susto fue el de Piata al ver al extraño ser jugando con su pequeño. Alto, Emer apenas le alcanzaba al pecho, pies y manos palmeadas y unos enormes ojos rasgados de una tierna mirada, cargada de dulzura. Para Piata de edad indefinida, pero por su forma de jugar, no resultaría mayor que el niño o quizá contaría con unos pocos vandas más.

Muy cerca en aquella ribera del lago se levantaban unas construcciones de troncos y ramas, donde vivía la familia de Ilio, junto con el resto de su reducida especie, algo más de mil quinientos individuos.

Observaba atentamente, el juego de los pequeños, sin percatarse de la otra presencia que también, desde más lejos, no perdía detalle de la alegre e infantil reunión. Luego de casi un pludio de quieta observación, Piata fue sorprendida por la cantarina voz que partiendo desde detrás de unos arbustos, le decía que había nacido una fuerte amistad entre su hijo y el suyo propio. No salía de su asombro al ver la espigada figura que se le acercaba con una amplia sonrisa y con ambas palmeadas manos extendidas en señal de fraterno saludo, no atinando más que con la misma actitud estrecharlas, aunque sin proferir palabra.

Así, unidas las manos, transcurrieron varios parpadeos, hasta que la recién llegada, intuyendo el motivo del asombro, se apresuró a contarle de su familia y de su especie.

Habitaban a pocas brazas de aquel claro, y su vida transcurría a medias en tierra firme y en el fondo del lago, donde tenían sus cultivos de algas y abundaban los peces, que junto a los frutos del monte, constituían su alimentación. Eran una pequeña congregación de Anfíbidus en la isla,  que mantenían un contacto restringido con  sus congéneres del continente, por las restricciones que les imponían los traquis y la imposibilidad de atravesar el mar por los temidos Piotos. Si bien no tenían contacto con el pueblo bradio, sabían de las peripecias pasadas con la invasión del oscuro, estando enterados también, de su destierro. No tenían más inconvenientes con los traquis que moraban en la isla, puesto que su vida sencilla no intercedía con los intereses de los horrendos seres y nunca habían tratado de esclavizarlos ni perjudicarlos en nada.

De aquella forma sencilla entraron en la vida de Piata y Emer aquellos seres, que a partir de entonces reforzarían saia a saia una entrañable amistad.

Los niños seguían sus juegos hasta que, ya a mitad del segundo tercius, Piata decidió regresar a su nuevo hogar. El compromiso tácito de futuros encuentros quedaba sellado.

Ya estaban todos los desterrados en sus casas y en adelante sus vidas transcurrirían, con añoranzas, pero serenamente, dedicados a cultivar sus huertas y cría de aves de corral, que constituirían su base alimentaria, sin dejar de soñar con el día que volverían a una Bradia libre.

Saia a saia se organizaba la nueva comunidad, distribuyendo las distintas labores entre todos, según sus gustos y habilidades, sin intervención de sus guardianes traquis, que con su indolencia habitual, pasaban casi todo su tiempo dormitando a la sombra de los árboles.

Luego de observar durante varios saias a sus carceleros, el soldado Querio, intuyó que aquellos asquerosos seres, únicamente se preocupaban por tener la panza llena y tiempo para dormitar, por lo que pergeñó la forma de mantenerlos al margen de las actividades y la vida de la comunidad. Destinó un cobertizo, para acumular comida para los traquis, que a poco, únicamente caminaban solo unos pasos para atiborrarse de las enormes sandías y melones que abundaban en la isla y carne de lagartos secada al sol. De aquella forma el problema traquis desapareció completamente y pudieron dedicar todos sus esfuerzos para hacer más llevadera la vida.

Los días de cautiverio en las mazmorras, que tanto habían debilitado al pequeño Emer, ya estaban en el olvido y el niño crecía  con recia salud, curtido por la vida en contacto directo con la naturaleza. A poco su amigo Ilio, llegaba hasta la comunidad a jugar y con la pequeña Clilia que ya hacía sus primeros pininos, constituyeron un trío inseparable. Grico, un poco mayor, había adoptado por su cuenta, el cuidado y protección de los tres pequeños. Disfrutaban con felicidad y hasta se tomaban ciertas licencias con los dormilones traquis, molestándolos con largas ramas para hacerles cosquillas en sus hocicos, que les hacían producir unos sordos gruñidos y al despertarlos corrían a guarecerse de sus zarpazos, aunque con las pesadas panzas repletas de sandía no tenían ánimos para perseguirlos.

También la madre de Ilio y otros integrantes de su familia, visitaban asiduamente la comunidad, estableciendo un lazo amistoso muy firme.

Promediaba Pílcuyo y el benigno clima de la isla era propicio para un pasar sereno, aunque nostalgioso. Los nuevos habitantes, atiborrando de comida a los traquis los tenían totalmente controlados, al extremo de tener total libertad de movimientos por todo el territorio. Sin embargo no tenían acceso al pequeño atracadero, aunque no había una mísera piragua y las posibilidades de escape eran nulas.

Cada treinta o cuarenta saias atracaba una barcaza que se encargaba de llevar algunas pocas provisiones y recambiar algunos custodias y era cuando los traquis ejercían su labor con la acostumbrada brutalidad. En esos momentos, sacudían su modorra y no miraban a quien descargaban sus brutales porras. Por eso, los desterrados, luego de algunos intentos fallidos por acercarse, optaron por desaparecer de aquellos contornos e internarse hacia el poniente donde la isla ofrecía refugios seguros.

El lago, se extendía en una planicie rodeado de tupida fronda, que albergaba un fresco césped, donde se accedía al agua en hermosas y muy seguras playas. Aquellos eran los lugares preferidos para los juegos de los pequeños y las reuniones de los mayores. Allí fue donde por primera vez se habló de la insurrección. Primero veladamente, luego ya con entusiasmo.

Querio, joven, fuerte, hábil guerrero y de un acendrado amor por su terruño y por la familia de su soberano, volcaba toda su energía y sapiencia en pergeñar la vuelta y reconquistar para Emer el poder. Pero para ello debía esperar a que el pequeño llegara a una edad en que pudiera ejercerlo. Tenía varios vandas, para preparar su aventura y junto a Piata, educaban al pequeño, en historia de Bradia, estrategia de la guerra, economía, política y gobierno y muy especialmente en moral. No solamente ellos intervenían en su educación, sino que también Iliana, la madre de Ilio, tenía una destacada tarea en todo lo concerniente al entrenamiento en el arte de la meditación.

Las enseñanzas de Iliana, comenzaron a destacarse, cuando el pequeño era entrenado en las artes de la guerra, al haber adquirido una incomparable concentración y agilidad mental, que le permitía anticipar los movimientos del contrincante, transformándose poco a poco en un eficaz luchador.

Apenas contaba con seis vandas y su inteligencia era destacable. Eximio nadador, entrenado por su amigo Ilio, únicamente no lo igualaba en el tiempo de permanencia sumergido, porque sus pulmones no estaban constituidos para contener la respiración más que unos pocos parpadeos. Salvo esa carencia, era capaz de llegar hasta el fondo del lago para ayudar en la cosecha de algas y pescar buenas piezas.

La pequeña Clilia, también crecía vigorosa y no se desprendía de la compañía de Ilio y Emer, siempre bajo la atenta mirada  de Grico. Eran cuatro inseparables, aunque en los juegos, el mayor pocas veces intervenía.

A medida que pasaban los saias, se hablaba más abiertamente de los propósitos de Querio y ya se gestaba un serio movimiento por alcanzarlos. Poco a poco fueron organizando una estructura militar solapada, que cada saia funcionaba mejor y la semilla germinada empezaba a desarrollarse silenciosamente pero con gran fuerza. La familia de Ilio, se había constituido en aliados insuperables y siempre estaban prestos a ayudar en todo lo posible a llevar adelante aquellos propósitos.

Ya era tiempo de establecer un contacto con los aliados de la sabana, pero no encontraban la forma de hacerlo. Allí fue, cuando a un habitante del lago, Fericio, se le ocurrió iniciar un largo asedio a los custodias traquis para que se le permitiera embarcar en una barcaza para visitar a sus compatriotas en el continente. Fue una ardua tarea que llevó varios vandas de insistencia, pero al fin conseguiría su propósito.

Fericio, intentó varias veces atravesar el mar nadando, pero los monstruos marinos, los terribles Piotos, eran los seguros custodios de la isla que le daban aquella tranquilidad a los carceleros, por lo que debió cejar en sus intentos.

Mientras, la vida en la isla transcurría muellemente, sin mayores sobresaltos. Los traquis, de panza llena, no hacían otra cosa que dormitar bajo la fronda.

De hecho la comunidad, había formado una sociedad sumamente organizada, en la que destacaban varios líderes ocupándose de tareas específicas. De esa forma habían llegado hasta darse una forma de gobierno informal, pero muy efectiva, asegurando un transcurrir sin el mínimo tropiezo. Se podía considerar que la comunidad era autosuficiente, económica, política y gubernativamente. Pero aquella suficiencia no sería óbice para olvidar los propósitos inculcados por Querio y en todas las mentes anidaba el deseo de volver y liberar Bradia, estando toda aquella organización silenciosamente dirigida a la obtención de la ansiada libertad.

Emer, ya contaba once vandas y su destreza en el manejo de las armas era destacable. Aquella pasión que había despertado su uso, no opacaba su inteligencia y deseos de saber cada saia más sobre la historia de su querida Región y el ansia de liberarla. Después de varios pludios dedicados a la meditación y otros tantos al ejercicio físico, iniciaba sus lecciones de todos los saias, ante sus preceptores, junto a Ilio, Clilia y todos los adolescentes de la comunidad. Luego todos dedicaban algún tiempo a los juegos, para más tarde seguir con el aprendizaje del arte de la guerra. Todas estas actividades debían realizarlas fuera de la vista de los traquis, por lo que habían establecido a la vera del lago un verdadero campo de entrenamientos y un gran tinglado que hacía las veces de improvisada escuela. De aquella forma continuaban pergeñando sus propósitos, seguros de no tener interferencias de sus carceleros.

La Pequeña Bradilia, como llamaban a su comunidad, era bella en su pequeñez. Las primeras viviendas, fueron mejoradas y todas lucían pequeños jardines y huertas. Poco a poco fueron, construyendo nuevas, cada vez más alejadas de las sucias de los traquis, dejando un extenso arenal entre ambas, que les aseguraba un vivir más tranquilo al no tener a los monstruosos indolentes tan cerca.

La estación de las flores lucía todo su esplendor. La Pequeña Bradilia se veía como un alegre jardín. Mariposas multicolores recordaban a Piata las persecuciones infantiles de Emer en el prado del castillo, cuando el amparo del gran Erem se extendía por toda Bradia.

Lentamente se dirigía hacia el lago, a cumplir sus tareas de preceptora, contemplando las bellezas de la fronda. El verde tapiz del suelo cual mullida alfombra, atenuaba el susurro de sus pasos y la brisa leve agitaba voluptuosa cortina de hojas y flores multicolores libadas amorosamente por bandadas de colibríes de iridiscentes y temblorosos aleteos. Añosos árboles, albergue preferido de inquietos micos, dejaban caer displicentes lianas que orladas de sus penetrantes ojos negros parecían observar curiosas el andar cauto de Piata. Los pájaros, coreaban la algarabía del bosque y la paz desgranaba sus notas en la vieja canción que apenas parecía musitar, recordando los días festivos de la tan lejana época de los primeros vínudas de Emer. Ya se escuchaba el murmullo del pequeño riachuelo que entregaba su cantarina carga en el lago, tan cerca de la improvisada escuela y Piata parecía contemplar la torrentosa corriente del río Brado, que separa el castillo de Bradilia. Cuántas emociones, cuántos recuerdos despertaron en lo más profundo de su alma.

La grata tarea de atender al heredero de Bradia, el futuro rey, llenaba de plenitud la vida de Piata. Desde los primeros parpadeos de su asomo a la vida, estuvo a su lado, velando su sueño, mimando sus pequeños caprichos, jugando sus juegos, alzando sus tropiezos, riendo sus alegrías, llorando sus tristezas.

Ahora, ya adolescente y a pesar del desarraigo y la pérdida de sus padres, que le templaron tempranamente, buscaba su regazo para enjugar una lágrima o para gozar una alegría. Y cuando a un leve roce en su mejilla de la delicada mano de Clilia, sintió aletear enloquecido su corazón, fue a quien primero confió su regocijo y reclamó consejo.

Era la amorosa madre que necesitaba y tenía. Era tan amorosa madre que no olvidaba un solo saia, en recordarle la verdadera, que el oscuro le arrebatara.

El recuerdo de aquel dulce incidente, iluminó más el rostro de Piata y cuando llegaba a la explanada que albergaba la escuela y el campo de entrenamientos irradiaba tal encanto que hizo más amena su clase y su alegría contagiosa impregnaba los corazones de sus párvulos.

No hubo problemas de cálculos ni lecciones de historia, puesto que el tema principal del saia, fue la música y el canto. En la isla no contaban con ningún instrumento musical, más que unas toscas flautas de madera hueca construidas por la habilidad de Grico, pero constituían instrumentos muy apreciados con los que podían ejecutar varias melodías, algo quejumbrosas pero de buen ritmo. Bajo la dirección de Blacia que tenía muy buenas aptitudes musicales, la clase se transformó en improvisado concierto y transcurrió entre cánticos y mucha alegría bajo la condescendiente mirada de la feliz Piata.

Luego de la distendida clase, tras un breve descanso, vendría la instrucción en las artes de la guerra.

 Querio, tenía preparada una clase teórica de estrategia militar, base para el desarrollo de las otras dos fases, táctica y logística, que le seguirían en los próximos saias.  Para el desarrollo del tema, sería un soporte ineludible e incomparable, la excelente formación en historia y geografía de Bradia, considerando el fin primordial de la instrucción militar con vistas a la liberación tan ansiada.

La disertación de Querio, inició con el despliegue de un gran mapa del territorio bradio, al que había adherido con pequeños pinchos trozos de papiros de varios colores, que representaban los distintos batallones distribuidos en un supuesto campo de batalla, que abarcaba no solamente el territorio bradiano sino también amplias zonas de la sabana y lugares estratégicos del desierto y la gran selva.

Siendo la estrategia militar un verdadero arte, sobre la que no se encontraría ningún tratado científico, debía desarrollar la imaginación y la percepción de los alumnos para pergeñar las distintas maneras de planificar una invasión al territorio sin que el enemigo pudiera discernir la forma, el lugar ni el tiempo en que se produciría. La conformación topográfica del terreno era fundamental y los conocimientos que en geografía les impartiera Piata, serían de inigualable ayuda.

A poco y tomando en cuenta las intervenciones de Emer e Ilio, Querio intuyó que en los jóvenes había dos estrategas natos, que plantearon profundas discusiones sobre las distintas posibilidades de distribución de batallones teniendo en cuenta los accidentes del terreno y las posibilidades de movilidad en distintos espacios de tiempo, como también los posibles movimientos defensivos del enemigo y los contraataques que podrían producir. Los trozos de papiro cambiaban rápidamente de ubicación en el mapa, creando un movimiento de pinzas de los atacantes, que además de atacar por tres frentes al grueso del ejército enemigo, le dejaba sin posibilidades de movimientos evasivos y desarticulaba totalmente sus huestes.

Aquellas intervenciones pautaron la próxima clase, que se desarrollaría en base al planteamiento del ataque por parte de Emer y la defensa por parta de Ilio. Los dos jóvenes estrategas se enfrentarían en un juego de guerras que sería un verdadero simulacro de la reconquista de Bradia.

A los pocos movimientos estratégicos de ambos ejércitos, cayeron en cuenta que no solamente con estrategia se podía hacer la guerra. Frente al enemigo habría que realizar cambios tácticos. Allí estaba el segundo paso en el estudio. Si bien la estrategia eran planteamientos secretos, de los cuales el enemigo no podría enterarse, la táctica debía aplicarse para cambiar aquellos planteamientos, en pleno campo de batalla, durante la acción, por lo que no solamente debían mejorar la situación, sino que también debían sorprender a los estrategas del otro bando.

Luego de un enfrentamiento prolongado y con un desgaste enorme de material, Querio realizó una observación dejando al descubierto la necesidad de un tercer elemento sin el cual no podría llevarse a cabo ningún acto militar.

La logística quedaba planteada. El armamento, las vituallas, la atención de los heridos, las comunicaciones, debían ser también atendidas. El estratega debía considerar su mantenimiento fluido, puesto que era una base fundamental.

Aquellos tres elementos, serían adoptados por los dos jóvenes, como norma de vida. Hasta en los juegos más inocentes, la estrategia, la táctica y la logística serían ingredientes ineludibles.

Luego de controlados los custodios Traquis, atiborrados de comida, la vida un tanto muelle y distendida que vivían los exiliados de la Pequeña Bradilia, había adquirido ya, un fin bien determinado, reconquistar la amada patria, y todos, con sus aliados Anfíbidus, se preparaban para la gran aventura.

Se acercaba el saia en que atracaría la barcaza que llevaría a Fericio al continente, y todos, Bradios y Anfíbidus, desplegaban febril actividad preparando su viaje, los primeros elaborando los mensajes a sus aliados, dándoles cuenta de los planes de invasión y requiriendo su apoyo y los segundos, además del pequeño equipaje, mensajes y recuerdos a sus conocidos del continente.

Todos aquellos mensajes serían introducidos dentro de las finas cañas que formaban una bonita estera, regalo de la comunidad al Principal de un estado continental, que había cultivado una buena amistad con el soberano Erem y le consideraban un seguro aliado para la reconquista.

Aquella finísima estera, elaborada con cañas pulidas y laqueadas unidas con cuerdas de fibras de algas, rematadas con nacaradas conchas, era un escondite ideal para transportar sin riesgos los mensajes e instrucciones. Soportaría el más minucioso examen de los fiscales de aduana de Omús y Fericio no tendría dificultades para su introducción.

Todo estaba presto, el próximo saia partiría.

Temprano, recibió el saludo de despedida de la población bradiana, puesto que no les sería admitido despedirlo en el atracadero. No fueron necesarias recomendaciones, Fericio integraba el comando que formara Querio para planear la reconquista.

Sin embargo un nutrido grupo de Anfíbidus, se acercaban alegres a despedirlo. Aquella multitud despertó la furia de los Traquis, que empezaron a repartir porrazos sin miramiento, sembrando el terror entre los indefensos que huyeron en desbandada esparciendo equipaje, estera y otros enseres. Cuando reinó nuevamente la calma y luego de largos parlamentos el viajero consiguió el permiso para juntar sus pertenencias y abordar la barcaza. Aunque bastante accidentado, Fericio iniciaba su viaje al continente. Recién, luego de zarpar, desde la borda dirigió con las manos en alto su despedida a su gente.































Capítulo IV

En Bradia el terror sembrado por los secuaces del Oscuro, mantuvo a todos los habitantes, Bradios y Ciólades, en una aparente obsecuencia. Subyacía el odio a aquellos malvados e íntimamente todos esperaban la liberación, aunque aún no habían llegado a discernir cual sería la forma.

Habían surgido solapadamente algunos líderes, que iniciaban algunas conversaciones secretas tratando el tema, pero no avanzaban, sus tiranos habían establecido un sistema de inteligencia con férreos controles, no permitiendo ningún tipo de reunión, por lo que debían trasmitirse las distintas ideas de persona a persona en encuentros casuales al principio y acordados más tarde. Aquel estado de cosas, sirvió para aumentar, si cabía, el odio a los usurpadores.

Pártiros, sufría desde su pequeña factoría de forja, el cautiverio de su tío el General Filus y se constituyó en uno de los líderes principales que trabajaban por la liberación. Era uno de los tantos soldados de elite que no habían sido encerrados en las mazmorras y que luego de muchas peripecias pudo volver a su viejo oficio de forjador del hierro.

Su taller era una base importante de información y desde allí se transmitía a los múltiples “clientes” recados para los demás líderes, tejiendo lenta pero eficientemente una red que sería básica para acciones futuras.

Desde la orilla austral del río Brado, Omús había iniciado la construcción de una imponente muralla de piedras, que transcurría por la frontera de Bradia con la Sabana y más al sur por el borde de la Gran Selva. Aquella infranqueable construcción con las innumerables torres de centinelas a cargo de los ciclópeos Corios, constituían además de una defensa de los usurpadores, una traba para el intercambio comercial con los vecinos Briotas y Gauros, puesto que la región septentrional quedaba alejada de los principales centros de producción ubicados al sur.

Sin comercio fluido, empezó a escasear el hierro y las telas, como también la exportación de lácteos y hortalizas. La miseria empezaba a extenderse por todo el territorio, creando la conciencia general de la necesidad de una pronta liberación.

La economía de los estados del poniente, también se había resentido. Las magras importaciones de los productos bradios, habían significado un gran encarecimiento de los comestibles y el decaimiento de las exportaciones no conseguía las divisas necesarias, por lo que no solo era perjudicado el estado ocupado, sino también ellos. Este estado de cosas, llevaría lógicamente al congelamiento de las relaciones con los nuevos señores de Bradia y un fuerte apoyo a sus pobladores. De hecho ya existía una alianza, o más bien seguía intacta, la muy antigua mantenida con el asesinado Erem.

El contrabando se extendía inexorablemente y el río Brado y sus afluentes eran la vía por donde entraban y salían los convoyes de contrabandistas. Desde las atalayas de la muralla era imposible controlar su paso, por el ancho de las corrientes.

Aquel estado de cosas ofreció la posibilidad de un vínculo seguro con los aliados del occidente sin el más mínimo control por parte de los secuaces del Oscuro. Por las noches, extensas caravanas de delgadas y largas piraguas transportaban silenciosamente, productos sin pagar los tributos de un lado al otro de la frontera. Pero no solamente productos, sino también mensajeros de la revuelta que se gestaba.

En unos tres o cuatro vandas, todo el territorio estaba solapadamente participando de la insurrección, solamente se esperaba el momento oportuno. Pero una operación de tal envergadura debía iniciarse únicamente cuando se contara con una real posibilidad de triunfo y no tenían ni armamento ni un comando estratégico para llevarla a cabo.

 Los generales Filus, Orio y Bacio seguían prisioneros en las mazmorras, todos completamente recuperados de sus lesiones de combate, aunque Bacio había perdido la movilidad de su brazo derecho. Pocas veces les dejaban verse, pero en esas oportunidades nunca dejaron de hablar y buscar formas de liberarse, incluso habían conseguido la complicidad de un esmirriado custodio Murrio que cansado de los malos tratos que recibía de los Grulios, había alimentado un feroz odio a sus aliados. Este Murrio, llamado Filiadonirio, además de ser conducto de los mensajes entre los prisioneros, se había contactado en Bradilia con  Pártiros, llevando mensajes de su tío.

Aquel contacto, que luego de algunos vínudas, se hizo bastante fluido, mantuvo la ilusión de poder liberarlos y contar con el comando adecuado para iniciar las acciones. Pero los vandas pasaban y no llegaba el tan ansiado saia.

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 Fericio, desembarcó sin mayores contrariedades en el continente, en una rada cercana al delta por el cual desembocaba en el mar el río Brado. Con la estera enrollada y su pequeña mochila, protegidas por una tela impermeable, atadas a la espalda, se preparó para remontar la corriente.

Luego de hacer un breve reconocimiento de la zona, se internó en el brazo austral del delta remontando lentamente la mansa corriente. El sol, en un saia totalmente despejado, iluminaba hermosamente la sabana y discurría casi en su máxima altitud indicando que el primer tercius llegaba a su final. Sabía que su primera jornada en el río Brado sería solamente nadar hacia el oriente en búsqueda del bajío de la sabana donde el río se ensanchaba de tal forma que formaba un inmenso lago. Allí encontraría el primer núcleo de sus parientes.

Al mediar el segundo tercius, se detuvo a fin de tomar algunos alimentos. En la playa arenosa, luego de comer, realizaba un breve paseo, cuando su fino oído captó voces que producían un gran alboroto, incluso provocando el vuelo apresurado de una bandada de multicolores pájaros y  el chillido asustado de algunos micos. Con su desarrollado olfato percibió inmediatamente, el olor característico de los odiosos Traquis.

Apresuradamente, juntó sus pocos bártulos para alejarse prontamente de aquellos parajes, pero el alboroto se acercaba, cayendo en cuenta que la huída era imposible, si le encontraban, tendría que justificar su presencia. Pero… que hacían un grupo de Traquis en territorio de Gauros y Briotas? Ágilmente se escondió entre unas altas matas de finas cañas, presto a observar a los alborotadores. Eran cinco, y se pararon a pocas brazas de su escondite. Olfatearon el aire, desconfiados, pero su discusión les absorbía casi totalmente la capacidad de sus pocas conexiones neuronales. Era común que los Traquis atravesaran la sabana, pero lo hacían siempre protegidos por una columna de soldados. A pesar de no haber beligerancia declarada con los habitantes de la sabana, la aversión mutua, podía provocar enfrentamientos y los aliados de Omús temían las porras Briotas.  

 No eran guerreros, pero dos de ellos blandían las temibles mazas erizadas de agudas puntas de hierro, y eran los que en aquel momento llevaban la voz cantante.

-Debemos alistarnos, en pocos saias deportarán a la isla una gran cantidad de Bradios y Ciólades y necesitan custodios para llevarlos, la paga es muy buena y al regreso podemos adueñarnos de las tierras de los deportados, por lo que es doble negocio. Los parientes serían nuestros esclavos, cultivarían y cuidarían de nuestras reses.

-Sí, es buena la paga, ¿pero si al regreso nos mandan al frente?, no olviden que Omús quiere conquistar la sabana septentrional y la guerra se prepara. Yo no me alisto.

-Y, ¿si te obligan?, no tendrás tierras, y la paga no será tan buena.

-Prefiero quedarme en la Selva Oscura. Terció otro. –Allí tengo todo y no quiero mezclarme en las aventuras de Omús. Es muy peligroso. Ganes mucho o nada, siempre te pone la bota encima y serás su esclavo toda la vida.

-Son unos cobardes, ineptos y miedosos. Cuando sea un soldado de Omús, ¡que no me los encuentre al paso! Hoy parto hacia Bradilia y en un par de saias ya seré parte del ejército y ustedes, ato de inútiles, vayan a llorar en el regazo de vuestras hembras.

En aquel instante, Fericio escuchó un suave roce más allá de las cañas que lo protegían, aguzó la vista y percibió una rápida rodada de un Gauro. Era evidente que había seguido muy de cerca de los Traquis y había escuchado la conversación, enterándose de los propósitos de Omús. Era un seguro aliado,  que debería contactar inmediatamente desaparecieran los Traquis. Éstos, se internaron en unos matorrales más allá de la playa y al poco rato no se les oía.

Inmediatamente, llamó la atención del Gauro, que se aprestaba a seguir a los enemigos.

Luego del desasosiego que le causó el chistido de un oculto personaje, al verlo saltó de alegría, pues se encontraba con un habitante del lago. Golio rodó acercándose, pero su desazón no tuvo límites al no reconocerlo y de la alegría pasó al desconcierto. Vecinos y amigos, Golio frecuentaba asiduamente la colonia y aquel Anfíbidus le era desconocido.

Fericio al ver su desconcierto se apresuró a contarle los motivos por los que estaba allí.

-No os asombréis por mi presencia, vengo de la isla del destierro, soy amigo de los exiliados de Bradia y vengo a contaros las buenas nuevas sobre la insurrección para liberar el territorio y arrojar al desierto a Omús. Luego de visitar a mis parientes del lago del río Brado y concertar algunas misiones que requerirá de varios mensajeros para transmitir las ordenes de Emer, futuro rey de Bradia, y de Querio su comandante, iré a conferenciar con vuestro rey, para pedirle ayuda en el envío de mensajes al General Filus, recluido en las mazmorras y a su sobrino Pártiros, para organizar la resistencia al dictador.

-Alegría. Exclamó Golio, abrazando a Fericio. –Ya mismo parto hacia la ciudad, a avisar al Rey de vuestra visita. Dadles mis saludos a mis queridos amigos del lago y os espero en palacio, para ayudaros en todo lo que necesitéis. Alegría, alegría. Palmoteaba el gauro, feliz por la noticia.

-Puesto que eres feliz por ayudar a nuestros amigos bradios, adelantémonos, llevadle esta estera al Rey y decidle que en su interior encontrará muchos rollos con instrucciones muy precisas, que él sabrá muy bien como diligenciarlas. Dile además que estaré muy agradecido y feliz si me concede el honor de una entrevista dentro de tres saias, luego de que mis hermanos del lago estén enterados de sus misiones y las pongan en ejecución.

-Dadlo por seguro. Nuestro Rey estará esperándote y tu visita marcará un hito en la recuperación de Bradia para nuestro querido Emer y su pueblo.

El regocijo por el encuentro, les hizo olvidar momentáneamente la cercana presencia del grupo de Traquis. Cuando Fericio los recordó, dijo:

-Oísteis lo que dijeron los Traquis sobre nuevos destierros y la conquista de vuestros territorios septentrionales.

-Sí, es un asunto que nos preocupa sobremanera. Ya, los oficiales de nuestra inteligencia, habían averiguado esas oscuras intenciones y nuestro Rey está al tanto de todo. Al construir la gran muralla al sur del río Brado, nuestro departamento intuyó las intenciones siniestras del Oscuro y nos pusimos a trabajar a fin de descubrirlas. Se han reforzado los ejércitos del norte y se enviará una gran dotación de soldados y armamento al fuerte que se construye cerca de la frontera, a unas pocas leguas de Briotilia. Vuestros parientes, vecinos y amigos nuestros, a pesar de su neutralidad en todo conflicto y no tener fuerzas armadas, han tenido varias conferencias con nuestro Rey y le han comprometido su apoyo incondicional, facilitando tareas de inteligencia y patrullaje en las zonas cercanas al río Brado y sus distintos afluentes. Será una valiosísima ayuda, puesto que hay zonas de difícil acceso y sabemos que a Omús le son fáciles, por el concurso de sus aliados murrios. El fuerte en construcción conjunta con el estado Briota, será armado con soldados de ambos estados.

-Tú estáis enrolado en el ejército gauro?

-Sí, pertenezco a la inteligencia. No debería decíroslo, pero al enterarme de vuestra delicada misión, os he considerado un par y un aliado.

-Os agradezco la confianza y os aseguro que desde mi humilde misión no defraudaré a vosotros ni a nuestro querido Emer. Será cumplida debidamente, así me constare la vida.

El sol declinaba por el poniente, anunciando el fin del segundo tercius, por lo que urgía una despedida a fin de proseguir con sus respectivos caminos.

Mientras Fericio se introducía nuevamente en el río, Golio emprendió veloz rodada hacia la ciudad, portando el preciado obsequio de los Anfíbidus de la isla del destierro, para su Rey.

Ante la atenta mirada del Rey y su Comandante General, eran quitadas cuidadosamente las conchas que remataban las finas cañas de la estera, de las cuales extraían los pequeños rollos con los mensajes. Fueron apareciendo decenas, que eran leídos por el Rey y luego pasados al Comandante General, quien los ordenaba según sus contenidos.

Golio que atentamente observaba la tarea, fue el primero en comentar admirado, la excelencia que denotaba aquella organización pergeñada por Querio.

En los mensajes encarecía concretamente un trabajo de inteligencia, que de parte de Emer se le encargaba a sus aliados gauros. Aquel encargo detallado hasta en sus mínimos detalles, abarcaba todo el territorio de Bradia, la sabana, el desierto y los cerros ignotos del norte, donde se habían refugiado varios miles de soldados Briotas, huidos cuando eran deportados al desierto.

Luego de un muy concienzudo análisis del contenido de la estera, el Comandante General con la anuencia del Rey, designó como encargado responsable del cumplimiento cabal de los requerimientos de Emer, a quien era considerado como el más experiente espía, el Capitán Golio. Se le suministrarían todos los recursos requeridos por la misión, sin ninguna restricción y se pondría bajo su mando a todos los oficiales necesarios para cumplirla. En el término de dos saias debería presentar al Comandante su plan de trabajo con la debida presupuestación, para liberar los fondos necesarios y ordenar la incorporación a su equipo del personal que la misión requiriera.

La ciudad de Gaurilia, en aquel amanecer estaba sumida en densa niebla que partía desde la sabana cubriéndola con un sudario gris de pequeñas gotitas de cerrazón que a medida que ascendía el sol pugnando por atravesarla, brillaban tímidamente y se apagaban como temiendo el despertar. Junto a un jardín que ocupaba un rectángulo de unas dos mil varas de frente por unas mil quinientas de fondo, con varias albercas y fuentes finamente decoradas con mármoles y estatuas, macizos de flores, arbustos y añejos arces, estaba el palacio real.

Fericio observaba aquella maravilla de construcción, acostumbrado a sus humildes moradas, con real admiración, cuando Golio alegre fue a su encuentro.

Ya el Capitán Golio, estaba poniendo en marcha su misión, por lo que solo tuvieron un breve encuentro, donde fue informado de los acontecimientos.

Recibido por el Rey y su Comandante General, Fericio informó detalladamente todas las misiones que debía cumplir encargadas por Emer y Querio.

Luego de entregada la estera al Rey y encargadas varias misiones a sus parientes del lago, debería remontar la corriente del río hasta la desembocadura de su primer afluente septentrional, el río Crono, y ascender por éste hasta el lago de sus nacientes entre los Cerros Ignotos, donde se enclavaba la mayor colonia de sus congéneres. Aquellos serían los encargados de informar sobre los movimientos de los ejércitos de Omús en el norte y centro de informaciones e inteligencia del ejército del norte que se integraría con los guerreros cáriodos refugiados en los Cerros Ignotos.

La presencia del mensajero, no sería considerada peligrosa si era interceptado por los secuaces de Omús, además llevaba sus pasaportes en regla, emitidos por los Traquis de la isla. A pesar de eso, sabiamente, el Rey gauro aconsejó a Fericio que no se expusiera, puesto que el Oscuro desconfiaba de todo extraño que anduviera por sus territorios y él tendría que atravesar parte de Bradia cerca los Cerros Ignotos.

En aquella aventura no podían quedar afuera sus aliados Briotas, por lo que ya tenían concertada una reunión conjunta de reyes y comandantes generales de ambos estados. Además, Fericio tenía también, recados de Emer para el Rey Briota.

Es muy justo destacar la unión de aquellos dos estados, que compartían un mismo territorio, gobernándolo en forma conjunta y solucionando todos los diferendos y problemas en la más sana armonía. Desde hacía varias decenas de vandas existía aquella sociedad y constantemente se fortalecía.

El longilíneo visitante cumplidos sus informes y recibidos los encargos y pedidos de salutaciones a Emer por parte del Rey, se preparó para continuar con su viaje.

Gaurilia estaba enclavada en un amplio valle de la sabana muy cercano al lago del río Brado y antes de finalizar el primer tercius, Fericio se internaba en las aguas a fin de seguir su periplo río arriba.

Las primeras leguas del recorrido, fueron muy tranquilas y si no fuera la sin par belleza de la sabana, el viajero no hubiera tenido motivos para demorarse. Pero en aquella gran curva que hacía el río donde recibía a su principal tributario del norte, cuando ya se imponía un descanso, Fericio no pudo abstraerse de la magnificencia del paisaje y resolvió realizar su campamento hasta el próximo saia en la despejada ribera. Instaló su pequeña tienda sobre un montículo de arena que se elevaba unos dos o tres pies sobre el nivel de la playa y se dispuso a aderezar un suculento ejemplar pescado antes de arribar a la orilla. La sabana al caer el sol, era hermosa, los gorjeos y reclamos de los pájaros que regresaban a sus nidos entre los cañaverales, los predadores nocturnos que iniciaban lentamente sus primeros movimientos como desperezándose de la modorra del descanso de un saia de calor abrasador, daban sonido a la eclosión de colores cambiantes que el sol poniente imprimía al paisaje. Extasiado por aquella armonía de vida y color, fue sorprendido por la oscuridad nocturna. Luego de la copiosa cena, un descanso reparador, al próximo amanecer proseguiría su periplo.

Hasta aquella playa donde pernoctara, llegaba un camino que le conduciría en menos de un tercius a Briotilia, por lo que a fin de aprovechar bien aquel saia, luego de un frugal desayuno, partió raudo a visitar el palacio Briota.

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Emisarios enviados el saia anterior por el Rey Gaurio, habían impuesto ya al soberano Briota, de las actividades libertarias que se gestaban e inmediatamente anunciada la presencia de Fericio, fue recibido en una sala de juntas por el Rey y sus comandantes.
Luego de enterados de los requerimientos de Emer y ordenadas las acciones a seguir, el Rey Briota ordenó a su Comandante impusiera al visitante, de la nueva arma que estaban desarrollando, para que informara detalladamente a Emer y al Comandante Querio.

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Accidentalmente, mientras manipulaban en una mina de carbón, azufre y otros elementos con alto conteniendo de nitratos y potasio, se produjo una deflagración que arrancó de cuajo un pequeño montículo de piedras. Un capataz de mina, al asistir al acontecimiento, se puso inmediatamente a investigar las causas, intuyendo que si podían controlar aquella explosión, contarían con un material sumamente eficaz con aplicaciones impensadas.

Empezó mezclando polvo de carbón con azufre y otros productos que normalmente estaban presentes en los trabajos mineros. Después de varios vínudas de fracasos, consiguió sus propósitos con una mezcla de potasio, azufre y carbonilla que produjo más humo y chisporroteo que fuerza, pero convencido de que estaba en el buen camino, continuó experimentando hasta conseguir un polvo negruzco, bastante inestable, pero de gran poder explosivo. Seguía con sus experiencias y ya había conseguido hacerlo detonar dentro de pequeños barriles de hierro dirigiendo la fuerza hacia la abertura, despidiendo en esa dirección aproximada, a unas treinta varas un montón de chatarra que contenían. En aquel momento estaba experimentando con tubos de hierro a los que había perforado un pequeño orificio en la parte trasera por la que introducía una mecha, que sería la encargada de llevar el fuego para detonar la carga. Aquella experiencia había dado resultados impresionantes, pues si se llenaba con trozos de hierro, esparcía a unas setenta yardas un abanico de chatarra que causarían a un supuesto enemigo mayores destrozos que las bolas de fuego o las piedras de una catapulta.

El experimento se llevaba adelante en el más estricto secreto, estando enterados únicamente ambos reyes y sus respectivos comandos, por lo que se imponía que el tratamiento de aquella información por parte de Fericio fuera cautamente manejado y comunicado únicamente a Emer y su Comandante.

Fue invitado al taller donde se fabricaban los tubos y a presenciar una prueba que se desarrollaría en el próximo tercius.

En un amplio cobertizo, se alineaban un centenar de tubos, prontos para ser probados y al lado el campo de pruebas. Un soporte firmemente plantado en tierra con una inclinación de unos cuarenta y cinco grados con un tubo aprisionado con varios sunchos en la parte superior apuntaba hacia un gran montículo de tierra distante unas cincuenta yardas. Trajinaban febrilmente el inventor y varios ayudantes preparando la prueba.

Los demás presentes parapetados detrás de una gruesa pared que les alcanzaba a los hombros, ubicada un poco a la izquierda y hacia atrás del artilugio, esperaban ansiosos el momento.

Una larga mecha de estopa cubierta de parafina y un material negro fue introducida en el orificio situado casi en la culata del tubo en la parte superior. El inventor acercó fuego a la misma y en cuestión de unos parpadeos, se produjo el estruendo de la explosión, viendo azorados como dentro de la nube de humo salía despedida una cantidad de trozos metálicos que se incrustaban en el terraplén.  Corrieron todos a inspeccionar los resultados, confirmando que en un radio de unas diez yardas había hierros ensartados profundamente, concluyendo que si en lugar de tierra hubiera un escuadrón Traquis, había sido exterminado.

Fericio miraba asombrado el tubo de hierro y como hablando para sí observó: -Si pudierais construir un carromato lo suficientemente fuerte con un soporte igual al que está plantado en tierra, podríais transportar esta arma a cualquier parte y  vuestros ejércitos serian invencibles.

-Excelente idea. Dijo el inventor. –Estamos desarrollándola y pensamos tener los primeros, en un vínuda más o menos. También estamos trabajando en tubos de paredes más gruesas y más largos, con lo que pensamos darles mayor alcance, quizá lleguemos a las cien yardas.

Era asombroso el cambio que podía significar aquel artilugio en un campo de batalla. Toda estrategia pergeñada por un enemigo, sería desbaratada con su uso y un buen estratega que contara con su concurso tendría la posibilidad de emplear técnicas de combate jamás imaginadas. Solamente el estruendo que produciría un centenar de disparos, bastaría para desbandar el batallón más aguerrido y la cantidad de bajas resultantes helaría la sangre de los sobrevivientes. Y todo esto sin sufrir el menor quebrando por parte del ejército atacante.

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Mientras ocurrían estos hechos, muy cerca, Pártiros trataba la adquisición de una partida de hierro para su taller de forjas. Cada vez que tenía que realizar estas diligencias, primero debía solicitar una autorización para salir del estado y luego de concedida, gestionar un custodia Traquis, que portaría su pasaporte y le acompañaría en todo su viaje. Sabido es que los Traquis, son negligentes para toda tarea que no sea la guerra, por lo que generalmente el custodio, mientras Pártiros realizaba sus compras, se tumbaba a dormitar en la primera sombra que encontrara, dejando a su escoltado prácticamente libre para ir y hacer lo que se le antojare.

  Fue así que luego de concertado el negocio de hierros, Pártiros  caminó unas pocas brazas, para visitar brevemente a un amigo Briota que revistaba en el Comando del ejército y cambiar informaciones sobre los proyectos de insurrección.

Como no se encontraba en el Comando, tuvo que ir apresuradamente hasta el lugar donde se probaban los nuevos artilugios de combate. Al tomar conocimiento de quien le requería, el oficial Briota solicitó y obtuvo el permiso para que Pártiros conociera la nueva arma.

No solamente conoció el flamante invento, sino que además tomó conocimiento directo de Fericio, del estado de Emer y el resto de los deportados, como también de todos los progresos del futuro Rey y sus planes de reconquista. Con aquel encuentro se facilitaron todos los encargos que debía cumplir el embajador anfíbidus y Pártiros decidió que pergeñaría la forma de trasladarse por un buen tiempo a Briotilia para participar, empleando sus conocimientos de forja, en la construcción de los tubos y sus soportes móviles.

Antes de su traslado, impondría al General Filus, de aquel estado de cosas, que seguramente sería motivo de gran alegría para éste y los otros dos generales presos en las mazmorras.

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Fericio, abandonado el río Brado, remontaba ya la corriente del río Crono, hacia el norte, en busca del lago de sus nacientes. Al atravesar la frontera de Bradia, notó el descuido de aquellos campos incultos, una campiña despoblada de bradios y reses y sin rastros de cultivos. Ya estaba muy cerca del fin de su viaje, pero en aquel tramo debería evitar ser visto por los esbirros del Oscuro, atendiendo los consejos del Rey Gaurio. Optó por ir cerca de la ribera derecha del río que era bastante escarpada y ofrecía buenos escondites, aunque si divisaba algo sospechoso, simplemente se sumergiría y remontaría la corriente entre dos aguas.

Tuvo que recurrir al nado sumergido en tres oportunidades en que se cruzó con sendas formaciones de Murrios, que patrullaban la zona allende el río, pero no fue detectado y continúo sin mayores sobresaltos hasta trasponer nuevamente la frontera donde linda Bradia con los Cerros Ignotos. Allí sí, resultó complicado escabullirse sin ser visto por alguno de los numerosos integrantes de un gran campamento instalado sobre la barranca misma del río, formado por un contingente de Grulios y Traquis. En aquella zona el río se encajonaba entre dos barrancas y debía salvar varios desniveles, formando pequeñas cascadas, que lógicamente no tenían la profundidad suficiente para nadar bajo la superficie. Fericio luego de analizar la situación, optó por salir por la barranca opuesta al campamento y refugiándose entre las matas y arbustos consiguió pasar sin ser notado.

Superado aquel trance, Fericio luego de un braceo sostenido, avistó el lago de grandes dimensiones, fin de su periplo.

Apenas ingresado al lago tuvo los primeros encuentros con sus parientes, pero aún debía atravesarlo para llegar al emplazamiento de la ciudad.

En la cabecera más septentrional del lago, en un valle que se adentraba entre los Cerros Ignotos, estaba la ciudad de Anfibiópolis. Los cerros la rodeaban como un anfiteatro y por infinidad de vertederos llegaban pequeñas corrientes de agua que mantenían henchido el lago. Era una enorme ciudad, considerando la aldea que unos saias antes había visitado y la suya propia. Una gran actividad denotaba que no solamente, como ellos en su aldea, se dedicaban al cultivo de algas y pesca en el lago, sino que desplegaban una muy variada gama de tareas. Un poco desorientado por el rumbo a seguir, no tuvo más alternativa que consultar a un grupo que displicentemente paseaba por el borde del lago. Hábilmente asesorado se dirigió al lugar donde debía encontrar el anfíbidus que se encargaría de ser su cicerone y conducirlo a todas las entrevistas y reuniones que concretaría para llevar adelante su misión.







Capítulo V

Las noticias que tenía para el General Filus, no podían ser confiadas a un Murrio traidor, por lo que Pártiros debía buscar una forma de introducirse en las mazmorras y entrevistarse con el General.

El mismo saia de su regreso inició el asedio a los carceleros para que le concedieran permiso para una visita. Ardua tarea. Al fin consiguió sus propósitos, obtuvo un permiso por un muy corto tiempo, pero lo aprovecharía al máximo.

Desde una estrecha entrada lateral del castillo, vigilada por un escuadrón de Corios fue conducido por un pasadizo que desembocaba en una estancia cuadrada de unas veinte brazas de lado, con otro contingente de los mismos ciclópeos entes, donde nuevamente exhibió la autorización de visita. Luego de varios gruñidos, un fastidiado custodio descolgó unas gruesas llaves con las que abrió la reja que protegía un hueco en el fondo. Un corto pasadizo los llevó hasta una segunda reja y seguidamente luego de bajar una larga y estrecha escalinata, otra reja, una curva del pasadizo, oscuro, húmedo y maloliente, desembocando en otra estancia larga pero estrecha, como si el pasadizo simplemente se ensanchara. Un traquis dormitaba sentado a horcajadas sobre un tosco banco, que al ser despertado por los visitantes, no disimuló su enojo empujando rudamente al pobre Pártiros, para abrir la cuarta reja, al lado de la cual desembocaba una escalera de tablones que ascendía hacia la derecha. Bajaron otra escalinata horadada en las entrañas de la tierra para llegar finalmente a las mazmorras, simples huecos en las paredes de piedra cerrados con otras tantas rejas. Los montones de desperdicios, la humedad y las ratas que pululaban por todas partes, ofrecían un cuadro desolador. Una sucesión interminable de celdas que albergaban hacinados, a esqueléticos gauros ocupaba aquel primer tramo de mazmorras. Después de un recodo y en un plano un poco más elevado, al que se accedía subiendo cuatro o cinco toscos escalones y trasponiendo otra reja, estaba el sector más grande de mazmorras. Las celdas parecían más amplias y albergaban uno o dos presos cada una. El hedor era similar y las pilas de inmundicias, también eran refugio de ratas, que huían tan solo cuando el traquis descargaba su maza sobre los montones, despanzurrando alguna. A pesar de la mugre reinante en aquellos patios, las celdas se veían más limpias e iluminadas por antorchas. Los inquilinos de aquel sector, en su mayoría eran Bradios y Ciólades, aunque también podían encontrarse algunos Briotas. Al fondo del último patio, frente a unas doce o trece celdas, había un espacio bastante grande libre de inmundicias y relativamente limpio, que evidenciaba un trato algo menos brutal o más deferente con aquellos presos. Allí se encontraban el General Filus y sus colegas.

Pálido por el encierro, bastante más delgado que la última vez que le viera y con una larga barba entrecana, Pártiros no reconoció a su tío, aunque cuando éste al verlo prorrumpió en exclamaciones de alegría no tuvo dudas que aquella voz era la de él. No pudieron abrazarse porque la reja se interponía, pero tomados de las manos iniciaron una larga charla que se debían, sobre la familia, los amigos, el trabajo de forjas, la ciudad. Al poco rato los dos custodios, aburridos por la charla que no les interesaba, resolvieron ponerse más cómodos y hablar de sus propios asuntos, momento que dio inicio al trato de los temas que sí tenían importancia sobre la futura liberación de Bradia. En la celda contigua estaba el General Bacio, mientras que la de Orio quedaba más alejada, por lo que no pudo participar de las novedades que portaba el visitante y debería aguardar al próximo encuentro con sus compañeros de cautiverio. Impuesto de los acontecimientos, Filus le comunicó los planes que habían pergeñado para intentar una fuga y que los preparativos estaban bastante adelantados, faltándoles únicamente un apoyo desde el exterior, que les asegurara un escondite seguro y la posibilidad de llegar hasta la sabana en el menor tiempo posible y con las mayores seguridades.

Cuando les permitían salir al patio, acostumbraban a realizar ejercicios gimnásticos, que les mantenían relativamente en forma y aprovechaban para analizar las posibilidades de fuga. Si bien reforzaban la guardia con varios Traquis y Corios, con la indolencia habitual de aquellos, era muy fácil recorrer los primeros pasillos sin mayores trabas, puesto que dejaban la reja, que separaba ambos sectores de celdas, abierta. También habían descubierto la escalera de tablones que según Filiadonirio, desembocaba en el cuartel de Corios que lindaba con las caballerizas del castillo, por las cuales se accedería a un patio y de allí por unas escaleras a la muralla, que burlados los guardias de las torres, podrían descolgarse por medio de alguna cuerda al exterior. Tendrían que inmovilizar a los custodias de las celdas, quitarles la llave de la única reja que les separa de la escalera de tablones e intentar la huída.  

Era arriesgado el plan, pero aquellos soldados aguerridos estaban dispuestos a intentarlo y ahora que conocían los planes de Emer, más alentados estaban y aseguraron a Pártiros que en pocos saias le mandarían, por intermedio del Murrio,  un mensaje en clave para no correr riesgos de que el mensajero los traicionara, con instrucciones para organizar el plan de escape hacia la sabana, por lo que le pidieron que pospusiera un poco su traslado a Briotilia y que luego del escape viajaran juntos.

Faltaban muchas cosas que hablar, pero los custodios dieron por terminado el tiempo concedido y Pártiros se vio obligado a despedirse.

A pesar del encierro, el estado de ánimo de los presos de aquel sector era muy bueno, recibían una alimentación poco variada, pero en buena cantidad y generalmente aceptable, lo que les permitía reservar siempre algún plato que con el mismo Filiadonirio hacían alcanzar a los menos favorecidos  gauros del primer sector. A poco de terminada la visita y cuando el Traquis quedó profundamente dormido, las noticias fueron trasmitidas de celda a celda, despertando en todos los reclusos las ilusiones de una liberación. Pero los planes de escape, quedaban en espera hasta el próximo recreo.

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Con aquella misión cumplida, Pártiros ya en su taller de forjas, empezó a trazar planes, para iniciar contactos con otros líderes para organizar la resistencia en el territorio. Con la llegada del primer cliente, dejó concertado un encuentro. El plan de la liberación de Bradia estaba en marcha.

El primer convocado fue el Capitán Cérulo, que al igual que Pártiros, se dedicaba a labores muy alejadas de las propias del ejército. En la periferia de Bradilia, tenía su taller de alfarería y era reconocido por las finas lozas que producía. Laboraban con él unos veinte operarios calificados, que además sirvieron bajo sus órdenes y le tenían en gran estima, siendo todos sus fieles seguidores y seguros defensores de la patria. Aquel pequeño batallón tendría una gran participación en los acontecimientos por venir.

Al saia siguiente, Cérulo despachaba a uno de sus operarios, rumbo a las aldeas del norte a informar sobre los movimientos libertarios y reclutar seguidores para ir conformando un ejército de resistencia. Otro marchaba hacia la frontera austral con iguales encargos y un tercero hacia los confines lindantes con el desierto.

En pocos saias, por todo el territorio se hablaba solapadamente de los planes de reconquista y surgía la esperanza en todas partes. La población bradia, deseosa de libertad y de la vuelta de su soberano legítimo, se plegaba silenciosamente a engrosar las filas de futuros soldados.

Pasó casi un vínuda, para que Pártiros recibiera el mensaje del General Filus. Dentro de cuatro saias, intentarían la fuga. Pártiros estaba encargado del traslado inmediato a la sabana, por lo que no era necesario un escondite en los alrededores. Sería un contingente de aproximadamente unos quince bradios, siete u ocho Ciolades, cuatro briotas y unos doce  gauros, el resto de los prisioneros, se encargarían de formar un gran revuelo para distraer a los carceleros mientras se producía la fuga.

En las mazmorras, los traquis seguían con su habitual desidia, los corios malhumorados y los pequeños murrios con sus intrigas. Los prisioneros, prestos para cumplir con sus planes. Ya promediaba el segundo tercius, cuando el contingente de murrios ingresó con las enormes ollas con la comida, inmediatamente terminada y recogidos los trastos, abrirían las rejas. El momento decisivo se acercaba y todos los prisioneros trataban de disimular el nerviosismo.

La guardia estaba distribuida en los lugares estratégicos del patio y en la entrada del pasadizo. Debían actuar en forma simultánea, los seis grupos que los inmovilizarían. Estos se integraban únicamente con los que tratarían de evadirse, de forma de evitar represalias con los que se quedaran, que luego de concretada la fuga de las mazmorras, cuando ya hubieran todos transpuesto las escaleras de tablones, armarían alboroto para distraer a los guardias que se repusieran del ataque y para que demoraran en pedir refuerzos o comunicar la fuga.

Hubo algo de resistencia, pero el ataque fue tan sincronizado que, a pesar de un par de brazos magullados por la acción de las mazas traquis, en pocos parpadeos estaban todos, traquis y corios, inmovilizados con cuerdas y sus propios arreos y con sendas lonjas de cueros en sus hocicos, impidiéndoles dar voces de auxilio.

Tenían poco tiempo para acceder a las caballerizas, pero antes debían pasar por el cuartel sin ser advertidos. La guarnición estaba en plena actividad, puesto que se trasladaban en aquel momento hacia la gran muralla, para tomar sus puestos de guardia. Cuartel, caballeriza y patio eran un hervidero de corios, siendo prácticamente imposible que casi cuarenta evadidos pudieran escabullirse sin llamar la atención. Al notar tal actividad el General Filus, debió cambiar los planes y buscar otro escape que no fuera tan arriesgado. Volver a las mazmorras era imposible, puesto que si lo hacían, serían sometidos a tormentos y las medidas de seguridad serían ampliadas. El escape debía continuar.

Del cuartel se accedía directamente a una gran puerta en la muralla, pero debían reducir a una guardia en el interior de quince corios, más otros diez en la puerta, separados entre sí por no más de quince brazas. Mientras el General buscaba la alternativa adecuada, el resto de los evadidos se apiñaban en una estancia llena de trastos y carromatos. Allí un gauro descubrió una pequeña abertura en un ángulo del techo, a la que se accedía por unas ménsulas de hierro adosadas a una pared y sin pensarlo, empezó a trepar para investigar si aquello les ofrecería alguna posibilidad. Al asomarse sigilosamente al exterior, pudo ver con alegría que aquel techo se extendía hasta la muralla, que se elevaba unas tres o cuatro brazas por encima y que a la vista no había centinelas de clase alguna. Parecía una vía de escape segura y así lo creyó también el General Orio, que subió a confirmar el descubrimiento, comunicándoselo a su colega Filus. Así se produjo el cambio de planes y empezaron a trepar uno a uno, concentrándose en el techo. No era la solución ideal, cuando trepó el primer briota, cayó en cuenta que la abertura era demasiado estrecha para su voluminoso cuerpo, a pesar de lo enflaquecido que estaba y en rápido conciliábulo con sus congéneres decidieron buscar ellos, otra forma de escape y no entorpecer a sus compañeros de cautiverio. Filus entendió que era la mejor solución y con el resto del contingente continuarían en procura de la libertad.

Ya todos, bajo los rayos del declinante sol que se ocultaba parcialmente detrás de unos altos árboles, aspiraron con fruición el aire fresco y vivificante, mientras buscaban la forma de trepar hasta lo alto de la muralla. Al no contar con ninguna escalera ni elemento alguno que los pudiera acercar, debieron ingeniárselas para trepar unos sobre otros para ir llegando a la cima, para el último, un joven gauro, se le descolgó una cuerda formada por varios cinturones de cuero, izándolo en un santiamén. El descenso al exterior, por aquel sector era imposible, por lo alto y liso del muro, debían buscar otro, pero los puestos de guardia estaban muy cerca para aventurarse a plena luz del saia. Apiñados en un rincón, esperaban a que el sol se ocultara, cuando escucharon un gran revuelo del interior que denunciaba la fuga. Los guardias más cercanos corrieron alejándose para descender por una gran escalinata al patio y los evadidos aprovecharon aquel breve instante para  llegar al lugar del muro adecuado. Frente al mismo puesto de los centinelas, el muro presentaba escarpaduras y salientes que les permitirían descolgarse hasta las ramas de un frondoso árbol y de allí a campo traviesa ocultándose entre matorrales y arbustos, podrían llegar hasta donde Pártiros los esperaba con la caballada.

Veintitrés caballos para bradios y Ciólades, los gauros practicarían libremente sus rodadas.

Mientras se producía el revuelo en el interior de las mazmorras, los cuatro briotas que quedaran en el interior del cuartel, debieron ocultarse detrás de un pesado carromato, que les ofrecía un seguro refugio, hasta que llegara la noche. Sabían que su fuga sería dificultosa, porque tendrían sobre sus huellas a varios batallones de traquis y cáriodos, pero habría que correr los riesgos y por el momento esperar a que la actividad en el cuartel y las mazmorras disminuyera.

Desolados por la incapacidad que quedaba de manifiesto, los custodias traquis y cáriodos, no atinaban  a declarar a sus colegas que se había concretado una fuga de unos cuarenta prisioneros y aquel tiempo fue primordial para que los evadidos pudieran alejarse de aquellos contornos.

El terror que aparentaban el resto de los prisioneros, era la estrategia aconsejada por el General Filus, ninguno sabía nada sobre lo ocurrido y estaban tan sorprendidos como los custodias, al extremo que no atinaron ni siquiera por auxiliarlos liberándolos de sus ataduras. Debían limitarse a negar toda participación y esgrimir su total ignorancia e inocencia en el escape.

Aquel estado de cosas, más desconcertaba a los jefes de guardia. Por más tortura o golpes que infligieron a los prisioneros, ninguno se apartó un ápice de las declaraciones iniciales de ignorancia e inocencia. ¿Cómo enfrentarían al Oscuro, cuando tuvieran que comunicarle la fuga? El terror empezó a sentirse entre los guardias, sus jefes y los jefes de sus jefes. Sabían que no merecerían la consideración del Oscuro y muchos pagarían, quizá con sus vidas, un error de tal envergadura.

Aquel terror, demoró aún más la decisión de disponer la persecución de los fugados e intentar su captura. Un tiempo precioso, que Filus supo aprovecharlo.

Aquella confusión también favoreció a los cuatro briotas, escondidos en el cuartel. Pronto oscurecería y podrían intentar la evasión.

Atropelladamente, varios batallones de cáriodos, blandiendo sus armas se precipitaron al exterior para iniciar la persecución, tomando distintos caminos, sin encontrar el mínimo rastro, puesto que los fugados se dirigían a campo traviesa hacia la sabana.

Bordeando el río Brado por su ribera septentrional, el General Filus y Pártiros dirigían a los suyos en forma segura. A un par de leguas del castillo alcanzaron al carromato que transportaba la familia y enseres de Pártiros y todos más tranquilos porque sus perseguidores no aparecían, continuaron la peregrinación a tierras amigas. Ya estaban a medio camino de la frontera, antes del próximo saia estarían en la sabana muy cerca de Briotilia.

En el cuartel, cuando se vio casi vacío, los cuatro briotas, atravesaron las cocinas, donde un grupo de murrios los miraban azorados sin atinar siquiera un intento de denuncia a sus superiores y tranquilamente salieron al desierto patio, atravesaron la puerta de la muralla y se internaron en la espesura sin el menor contratiempo. Con el desconcierto que cundía entre los encargados del cuartel y las mazmorras, podían intentar volver y liberar a todos los prisioneros, pero era un riesgo que según las órdenes del General Filus no debían correr, puesto que una fuga masiva implicaría que el Oscuro ordenara una persecución por parte de todas sus fuerzas y se comprometería la supuesta neutralidad de los habitantes de la sabana, creando tal caos, que anularía toda posibilidad de triunfo de la revuelta.

Como lo pensara Filus, el terror de los custodios, demoraría la comunicación a Omús e intentarían dominar la situación sin su conocimiento, dándoles a ellos una gran oportunidad de concretar felizmente los planes.

La primera medida del Jefe Traquis, fue mandar un contingente a la residencia de Pártiros, pues estaba convencido de que estaba implicado en la fuga. Lo único que pudieron hacer, por la impotencia al no encontrar más que una casa casi vacía, fue destrozar lo poco que quedaba. No quedaron más que restos de unos pocos muebles y unos pocos trabajos a medio terminar en el taller y un sentimiento de inmensa rabia.

La siguiente medida fue, antes de enterar a Omús de la fuga, enviar un contingente de traquis y murrios hacia el paso del río Brado en la frontera con la sabana, convencidos de que la ruta de escape sería ésta y realizar una búsqueda casa por casa de las familias de los evadidos. La misión a la frontera si daba resultados sería en un par de saias, mientras que la otra fue un rotundo fracaso. Igual que la casa de Pártiros, éstas estaban vacías, puesto que la mayoría de sus habitantes integraban los deportados y los otros pocos ya habían huido.

Acumulados fracaso tras fracaso, el jefe traquis, decidió enfrentar la furia del Oscuro.

No era la primera noticia desagradable que recibía aquel saia. Desde mediado el primer tercius había estado impartiendo órdenes para deportar un numeroso contingente de bradios y ciolades, que según sus acólitos, trabajaban a desgano, mermando la producción de lácteos y legumbres. Cosa que no era tan verdadera, puesto que la merma se debía a causas naturales, falta de lluvias y alimento para el ganado, aunque era menos arriesgado para los encargados, acusar a los sojuzgados y no tener que asumir responsabilidades, tales como alumbramiento de aguas subterráneas y procurar forrajes o importarlos.

Como resultado, luego de un tremendo rugido de rabia, varios mamporros a los más cercanos, resolvió enviarlos deportados a la isla, para que si no querían trabajar se murieran de hambre.

Para lo que sí no estaba preparado, era para recibir una noticia de fuga. Aquello sí que le hizo explotar, el jefe traquis, debió recibir no solo unos mamporros, sino también una lluvia de patadas, que incluso lo dejaron por  el suelo medio atontado.

Descargada la furia, ordenó organizar una persecución a gran escala y rescatar a todos, aclarando que no aceptaría un nuevo fracaso. Como castigo y represalia, ordenó ejecutar a tantos prisioneros como evadidos e igual número de custodios y las ejecuciones se realizaran a la vista de toda la población de la ciudad, para así eliminar todo deseo de nuevas fugas o de enfrentarlo.

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Hubo dolor, entrega y gran solidaridad entre los prisioneros. Cuando el jefe traquis inició la selección de condenados para las ejecuciones, un anciano ciólade enflaquecido por una enfermedad terminal sin atender debidamente, dio un paso al frente expresando su voluntad de integrar el grupo de condenados. A éste siguieron otros, unos porque no tenían familia que les llorara, otros porque la avanzada edad no les auguraba mucha vida, otros también enfermos y sin esperanza de cura en aquellas inhóspitas mazmorras. De aquella forma fueron ofreciéndose uno a uno hasta sumar el total exigido por el Oscuro. Los traquis querían terminar de la forma más rápida aquella tarea, para evitar la furia de Omús y aceptaron sin chistar los ofrecimientos sin pensarlo dos veces.

Por parte de los custodias, era fácil la elección, los ineptos que permitieron la fuga, serían los condenados.

Una espesa niebla cubría los rayos del sol naciente, extendiendo sobre el prado una lechosa claridad, sobrecogiendo los ánimos y trasmitiendo una angustiosa tristeza a los ciudadanos bradios que lentamente se acercaban a la obligada cita. No sabían quiénes serían los condenados, pero parientes o no, eran ciudadanos nobles que pagarían con su vida la liberación de los bravos que conducirían a la reconquista de su patria. Era un sacrificio enorme, perder tantas vidas, pero todos sabían que aquellas pérdidas no serían en vano. Los treinta y nueve mártires serían honrados como héroes por toda la eternidad, eran las primeras vidas que se inmolaban en busca de la libertad.

Unidos por cadenas que ajustaban sus tobillos, casi a rastras por el peso de las mismas, se dirigen al patíbulo levantado en el centro del césped que bordea el río Brado. Son quince bradios, ocho ciólades, cuatro briotas y doce gauros, ex compañeros de prisión de los evadidos. En otro grupo también unidos por gruesas cadenas quince corios, catorce traquis y diez murrios, van a pagar su desidia y la de sus compañeros con sus vidas. La triste procesión es observada por la multitud convocada. Nadie quería asistir, pero no había lugar a negativas, porque la furia de Omús, se descargaría sobre la ciudad.

La muerte no vendría de la misma forma a todos los condenados. Los que primero pagarían sus culpas serían los murrios que alineados en diez cepos esperaban el golpe de la maza de sus verdugos traquis, que desmembrarían sus testas. Con espantosos chillidos protestaban por su suerte. Cuando silenciaba las protestas de uno por la acción de la maza, los otros más se revolvían y chillaban, en un clamor ascendente que en oleadas se extendía por todo el valle. Los obligados asistentes no mostraban en sus rostros ninguna pena por aquellos rufianes intrigantes, arteros y chismosos, que tantas bajas infringieran en las fuerzas de la defensa con sus dardos envenenados, cuando se mezclaban entre las mismas, amparados por los ataques de sus aliados.

A pocas yardas en dos líneas de seis, esperaban los cepos que recibirían a los doce gauros, a cuyo lado esperaban doce verdugos, también traquis, armados de filosas hachas, que serían los encargados de cercenar sus cuellos. Los doce dignamente y sin protestas, fueron llevados y encepados apoyando sus cabezas en el picadero. Los murrios ya habían cesado en sus chillidos, sus culpas estaban saldadas. Como un rugido de dolor brotó de la garganta de miles de ciudadanos de Bradia, cuando el primer gauro era ejecutado. Un amenazante rugido de rabia e impotencia que hasta alteró la parsimonia de los verdugos, que miraron intranquilos hacia el batallón de traquis que se situaba entre los patíbulos y los asistentes y blandiendo sus porras intentaban acallar el clamor. Por un momento parecía que los guardias perderían el control, pero ningún ciudadano se movió de su sitio. Continuó la ejecución y el clamor seguía creciendo. Fueron ultimados los doce y se prepararon los siguientes verdugos.

Más al fondo una batería de quince guillotinas esperaban con sus filos destellantes, a otros tantos corios. Al pie de cada artefacto los verdugos grulios esperaban el inicio de la siniestra labor. Los condenados no aceptaron ser conducidos, amenazando con sus potentes garras a quienes se atrevieran a acercárseles y con su soberbia características a paso firme y sin temor aparente apoyaron sus voluminosas testas  en el cepo casi dentro del cesto que las recibiría, dispuestos a sufrir la muerte sin el menor reclamo. Fue una ejecución rápida y sin protestas. Los condenados eran duros guerreros y lidiaron con la muerte, en muchos campos de batalla. Ni siquiera sintieron el dolor de no morir como soldados y sucumbir de una forma tan poco digna, porque sus cortas entendederas no  estaban preparadas para tales sutilezas. Simplemente terminaron sus existencias.

El garrote sería el destino de ocho ciólades y cuatro briotas. Ya mediaba el primer tercius y los ciudadanos bradios nuevamente elevaron su clamor de protesta, pero no se movieron de sus lugares. Los guardias traquis nuevamente blandieron sus porras y los verdugos se movieron nerviosos. Los condenados fueron amarrados a los postes y el garrote lentamente empezó a oprimir sus cuellos haciendo estallar las vértebras con horribles crujidos y tras pocos parpadeos ingresaron al mundo de los que ya no están.

Algunos ciudadanos no pudieron tolerar el tormento de ver las ejecuciones de sus congéneres y sintieron que el desmayo los aliviaría de presenciar tales horrores, cayendo blandamente al césped.

Los catorce traquis al igual que los corios serían guillotinados por los verdugos grulios. Estos sí que ofrecieron resistencia. Repartieron mamporros, zarpazos y patadas a diestra y siniestra, hasta que fueron sometidos por un triple número de guerreros corios que a rastras los condujeron hasta el patíbulo. Los gruñidos de rabia e impotencia de los condenados semejaban una piara de cerdos salvajes acorralados por una jauría de mastines. Pero su fin estaba decidido y una a una fueron cayendo las filosas hojas acallando los gemidos.-

La niebla cedía y la claridad lechosa daba paso a alegres y dorados rayos, que bailoteaban refulgentes saltando de piedra en piedra y estallando en iridiscentes destellos cuando herían las gotas de fino rocío, que se mecían en las hojas de los arbustos y el gorjeo de innúmeras avecillas que con el lucir del sol parecían despertar y elevar su vuelo a un cielo de libertad, daban un marco, que parecía irreal, en aquel césped de horror. ¿Aquella eclosión de vida era una burla o era la presencia de todo el universo que asombrado asistía a la lujuria de muerte desatada por la furia del desquiciado Omús?  

Los habitantes bradios, habían ya colmado su capacidad de sufrimiento, pero aún faltaba la ejecución de quince bravos y debían asistir a la misma. Aquella venganza perversa y cruel en lugar de atemorizarlos y volverlos más sumisos, elevaba su espíritu y asentaba indeleblemente en su mente el convencimiento de que la lucha por la libertad de la patria, por más sacrificios y dolor que tuvieran que enfrentar, era una tarea ineludible y sagrada. En aquel instante Omús conquistó el odio y desprecio de aquella multitud, que como una oleada recorrería todo el territorio y los territorios aliados, prendiendo fuertemente el germen de la revolución que cual fuerte tronco se elevaría y contra tempestades y borrascas, enhiesto sobreviviría a todos los embates y enarbolando la bandera de la libertad, expulsaría para siempre el oprobio que el Oscuro había extendido sobre su suelo.

A aquellos quince bravos los esperaba el tormento de la horca, una muerte cruel y a veces lenta, desesperante, tremendamente dolorosa.

Cuando los carceleros traquis, emprendieron la tarea de conducir a los condenados, la multitud rugió de furor y avanzó en forma compacta unos pasos, llegando casi a la línea del batallón que se interponía ante el patíbulo. Blandieron mazas, garrotes y cimitarras, que no amedrentaron a los desarmados ciudadanos que elevaban sus manos en desesperado ademán de impotencia y rabia.

Parecía que el choque era inevitable. Pero el primer condenado de la fila, un veterano soldado con muchos años al servicio de Erem, bajo las órdenes del General Filus, elevó su voz pidiendo a sus conciudadanos calma y que no se enfrentaran con los acólitos del Oscuro pues únicamente se conseguiría segar más vidas. Ya encima del patíbulo, al pie de su horca, cuando el verdugo le colocaba la cuerda corrediza en su cuello, gritando vivas a Bradia y que la libertad valía más que su vida, instó a esperar confiados el avenimiento de una nueva era de prosperidad bajo el gobierno del legítimo sucesor de Erem. Fue tal el énfasis de sus palabras que el verdugo no atinó a acallarlo y hasta envarado por la sorpresa demoró su tarea permitiéndole terminar su proclama.

El furor del pueblo no fue trocado, pero deteniéndose, prorrumpieron en vítores al valiente y sus desafortunados compañeros. En aquel instante quedaba sellada la suerte de Omús, toda Bradia iniciaba su marcha hacia la libertad.

Concluyeron las ejecuciones, la mayoría de los ciudadanos no regresaron a sus moradas, esperando para levantar los cuerpos de sus caídos para darles debida sepultura y honrarlos en aquel momento de profundo dolor. Las huestes de Omús cumplida su misión, simplemente se retiraron del lugar, quedando unos pocos para disponer de los cadáveres, que ante la multitud no atinaron a tocar siquiera a los prisioneros ejecutados, colocando en unos carromatos los cuerpos de corios, traquis y murrios, retirándose casi a la carrera, como huyendo del pueblo acongojado que con unción limpiaba amorosamente a sus mártires, para trasladarlos luego en procesión a la ciudad, donde les esperaban las honras fúnebres.

Aquel saia de dolor jamás sería olvidado y los treinta y nueve mártires permanecerían en el recuerdo y devoción de sus compatriotas.

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Apenas transpuesta la frontera y ya sin apremios, los fugados bajo el mando del General Filus y Pártiros, decidieron descansar unos pludios, con la esperanza de que los cuatro briotas rezagados en la fuga, les dieran alcance. Prácticamente transcurrió el primer tercius de aquel primer saia de libertad y no aparecieron los camaradas esperados. Había que continuar hacia Briotilia, puesto que tan cerca de la frontera no se sentían seguros y el General Filus decidió continuar hasta la margen occidental del principal afluente del río Brado que nacía en el lago en las estribaciones de los Cerros Ignotos y allí sí, esperarlos. Aquel próximo tramo luego de una corta travesía por la sabana, continuaría por la amplia carretera que discurría junto al río.
Fue una travesía rápida y antes de caer la noche, ya tenían establecido el campamento, pero ni noticias de los compañeros de fuga rezagados. Aquel atraso fue motivo de preocupación de todos y el General Filus dispuso que una partida de tres gauros regresara hasta la frontera con el fin de ubicarlos, mientras que otros tres se adelantarían hasta Briotilia a dar noticia de los acontecimientos y pedir el correspondiente asilo. Dadas aquellas órdenes se dispusieron a preparar una buena comida en base a las vituallas que se apropiaran en el cuartel de Corios, establecer los turnos de guardia y dormir un poco. Para la mayoría fue una noche agitada en la que no consiguieron un sueño reparador, el atraso de los rezagados, era un motivo de mucha preocupación.

Cuando ya había transcurrido casi todo un tercius el calor del sol  disipaba la niebla sobre la sabana, prontos para continuar el viaje, vieron con alegría que sus compañeros de escape, con muestras de gran cansancio pero felices, les daban alcance.

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 El escape de los cuatros briotas fue sencillo, pero inmediatamente transpuesta la puerta de la muralla, sobrevinieron las dificultades. Una partida de traquis que regresaba de una batida por los alrededores de Bradia descendiendo por la margen del río, en un recodo, se topó frente a frente con los evadidos. La sorpresa envaró a ambos grupos, pero los traquis reaccionaron emprendiendo un furibundo ataque que en el estrecho espacio entre el recodo y un pequeño monte de espinos, no sirvió más que para estorbarse unos a otros, permitiendo la huída de los perseguidos, haciéndolo hacia el norte a fin de evitar que los perseguidores intuyeran que el destino era la sabana.

Consiguieron burlar la partida de traquis, internándose en el monte que bordea el río y en poco más de un pludio, ya estaban fuera de su alcance. Las dificultades recién comenzaban, desde el inicio de la búsqueda de los evadidos, los jefes traquis percibían que su destino era los Cerros Ignotos y hacia aquella región despacharon enormes contingentes de guerreros desarrollando una enorme actividad en cuanta aldea, carretera, camino o senda existía, hurgando en cualquier posible escondite. La dirección tomada por los briotas, confirmaba sus suposiciones, decidiéndolos a reforzar aún más la búsqueda.

Debieron pasar casi toda la noche trepados entre las ramas de unos altos árboles, viendo pasar partida tras partida de sus perseguidores.

En un momento de relativa calma, resolvieron continuar la huída y cuando estaban por descender de su escondite, un contingente de corios aparece a paso forzado y justo debajo del árbol, uno se detiene bruscamente olfateando con su prominente hocico, mientras escudriñaba insistentemente hacia las alturas. Si su penetrante mirada, conseguía atravesar la espesura de hojas, como atraviesa la oscuridad, estaban perdidos. Eran cuatro desarmados, hambrientos y cansados contra unos veinte guerreros armados y furiosos.

Al ver la actitud de su compañero el resto de la partida, también escudriñaron olfateando y oteando las alturas y no faltaron algunos que dirigieran furiosos lanzazos hacia la espesura, con la esperanza de ensartar a alguno de los evadidos. Casi lo consiguen, pues una afilada pica pasó a pocas líneas de la cabeza de un briota, perdiéndose en la fronda. Pero aquellos colosos no se amedrentaban por tan poco y permanecieron ocultos sin realizar ningún movimiento que les pudiera delatar.

Al fin los enemigos siguieron su camino, aún más furiosos por el fracaso, permitiéndoles así, bajar del escondite y alejarse de aquella región en un sostenido trote hacia el occidente en busca de la sabana salvadora.

A las pocas leguas nuevamente tienen que buscar en la espesura un escondite, para burlar un enorme contingente de traquis, que superaba el ciento, aunque el cansancio que denotaban sus perseguidores era superior al suyo y a pesar de las evidentes huellas, no fueron capaces de detectarlos. De aquella forma y sobresalto tras sobresalto, consiguieron vadear el río y llegar a Briotia.

Después de tanto correr y sortear enemigos, el cansancio era tan evidente, que a pocas brazas de la ribera se echaron al suelo, exhaustos, con una terrible necesidad de reponer fuerzas. Allí los encontraron los gauros que el General Filus enviara en su búsqueda. Impuestos del éxito de sus compañeros de evasión y algo repuestos de su cansancio, continuaron la marcha internándose en la sabana, para darles alcance.

El camino hasta Briotilia, fue distendido, alegre, feliz. La evasión había sido un éxito total.
 






















Capítulo VI

Fueron directamente a palacio a presentarse ante el rey Briota. El soberano no disimuló su alegría al recibir aquel contingente de valientes y fuera de todo protocolo, abrazó efusivamente a sus cuatro compatriotas, expresándoles su admiración por la hazaña que acababan de realizar. Los plácemes reales se extendieron a todos los evadidos y ordenó que se les atendiera y alimentara convenientemente, para luego mantener una reunión con el General Filus y su propio Comando General.

La novedad más importante era los progresos que habían tenido  en el mejoramiento de la nueva arma recientemente inventada. Con el arribo de Pártiros, excelente maestro de forjas, estaban confiados en que los progresos serían mayúsculos. Ya era un hecho que los artilugios toscos e imprecisos, habían superado una marca de cien brazas. Habían tenido fracasos y algún accidente importante, cuando por una carga demasiado voluminosa un artefacto estallara violentamente hiriendo a varios operarios. Pero aquellos fracasos les habían dejado lecciones sumamente importantes. Las cantidades del polvo detonante, debían estar en concordancia con la estructura del artefacto y su carga útil y contar con una mecha de una longitud y calibre determinados.

Otro grupo de investigadores, trabajaban en la obtención de una composición de metal más resistente que el simple hierro. En aquel momento trabajaban con hierro y carbón, constatando que cuanto más lentamente se enfriaba, ganaba en resistencia y dureza. Aquella composición les había permitido construir tubos más largos y de un calibre menor, con los que pensaban superar las trescientas brazas. Eran artilugios de gruesas paredes, sumamente pesados y de difícil manipulación, aunque su estabilidad era unas diez veces superior a los de hierro puro y eran capaces de soportar sin sufrir ningún perjuicio unas ciento cincuenta detonaciones.

El entusiasmo de Pártiros, por los enormes progresos en el desarrollo de la nueva arma, era contagioso y el General Filus compartía alborozado sus apreciaciones.

A poco más de cien yardas del campo de pruebas fue alojado Pártiros y su familia en una espaciosa casa con un amplio jardín y un buen espacio para huerta y al saia siguiente ya formaba parte del plantel de operarios que laboraban en la construcción de tubos.

En cuanto al resto de los evadidos fueron distribuidos en los alrededores, mientras que el General Filus fue alojado junto con sus colegas Bacio y Orio en el recinto del Comando General del Ejército de Briotilia. De aquella forma, ya todos instalados debidamente, iniciarían los trabajos tendientes a la liberación de Bradia.

Pártiros desarrollaba una estructura que además de transporte para la nueva arma, tendría la posibilidad de ajustes para disparos a distintas distancias, para lo que había pergeñado un apoyo en pivotes a diferentes alturas que le permitían ubicar los tubos con inclinaciones ajustables y que en pocos parpadeos, podía corregir la altura para obtener la distancia requerida. Con aquel simple carromato, tirado por un par de percherones, que se movía sobre cuatro robustas ruedas de hierro, conseguía una gran movilidad y un ajuste de tiro casi perfecto. La propia pértiga que uniría a los percherones, serviría además de ancla segura, cuando el artefacto estuviera en acción bélica.

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Fericio ya había realizado todos los contactos encargados por Emer y Querio y se disponía a regresar. Su misión había sido exitosa.

Las noticias que portaba para sus caros amigos de la isla del destierro eran muy alentadoras y esperaba reencontrarse con su familia y amigos en unos pocos saias. Bajaba nadando a poco de traspasar la frontera de Bradia con la sabana, cuando se topa en un recodo del río con un enorme contingente de Bradios y Ciólades escoltados por un batallón de traquis, que lo vadeaban rumbo al poniente. Intrigado por aquella presencia se las ingenia para ponerse en contacto con un ciólade que luego de atravesar la corriente descansaba en la arena junto a unos matorrales, enterándose de que constituían el primer contingente que el Oscuro había deportado recientemente a la isla y que en los próximos saias correrían la misma suerte otro número parecido de sus conciudadanos y de bradios. Entre tantos no le fue difícil a Fericio unirse sin que los traquis lo notaran y proseguir por  un saia completo en su compañía, enterándose además de la masacre que ordenara Omús en represalia por la evasión.

Tales acontecimientos decidieron a Fericio volver a Briotilia y tomar contacto con el Rey o su Comandante, para recabar, si la tenían, más información sobre el General Filus y los evadidos, para informar debidamente a Emer.

Aquella terrible noticia de los asesinatos ordenados por el Oscuro, llenó de ira al general Filus y sus compañeros de evasión, como también a sus aliados briotas. Pero aquellos acontecimientos a pesar del dolor que les causaba, eran un aliciente más para trabajar duro en la preparación de la liberación de Bradia.

Previendo una invasión a la zona  septentrional de la sabana, los reyes briota y gauro ya habían desplegado sus ejércitos con un excepcional despliegue de armamento y una verdadera cadena de fuertes, situación que disuadió por el momento al Oscuro de su pretendida escalada de conquistas y a pesar de los furibundos epítetos dirigidos a su comando, no pudo hacer otra cosa que descargar su furia contra sus sirvientes más cercanos. Con aquel traspié, decidió una serie de medidas que acosarían más a los pobres habitantes de Bradia, obligándoles a mayores y peores trabajos para cumplir con los imposibles requerimientos de producción y pago de tributos, despertando mayor repulsa entre los sojuzgados.

Aquel estado de cosas, fue motivo para nuevos destierros y desde entonces cada pocos saias una nueva columna era custodiada hacia el poniente.

La furia de Omús, finalmente se volvería en su contra, pues estaba concentrando en la isla una enorme cantidad de sus enemigos, que ya gestaban el contraataque.

Cuando llegaron a la isla los primeros contingentes, enteraron a Emer de cómo estaban las cosas en el continente y como se estaban preparando para un levantamiento, que con los acontecimientos de la fuga y las reacciones consiguientes, todo el pueblo bradio y sus aliados estaban decididos a luchar hasta la muerte para liberar su patria. Con aquel permanente llegar de nuevos deportados, las noticias del continente eran renovadas cada pocos saias, pero no tenían retorno para enterar al General Filus y sus huestes de cómo iban los preparativos en el entorno de Emer y debían pergeñar la forma de comunicarse.

Casi incidentalmente se llegó a una solución. Un joven ciólade, amante de los pájaros, tenía su criadero de palomas y cuando le tocó emprender el destierro, entre sus pocos bártulos incluyó dos jaulas con varios pichones, que gracias a sus amorosos cuidados llegaron a la isla sanos y fuertes, pero deseosos de volver a sus nidos. Y éste fue el primer correo que evadió el control de furiosos traquis atareados en controlar tal cantidad de deportados y en raudo vuelo burlando los temidos piotos que pululaban en el mar llevaron pequeñas esquelas que desde Bradilia fueron despachadas hacia Briotilia para el general Filus, por intermedio de los tantos contrabandistas que surcaban noche a noche el río Brado.

La revolución estaba en marcha y los distintos contingentes comunicados, aunque con ciertas dificultades.

Habían pasado ya muchos vandas de infortunios y por todos lados, desde los más recónditos extremos de la sabana hasta los llanos incultos de Bradia, en Bradilia, en todos los poblados, hasta entres los cerros ignotos y entre las escarpas más áridas del desierto, se hablaba de la liberación. Como un rumor sordo se elevaba y tomaba cuerpo. En todos los corazones se agigantaban las ansias de verse nuevamente libres y soberanos de sus tierras. Como una marea imparable se aprestaban para arrasar al Oscuro y sus secuaces. La certeza de la confrontación, que acarrearía cuantiosas pérdidas, hacía más noble aquella causa y sin respiro, sin descuidar nada que pudiera delatar sus propósitos, la revolución seguía su marcha, aún solapada y silenciosa pero cada saia más ansiosa del ineludible desenlace.

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Fericio, regresó feliz por su labor cumplida en plenitud y rindió un muy detallado informe a Emer y Querio, que lamentando profundamente la venganza que tomara Omús contra los inocentes cruelmente asesinados, comprendieron la urgencia de iniciar la invasión.

Siguieron saias de actividad febril, pero las comunicaciones con el continente cada vez resultaban más difíciles, se habían terminado los pichones y no tenían forma de enviar mensajes y las columnas de nuevos deportados eran más espaciadas. Era apremiante una solución y no atinaban a encontrarla. A aquella altura de los acontecimientos, sería fácil someter a los custodias traquis, pero sería precipitar la lucha y sabían que aún no estaban preparados debidamente.

En un largo cambio de ideas con sus vecinos anfíbidus, Querio pergeñó una solución que puso en conocimiento de Emer y tras de discutirla largamente, decidieron ponerla en ejecución. El extremo más lejano del lago que se acercaba bastante a la costa fue el elegido para asiento del proyecto. Allí, casi desde la playa se levantaban una serie de dunas que servían de cabecera al lago, lugar recóndito poco visitado por los bradianos y jamás por los traquis. Era el sitio ideal para un proyecto de tal envergadura. Se trataba de construir unas dos o tres embarcaciones que permitiera salvar el mar que los separaba del continente. Debían ser ligeras, pero recias para soportar los embates de los piotos y muy maniobrables para escabullirse entre los roquedales que a flor de agua mostraban sus crestas en una gran extensión de bajíos en aquel mar siempre embravecido con oleadas coronadas de espuma que disimulaban los erizados picos.

Con la cantidad de nuevos habitantes, les era imposible a los traquis enterarse de la falta de algunos, por lo que no sería notada la ausencia de unos cuantos que se encargarían de la construcción planeada. Fue invalorable la colaboración de varios anfíbidus, que conocedores de las aguas, eran los más hábiles para elaborar los planos primero y luego dirigir los trabajos.

Madera había suficiente y brea para impermeabilizar la obra muerta, también, por lo que hechos los planos, la construcción fue rápida y en unos diez saias ya estaba pronta la primera. Ocuparía a seis remeros y tendría cabida para cuatro pasajeros, era grácil, estilizada con una enorme quilla que le daría gran estabilidad. Alrededor de la borda y en las paredes externas se le incrustaron una serie de afiliadas puntas de madera dura como defensa contra los piotos, que le conferían un aspecto de un longilíneo erizo. Sobre la cubierta un cobertizo a dos aguas completaba la obra. Todo cubierto de brea, hasta pasaría desapercibido como una roca más entre las olas y en mar abierto desafiarían con sus pinchos a las temibles criaturas marinas.

Pronto se prepararía la primera excursión al continente.























Capítulo VII

Luego de varios saias de persistente llovizna, el cielo plomizo fue despejado por los refulgentes rayos solares, que reverberaron los verdes prados extendidos por la ribera. El lago lucía azul, profundo, en su quietud apenas rizada por una levísima brisa y un coro de pájaros saludaba alborozado el avenimiento del buen tiempo.

Emer, deambulaba distraídamente, sin rumbo ni propósito, cuando ve sentada en el césped, sobre una pequeña elevación, a la bella Clilia. Ésta, sobrecogida por la belleza que derramaba la naturaleza sobre la región, no se percató de la presencia del heredero de Bradia, hasta que sintió el leve roce en su cabeza.

Después del sobresalto, surge espontánea la cristalina risa de la joven, pero Emer retira tímido su mano, envarado por su osadía. La bella, percatada de la desolación de su amigo, le toma ambas manos y suavemente lo invita a sentarse a su lado. Es la primera vez que se encuentran en tal situación y Emer no atina a que decir, mientras ella lo mira con sus misteriosos ojos celestes y en el más profundo silencio permanecen lado a lado, sin hacer nada más que contemplar el azul profundo del lago.

Emer, en sus jóvenes dieciocho vandas, sentía un latir enloquecido en su pecho cada vez que tenía cerca de Clilia y ella percibía su desconcierto y acrecentaba saia a saia su cariño hacia él. Nunca se habían confesado lo que realmente sentían. Aquel momento estaba llegando.

Luego de casi medio pludio de silencio y contemplación, aquietado su corazón, Emer, tiernamente le toma la mano a Clilia y mirándola a los ojos con profundo amor, simplemente le dice: -Cuando reconquistemos nuestra amada patria, tú serás mi reina. En este momento, humildemente te pido ser mi prometida. En nuestros primeros vandas fuimos compañeros de juegos y esa compañía fue el vehículo que canalizó el inmenso amor que siento por ti y que estoy seguro tú correspondes. Por eso, con la misma seguridad, de que nuestra patria será reconquistada en breve plazo, te prometo el más profundo y sincero amor por el resto de nuestras existencias, que anhelo compartirlas plenamente.

Clilia, sintiendo profundamente su misma pasión, acepta arrobada y como prueba deposita suavemente sus labios sobres los del futuro soberano y sin más, serenamente, en profunda comunión con aquella luminosa naturaleza, inicia una nueva etapa en sus vidas.

Al conocerse la noticia, en la Pequeña Bradilia, el alborozo fue general y aquel saia se convirtió en el primer saia festivo, que recordarían con profundo agrado todos sus habitantes.    

A pesar del desarrollo festivo de aquel saia, no se descuidaron los trabajos tendientes a la liberación de Bradia. Ya tenían dos embarcaciones prontas para ser botadas y una tercera en franco progreso. Las tripulaciones y pasajeros de las primeras, se aprontaban para la aventura. El viaje estaba planeado en sus más pequeños detalles, para asegurar un desarrollo sin sobresaltos.

La botadura sería un poco dificultosa por tener que atravesar las dunas y necesitarían varios brazos para trasladarlas hasta la costa. Si bien serían muy maniobrables en el mar, sus construcciones eran muy recias y pesadas y ofrecerían serias dificultades en este corto trayecto.

Como comandante de la primera excursión, Emer había nombrado a Cérulo, que quedaría en Bradilia para dirigir la revuelta dentro de fronteras y, si los planes no fracasaban, cada diez saias iría al continente una embarcación, para llevar y recoger el correo que se establecería clandestinamente entre la Pequeña Bradilia y Briotilia. En ese correo se incluirían los comunicados militares.

Cérulo trabajaba arduamente organizando el viaje y ya se acercaba el saia establecido para la partida. Las embarcaciones ya surtas en el mar, camufladas por las rocas, esperaban enfrentando los embates del oleaje con sus rechonchas figuras salpicadas de esponjosa espuma, balanceándose alegremente como ansiosas por emprender la marcha.

De acuerdo a lo planificado, luego de sortear el roquedal, derivarían en franca dirección al oriente, que los llevaría directamente a la desembocadura del río Brado, para luego remontar la corriente hasta el lago, desde donde se desplazarían a pie hasta Briotilia, que a aquella altura era el centro operativo de la revolución en el continente.

El saia de la partida había llegado, los doce remeros y sus ocho pasajeros estaban listos. Recibidas las órdenes de Emer y un abultado correo, partieron bajo una niebla matutina que si bien les aseguraba una salida discreta e invisible para los traquis, les dificultaría sortear sin tropiezos el roquedal. Y hubo tropiezos, una de las barcas perdió varias púas de babor al rozar violentamente una cresta y un tramo de su borda de algo más de una vara quedó desprotegida contra los piotos. Era un problema delicado, pero no lo suficiente para volver a la costa para reparar. Con muchas dificultades, en plena marcha, en un mar encrespado y amenazante, consiguieron sustituir algunas, las más cercanas a la borda, pero las otras siguieron truncas. Solo cabía la esperanza que cuando los monstruos atacaran no lo hicieran por debajo de la línea de flotación.

El primer pludio transcurrió sin sobresaltos, más que los ocurridos en el roquedal y ya en mar abierto viraron a estribor enfrentando un sol brillante que se levantaba francamente sobre el horizonte, descorriendo los últimos jirones de niebla. El mar se extendía azul apenas encrespado y tendrían casi un saia de navegación para tener la costa a la vista.

Hasta que el sol alcanzó su máxima altitud, el bogar fue sereno y los remeros no sintieron el esfuerzo, pero a corta distancia se divisaron enormes y violentos movimientos de la superficie con profusión de altas columnas de espuma. Eran los piotos despanzurrando alguna presa, porque de pronto la espuma se tiñó de rojo, despertando la aprehensión de los viajeros. Cérulo dio orden de prepararse para algún ataque, que como era previsible no se dejó esperar.

Las horribles criaturas al principio nadaron en amplio círculo alrededor de las embarcaciones que se habían acercado entre sí, de acuerdo a las órdenes del comandante, al percibir el peligro. Un rugir sordo, sostenido, atronaba y como una enorme tenaza iniciaban el asedio. Aparentaban ser unos ocho o diez monstruos. Los aguerridos soldados que componían el núcleo de pasajeros prepararon sus hachas y lanzas, y de a dos en cada banda, esperaban el ataque.

Una de las criaturas se acercó con más curiosidad que intenciones de ataque, porque luego de casi tocar con el afilado hocico una de las púas del casco se retiró con escandalosos bramidos y chapoteos de sus aletas y tentáculos. Todo aparentó entonces, que el ataque no se produciría porque inmediatamente emprendieron una alocada retirada, acompañada por estridentes chillidos y furibundos chapoteos.

Con la retirada de los monstruos el mar recobró su calma y nuevamente el bogar se hizo tranquilo.

Ya el sol declinaba, cuando sospechosas sombras silenciosas surcaron las aguas a pocas brazas de la superficie. Eran los monstruos que volvían, ahora sí, prestos al ataque. Como una enorme lanza surgió de las profundidades un tentáculo que con su afilado pico casi atravesó el casco de la embarcación a poco más de un pie de la posición de Cérulo, fijándose al mismo con tal poder que la atrajo hacia la criatura, atacando inmediatamente con sus enormes fauces tratando de hacer presa en la borda. El compañero de borda del comandante, repelió la agresión con un certero lanzazo que dio en pleno hocico de la bestia, mientras Cérulo con su hacha trozaba el tentáculo, desprendiéndolo. El mar se tiñó de rojo y los chillidos del monstruo se volvieron aterradores, atacando con todo su cuerpo, lanzado como una mole contra el barco, pero al sentir las afiladas puntas que se hundían en su cuerpo, desangrándose emprendió la retirada.

A cosa de unas quince brazas se produjo un revoltijo en el agua, cuando el desangrado fue atacado por sus congéneres que en pocos parpadeos dieron cuenta de sus desfallecientes restos.

Concluido el banquete, como saeteados por el fracaso de su compañero, un lote de tres monstruos se abalanzaron sobre la embarcación que recibiera el primer ataque. Los furibundos picotazos de los tentáculos se incrustaron en casco y techo quedando dos monstruos pegados a la estructura, pero mientras atacaban, sus pardas panzas quedaron expuestas, entre techo y borda, a las lanzas y hachas de los defensores, que dieron cuenta rápidamente de ellos. La sangre y pedazos de las bestias regaron la cubierta y el pobre Cérulo quedó teñido desde el pecho a los pies por los gelatinosos restos. El tercer atacante si bien no fue alcanzado por las armas perdió un par de tentáculos arrasados por las púas cuando trató de embestir el barco y despavorido emitiendo sus terribles bramidos se alejó chapoteando furioso dejando una estela roja.

Por otra parte el resto de los Piotos, permanecieron al acecho, como esperando que las embarcaciones se alejaran para disfrutar del banquete que les ofrecieron sus congéneres heridos. Aquel festín los mantuvo ocupados, permitiendo que los extraños que invadieron sus dominios tomaran distancia del lugar de los hechos.

El barco sufrió varios daños, los tres remos de la banda atacada fueron despedazados, hubo que sustituirlos. Un gran trozo de techo desaparecido, quedando adherido a una viga un enorme diente desprendido de las fauces y en la borda una dentellada había cercenado  tres pies de la misma. Para tal furibundo ataque el daño fue pequeño e inmediatamente se iniciaron los trabajos de reparación.

Mientras unos tripulantes y los tres soldados se ocupaban de las reparaciones, Cérulo desprendió el trozo de tentáculo del primer atacante repelido y se tomó su buen tiempo para analizar aquella enorme uña, o garfio filosísimo que atravesaría cualquier escudo y se introduciría en el cuerpo como en mantequilla, desgarrando horrorosamente al pobre mortal que recibiera tal ataque. Allí estaba una de las poderosas armas de los temibles habitantes de aquellas aguas, que junto a las enormes fauces de también afilados dientes y las garras de sus aletas, sembraban el terror en sus dominios.

Pasado el mal trance, el bogar continuó sin otros sobresaltos hasta que el sol casi se ocultaba en el horizonte a sus espaldas.

Una muralla de borboteantes aguas se extendía por delante a unas trescientas brazas. Era una enorme aglomeración de piotos, que parecían aguardarles. Si no modificaban el rumbo el ataque sería inevitable y fatal, no habría forma de defenderse de tantos.

Virar a babor parecía lo más conveniente porque hacia ese lado el trecho sería más corto, pero la brisa de aquel lado los denunciaría, sabido el desarrollado olfato de las criaturas. Hacia estribor el barbotar de las aguas se extendía hasta el horizonte y quizá más, y la brisa estaría a su favor. Dura decisión para el comandante. Ni tripulantes ni pasajeros tenían experiencias sobre los habitantes marinos y Cérulo dudaba  sobre qué decisión tomar. Al fin decidió por babor. A su orden el cuerpo de remeros viraron hacia el rumbo elegido. Bogando en forma paralela a la barrera de piotos, continuaron su periplo hasta que por el oriente se hizo ver el disco enorme de la luna llena. Aquella mágica claridad, pareció aquietar las aguas y se vieron los renegridos lomos de los piotos que se retiraban hacia varios rumbos. Aquella desbandada permitió ver en su real dimensión el enorme peligro que evitaron con la actitud de cambiar el derrotero. Eran cientos de monstruos que se deslizaban silenciosos como respetando la paz de la penumbra, embelesados por los destellos que los rayos lunares arrancaban de las ondas.

La noche transcurrió serena y cuando rayaba el amanecer del nuevo saia, se divisaron tras algunos jirones de niebla los primeros trazos de costa. Eran unas barrancas oscuras coronadas por la fronda, pero de la desembocadura del Brado no se divisaba nada. Uno de los pasajeros de la segunda embarcación era muy conocedor de los alrededores de aquella costa y a él recurrió Cérulo para orientarse. Según el práctico estarían hacia el septentrión unas tres mil brazas del río Brado. Con tal referencia viraron a estribor, para costeando las escarpas acercarse a su destino.

No hubo sobresaltos y cuando mediaba el primer tercius divisaron el ancho delta que pronto los acogería.

Remontar el río fue un bogar plácido y el encuentro con los piotos ya había pasado a integrar la historia del viaje.

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En Briotilia, los progresos con la nueva arma, eran extraordinarios. Con el artilugio desarrollado por Pártiros que le daba gran movilidad y los nuevos tubos, más largos y delgados, habían conseguido un alcance de unas seiscientas varas, una distancia que ni el mejor tirador de honda conseguiría y mucho menos un arquero o un lancero. Las catapultas mejor armadas llegaban a unas trescientas. Con aquel poder de fuego y una buena estrategia la victoria estaría asegurada, solo había que esperar el momento en que Emer diera la orden. Pero no solo aquello merecía destaque, ya que un grupo de forjadores, trabajaban en tubos de un calibre muy pequeño con la intención de conseguir una arma más manuable y quizá de uso personal, no dependiendo de varios artilleros para armarla y dispararla. Aún no habían realizado pruebas pero los progresos eran enormes y las expectativas razonables.

Una nueva alegría para los habitantes de Briotilia, fue la aparición de los ocho embajadores de Emer. Enorme gozo sintieron Pártiros y Cérulo al confundirse en apretado abrazo.

Los informes se sucedieron de ambos bandos, quedando todos enterados de los progresos logrados tanto en la isla como en el continente, dando la seguridad de que todo se estaba realizando de excelente forma y que el momento tan esperado y soñado por todos, estaba ya muy cercano.

A los pocos saias de su regreso al continente, Cérulo y dos soldados que le acompañaran, se preparaban para partir hacia Bradilia. Sería un viaje muy arriesgado y más aún su establecimiento clandestino, pero su presencia en la capital de Bradia era fundamental para dirigir la revuelta dentro de fronteras.

Uno de los compañeros de Cérulo era su antiguo jefe de taller alfarero, el soldado de elite Plarco, considerado uno de los mejores integrantes del cuerpo de inteligencia bradio, el otro también integrante del mismo cuerpo, era el soldado Thjiago que en su vida civil se desempeñaba como maestro de escuela.

Los tres conformarían la base de inteligencia para todo el territorio bradio, debiendo reclutar otros ex compañeros del cuerpo, todos soldados de elite, para desarrollar las tareas.

Tres más de los venidos de la isla permanecerían en Briotilia a las órdenes del general Filus, mientras que los dos restantes, volverían a la isla en las barcas que se mantenían en el lago del río Brado perfectamente camufladas para evitar ser descubiertas por los acólitos del oscuro.

Para sorpresa de los mismos, cuando fueron a abordar, se encontraron con unas barcas cubiertas por una sustancia gelatinosa de un fuerte olor a flores. Era un producto desarrollado por los amigos anfíbidus del continente, como repelente de los piotos, que esperaban rendir muy buenos resultados haciendo un viaje sin sobresaltos por los ataques de los temidos monstruos. Aquella sustancia a pesar de ser de apariencia delicada, no se despegaría de la cubierta, por unos cuantos viajes, porque su constitución gelatinosa se la daba una resina de alto poder adherente y el fuerte olor no se desvanecería ni con el salitre del mar. Además en cada barca se habían almacenado sendos barriles llenos hasta el borde del producto para untar las barcas que estaban en construcción y que en caso de un poco posible ataque, serviría para arrojarles algunos baldazos asegurando la huída inmediata del monstruo que se atreviera.

La idea original, era lograr un producto que sirviera para cubrir el cuerpo de los anfíbidus, que por muchos vandas habían soñado en visitar la isla donde moraban tan amados parientes, pero aquella gelatina obstruiría los poros impidiendo la normal  respiración cutánea, por lo que se sintieron muy felices de ceder el invento para mejores usos.

De aquella forma, los piotos no serían más un impedimento para viajar sin tropiezos, dando además la posibilidad de construir otros barcos de mayor porte, sin tantos artilugios de defensa.

La misión había resultado exitosa, encarándose entonces las acciones tendientes a conformar una estrategia de invasión desde tres frentes, apoyada por las fuerzas internas.

En la isla, se había establecido en la cabecera del lago una verdadera factoría clandestina, donde la construcción de barcos se desarrollaba con una febril  actividad. Ya se contaba con una verdadera flota. Cavando una amplia senda entre las dunas, se accedería al mar sin complicaciones y las mismas dunas camuflaban perfectamente la factoría y las embarcaciones que esperaban su botadura alineadas en larga fila. Con aquellas embarcaciones ya listas y las dos que serían requisadas a los traquis en su próximo recambio, bastarían para en unos pocos saias transportar al continente todo el contingente que intervendría en la reconquista. Debían coordinarse perfectamente todos los movimientos bélicos, a fin de que el momento de la toma de la isla coincidiera con las acciones de distracción en la frontera norte entre la sabana y Bradia y la toma de posiciones de la nueva artillería frente a la gran muralla en una posición estratégica al sur del río Brado, frente a Bradilia.

Pártiros había adquirido una especial habilidad para trabajar el metal obtenido con la adición de carbón al hierro, permitiéndole construir unos tubos de gruesas paredes y fino calibre y trabajaba en un artilugio que le adosaría a uno de los extremos para que actuara como contención del retroceso de la carga y a la vez de sostén del artillero, que según sus cálculos, a pesar de su considerable peso, podría ser manipulada por un solo soldado, dándole gran autonomía de desplazamiento y si llegaba a concretarla según sus planos podría manejarse con la misma facilidad con que se maneja una lanza. La idea era hacer un arma portátil, efectiva en ataques a cierta distancia, pero que no podría usarse en un combate cuerpo a cuerpo, donde las armas habituales no serían sustituidas.  La gran ventaja radicaría en las bajas que podrían producir y el correspondiente pánico en las filas enemigos, previo a una embestida de las fuerzas de caballería e infantería. En definitiva podrían sustituir o reforzar los batallones de arqueros.

Estas armas usarían en lugar de chatarra, unas pequeñas esferas de  metal de unas siete líneas de diámetro, que le darían una gran precisión de tiro.

El artilugio de Pártiros ya estaba pronto y en plena etapa de pruebas. En la parte posterior del tubo le había adosado un pequeño martillo que al ser accionado encendía el material explosivo que impulsaría la esfera de la carga expeliéndola por la boca. A fin de poder dirigir la carga a un determinado punto, el soldado únicamente debía alinear el tubo al cuerpo del enemigo y accionar el disparador, seguro de que aquella esfera le  atravesaría de parte a parte y si interesaba órganos vitales, produciría una muerte segura en contados parpadeos, o por lo menos lo heriría de tal entidad que le imposibilitaría mantenerse en combate. Los carpinteros desarrollaban una culata que permitiera sostener el tubo a prudente distancia de la cara del tirador y constituyera el complemento ideal para un manejo seguro.

En pocos vínudas, con la habilidad de sus artesanos, Bradios y Briotas habían desarrollado dos armas realmente efectivas, aunque eran conscientes, que si bien serían de gran ayuda al inicio de cualquier ataque, los soldados que ganarían en definitiva cualquier batalla, serían los integrantes de las caballería e infantería, por lo que nunca descuidaron el entrenamiento de sus cuadros.

El sistema de correo, funcionaba a la perfección y con la gelatina inventada por los amigos anfíbidus, los piotos huían desesperados de la presencia de los nuevos dueños del mar. Todo marchaba a buen ritmo, el saia tan ansiado estaba muy próximo.

La planificación general estaba a punto, la estrategia de ataque  desarrollada en los más pequeños detalles, solo restaba la orden.

Emer, Querio e Ilio, ya conformaban el Estado Mayor en la isla. Si bien la máxima responsabilidad recaía en Querio por su experiencia en combate y su profundo conocimiento de la región y ostentaba el cargo de Comandante General otorgado por Emer, éste y su antiguo compañero de juegos, destacados estrategas, completaban la tríada que llevaría adelante el control de los traquis y con ello el control de la isla y la captura de las embarcaciones que en cuatro saias llegarían a puerto con vituallas y el recambio de guardias.

El último correo recibido del continente, anunciaba que en cinco saias estarían prontos para iniciar las hostilidades y esperaban la orden del Rey de la Bradia reconquistada. Los tiempos coincidían, el momento había llegado.

Se despacharon dos embarcaciones con un nutrido contingente de soldados para transmitir la orden de ataque y despejar la zona de desembarco en la costa del continente. En el próximo despuntar del sol, sorprenderían a los guardias traquis. Sería una tarea sencilla, atacarían con dos batallones el reducto que les contenía y en unos parpadeos los tendrían dominados. Al atracar las dos naves que llegarían con vituallas, generalmente desarmadas y con un contingente de traquis de recambio, malhumorados por la tarea y sin armas dispuestas, también serían fácil presa. Aquella tarea sería cumplida a satisfacción.

En la costa del continente los aliados gauros, ya habían dispuesto transportes y vituallas para los que vendrían de la isla a la orden de Querio y un sistema de almacenes a todo lo largo de las rutas de ingreso a Bradia proveerían de todos los elementos bélicos necesarios, así como hospitales de campaña. El sistema de inteligencia dirigido por el Comandante Querio con el invalorable apoyo del Capitán Golio de la inteligencia gaura, funcionaba a la perfección y todos sus elementos aportaban la información necesaria, fuera y dentro de Bradia, asegurando que el ataque pergeñado sería una sorpresa total para el oscuro, que seguro de su poder no imaginaba un desenlace de tal naturaleza.

Una niebla espesa cubría la isla, apenas podía verse a unas pocas brazas, sigilosamente se deslizaban los batallones hacia el reducto traquis, donde la mayoría de los perezosos aún dormían despatarrados en sus catres ajenos totalmente a lo que se gestaba. Reducirlos sin ninguna baja fue cuestión de parpadeos. Cuando el sol consiguió esfumar la niebla no quedaba libre ningún custodio, todos amarrados sin poder moverse, no ofrecían más que el lamentable espectáculo de sus gruñidos de impotencia.

La isla tenía nuevos dueños, pero aún había que abordar las naves, reducir las tripulaciones e inmovilizar a los traquis que transportaran.

Promediaba el segundo tercius, cuando las dos naves que venían del continente con vituallas y traquis de recambio, se preparaban para virar a babor a fin de entrar a la rada que abrigaba el desembarcadero, cuando se vieron rodeadas por unas veinte pequeñas embarcaciones que maniobraban con enorme velocidad y precisión y en contados parpadeos, sin que la mayoría de los tripulantes y pasajeros se percataran, las abordaron y a pesar de las reacción casi inmediata fueron reducidas y tomados sus mandos por un contingente bradio.

En un saia, conquistaron el dominio de la isla y se proveyeron de dos notables naves y una buena cantidad de vituallas. Estaban prontos para iniciar la expedición hacia el continente. En el albor del próximo saia embarcaría el primer contingente de soldados en las dos naves conquistadas y cincuenta y ocho embarcaciones más pequeñas construidas en la isla. Aquel primer contingente, aguardaría en la costa la llegada de las nuevas oleadas que le seguirían a intervalos de dos saias. A medida que se fueran completando los batallones se irían poniendo en marcha hacia Gaurilia, donde ya estaban acuarteladas las fuerzas Briotas con su poderosa artillería.

El plan de ataque empezaba a concretarse.









Capítulo VIII

La Pequeña Bradilia, albergaba una mermada población, compuesta casi exclusivamente de mujeres y niños Bradios y Ciólades y un contingente de guerreros cáriodos, pero se vivían aquellos momentos con gran intensidad, ávidos de noticias del continente.

Piata, muy a su pesar había despedido a su queridísimo Emer. La incertidumbre que causaba la inminente guerra, minaba su ánimo, pero debía seguir con su escuelita adelante.

La joven Clilia, también anhelaba noticias de su amado y rogaba por que no le sucediera nada malo.

Y así todos echaban de menos a algún ser querido, que debió partir a liberar la patria. Prama a su marido el General Filus, que luego de la enorme alegría al conocer de su fuga de los calabozos del oscuro, lo sabía comandando nuevamente los ejércitos de liberación. Britia, muerto su esposo Percio, echaba de menos a su hijo Grico. Hasta entre la familia de anfíbidus, habían muchos que extrañaban a sus hijos, que juntos a Ilio, acompañaban permanentemente a Emer, formando un pequeño cuerpo de elite en estrategia, con quienes cambiaba ideas permanentemente. Iliana y Piata, se habían convertido en amigas inseparables y mutuamente se alentaban en la espera. Además Iliana se había convertido en una verdadera maestra en meditación y sus enseñanzas ayudaban enormemente a sobrellevar la angustia por la ausencia de sus familias.

Pero la vida debía continuar, con o sin angustias, y todos en la isla trabajaban con ahínco porque todos los sacrificios por los que debían pasar, conducirían a la liberación de la Patria.

Con mucho amor Clilia bordaba un estandarte con los blasones de su amado Emer, que sería llevado en el próximo barco que partiera hacia el continente para ser izado ante su tienda de campaña.

 Sobre campo de plata orlado de oro, al centro descansa el escudo de armas, con dos leones rampantes como tenantes, cuartelado en cruz, sobre campo púrpura el primero y el cuarto cuartel, campea el castillo y en el segundo y tercero sobre campo azur la encina. La primera figura representa la unidad inquebrantable del reino y la segunda su fortaleza. Encima como timbre una corona, un yelmo y una espada, con un burelete en oro y azur y un lambrequín de ramas de olivo, al pie sobre púrpura, el grito de guerra, Bradia Liberada, en letras de oro.

Aquella obra le había insumido varios saias de laboriosa dedicación, pero ya estaba casi finalizada y lucía bellísima. Era el justo homenaje al bravo que comandaba las fuerzas libertarias y muestras del gran amor que le profesaba.

Piata había desenvuelto, pulido y vuelto a envolver por enésima vez el cetro, que debería entregar a Emer en el momento de trasponer la frontera entre la sabana y Bradia y se sentía urgida por la llegada del barco que vendría del continente a buscarla con su preciosa carga. Durante casi dieciocho vínudas había atesorado aquella pieza, que en el momento que caía el castillo en poder del Oscuro, le había entregado Erem con las precisas instrucciones, de proteger con su vida si fuera necesario, junto al heredero del trono. El momento solemne de su entrega al heredero ya estaba muy próximo y todos lo esperaban con ansias porque significaba el inicio de la liberación de la amada Patria.

Nadie pensaba en las enormes pérdidas que significaría aquella expedición libertaria y todos, si necesario fuera, brindarían sus vidas en la empresa.

En lontananza, sobre el horizonte hacia el lado del continente, se divisaban ya varios navíos, eran los últimos que vendrían a la isla en misión de transporte de los últimos soldados y vituallas, que esperaban alineados en el embarcadero de la Pequeña Bradilia, presurosos por emprender la magna empresa reconquistadora.

En aquel convoy, partiría Piata con sus preciosas cargas, el cetro y el estandarte bordado por Clilia.

Bogaban serenamente, sin ser molestados por los temibles piotos, que en cuanto sentían el penetrante olor de la gelatina que cubría las naves huían despavoridos, emitiendo sus impresionantes bramidos, para custodiarlas desde lejos, rabiosos por su impotencia. En alguna oportunidad algún osado intentó entre bramidos y batir de tentáculos atacar, pero tan pronto como sentía en sus lomos un baldazo de gelatina, emprendía nuevamente la huída. Fue poco más de un saia de bogar, para divisar la costa. Un enorme campamento militar ocupaba toda la sabana hasta donde alcanzaba la vista. Ondeaban las banderolas y estandartes y la actividad era febril, preparando las próximas operaciones.

En un vallado, fuertemente custodiado se encontraban recluidos algo más de un centenar de traquis apresados en las cercanías, atendiendo las órdenes de Querio de no permitir a ninguno que merodeara por los contornos, escabullirse y dar la voz de alarma que pusiera en guardia al Oscuro.

Emer no estaba en el campamento, con su estado mayor en Gaurilia, ajustaba los últimos detalles estratégicos.

En aquel preciso momento habían llegado los informes del servicio de inteligencia, aportados por el propio Capitán Golio. En el castillo Bradio se vivía con la displicencia normal, seguros de su poder, el Oscuro y sus acólitos, mientras que a poca distancia en Bradilia, el rumor de la reconquista tomaba cuerpo y era el tema de todas las conversaciones de sus naturales y las ocultas armerías desbordaban.

Aún el secreto era total, las huestes del Oscuro ni imaginaban los acontecimientos cercanos.

En los Cerros Ignotos y el desierto los batallones Cáriodos esperaban preparados, las órdenes de emprender la marcha, deseosos de tomar venganza por su destierro y terminar con los odiados usurpadores y en la cercanía de la frontera al norte del río Brado en los fuertes de la sabana los batallones Briotas estaban prestos a la acción.

Faltaba únicamente la noticia del último arribo desde la isla. En un saia daría inicio el asedio.

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La orden fue dada. Varios batallones de gran movilidad atravesaron la frontera próximo a la confluencia del río Crono, iniciando un rápido desplazamiento hacia el oriente, para luego de derrotar algunos contingentes del Oscuro cambiar el rumbo hacia el castillo de Bradia, permitiendo solapadamente la huída de varios traquis y grulios que serían los encargados de poner en conocimiento de la invasión. Inmediatamente iniciaron el retroceso, para acantonarse en una llanura abrigada por densa arboleda e iniciar varios movimientos de ataques a pequeños contingentes que el tirano tenía distribuidos por toda la zona cercana a los Cerros Ignotos. Todo aquello estaba dirigido a dejar libre el ingreso de los batallones Cáriodos y distraer al Oscuro.

A unos pocos pludios de iniciadas las acciones en la frontera norte, los contingentes con asiento en Briotilia y Gaurilia inician su desplazamiento.
El ejército Briota, constituido por los batallones de la nueva artillería, más los clásicos, se desplaza por la sabana hacia el río Brado, para atravesarlo en el bajío cercano a la desembocadura del río Crono. Es una enorme columna que atrona con el quejumbroso chirriar de las pesadas ruedas y el paso firme de las cabalgaduras. Como una sierpe repta por entre las altas matas y sus armaduras destellan al sol y el colorido de banderas y estandartes dan la nota alegre que insufla los corazones apasionados de los patriotas que con sus leales aliados ofrendarán sus vidas para liberar su lar.

El General Bacio comanda este contingente, su brazo izquierdo casi carente de movimientos, sostiene firmemente las bridas de su corcel negro, que escarcea nervioso, mientras arenga a sus huestes. Ya están a medio camino de la muralla, cuando llegan los informes de los movimientos de los ejércitos que partieron de Gaurilia, están a igual distancia un poco más al sur, acaban de atravesar el río Viodo. Al clarear el próximo saia, iniciarán el ataque.

Emer, en un corcel moro, Filus en uno blanco, conferencian esperando las primeras luces, el Capitán Cérulo atento espera las órdenes. Éste será el nexo entre los dos contingentes y sus hombres serán los encargados de transmitir las órdenes a los respectivos comandos.

Están a solo quinientas brazas de la muralla, a aquella distancia ya es imposible disimular su desplazamiento, pero aún faltan unas doscientas para instalar las nuevas armas. En rápidos movimientos establecen el primer frente de artillería y a poco un increíble trueno anuncia la primera andanada de hierro y fuego que hace temblar la enorme muralla. Es un despertar agitado para los Corios, que sin saber que ocurre son arrasados por la metralla y el fuego.

En un frente de alrededor de tres mil brazas, las andanadas de fuego, debilitan la estructura de defensa y empiezan a despedazarse las primeras piedras, abriéndose enormes huecos en la muralla. Los Corios no atinan la forma de defensa, ante un ataque totalmente desconocido y en desbandada abandonan sus puestos. La toma de aquella frontera es inminente.

Antes del ingreso de los distintos batallones de infantería, por los huecos abiertos, desde las torres de abordaje inician el ataque para eliminar los pocos focos de defensa activos en algunos tramos de muralla no alcanzados por las andanadas de hierro y fuego. Casi al final del segundo tercius ingresa sin ninguna baja el primer contingente, despejando un sector de aproximadamente unas cien brazas de frente por otras tantas de profundidad, estableciendo un ingreso seguro para el comando general.

Antes del ingreso de Emer, le espera Piata, custodiada por el General Filus y el Capitán Querio.

Cuánta emoción la embarga, cuando el venerado Emer traspone la frontera para recibir de sus manos el cetro, símbolo del poder y que definitivamente le corona como Rey de Bradia. La amada Patria ya tiene en su seno a su señor, que con paso firme inicia la reconquista. Ha sido un primer pequeño paso de una serie que en momentos parecerá interminable sucesión de avances y retrocesos, de alegrías y zozobras, de victorias y fracasos.

El poderoso ejército libertario avanza, hasta ahora la resistencia ha sido vencida prácticamente sin bajas, pero los ejércitos de Omús están concentrados en los alrededores de Bradilia y el castillo y son poderosas fuerzas, que ofrecerán férrea resistencia.



























Capítulo IX

Al contrario del soleado primer saia de operaciones, aquel amaneció gris y a poco se desató un furioso aguacero que en pocos pludios anegó la llanura, dificultando el desplazamiento del armamento pesado, las ruedas de catapultas, torres de abordaje y de los carromatos de los estruendosos, como habían dado en llamar a la nueva arma, se atascaban en el barrizal y quedaban paralizados, mientras que los artilleros con denodados esfuerzos trataban de moverlos  con palancas, ayudando a los percherones de tiro, sin conseguirlo y terminando agobiados por el cansancio. No había más solución que esperar a que el tiempo mejorara, o de lo contrario perderían irremisiblemente la más poderosa arma que poseían. Con aquella contrariedad no habían pensado encontrarse, cuando diseñaron los carromatos. Pártiros ya estaba pergeñando la solución, que lamentablemente no sería para aquel momento, pero facilitaría los desplazamientos en el futuro.

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Planteada la idea al General Filus, éste dispuso el traslado inmediato de Pártiros y sus ayudantes a Briotilia para iniciar las construcciones.

Habría que cambiar el sistema de rodaje. Se sustituirían las ruedas de llantas lisas por otras con enganches que se insertarían en una serie de planchas de hierro unidas entre sí, formando una cadena, que circunvalaría los pares de ruedas de cada lado, o sea que esa cadena de bandas anchas, en caso de atravesar terrenos anegados o irregulares formarían un pavimento liso y evitarían el hundimiento en el barro. Esa, en resumen, era la idea de Pártiros y en los talleres del ejército Briota, trataría de llevarla a la práctica.

Aquel inconveniente, mantuvo al ejército paralizado por dos saias, permitiendo la reacción del Oscuro.

Conocidos los primeros acontecimientos Omús dispuso la movilización urgente de sus ejércitos, formando una verdadera muralla de soldados traquis en el paso seguro de las fuerzas libertarias, para contener el avance, mientras las tropas que se dirigían hacia el norte a contrarrestar los ataques infligidos por las fuerzas de distracción, regresaran y poder reorganizar la defensa.

La furia del Oscuro era incontenible y si no fuera un eximio estratega lo hubiera impulsado a una salida desordenada y una derrota segura. Pero su oscura mente, a pesar de la furia que descargaba en cuanto soldado o sirviente se le pusiera al paso, trabajaba aceleradamente analizando todos los pormenores del ataque que estaba sufriendo y la forma de neutralizarlo. ¿De qué se trataría tan terrible arma, que había destruido su enorme muralla y puesto en desbandada a los fieros custodios Corios? Esa era la gran cuestión que le conmovía enormemente, devanándose los sesos por develarla.

Pero no estaba en su oscura inteligencia la solución a tan tremendo problema y debería luchar con sus clásicas armas y artilugios y fundamentalmente con su gran gama de artes y engaños.

Como una avalancha varios batallones Cáriodos habían penetrado la frontera oriental, desde el desierto, casi al inicio de los Cerros Ignotos, a la orden del General Elio, poco más al sur del río Brado, arrasando con algunos contingentes de Grulios y a marcha forzada en un derrotero casi paralelo al río, ya habían tomado posición en la ribera del Mércuro, a la espera de las órdenes del comando general.

Así mismo, desde los Cerros Ignotos, a las órdenes del General Sario, el resto de desterrados Cáriodos asolaron los destacamentos Traquis asentados en aquella frontera, pasando a dominar ese sector del territorio en solo dieciséis saias  y ya tenían su campamento establecido en la horqueta que forman en su desembocadura el río Trego con el Brado, a la espera de las órdenes superiores.

Con una audaz estrategia, Emer y su comando habían establecido tres frentes de ataque bien definidos, más un cuarto que conformado por los batallones que iniciaran el ataque de distracción, atravesando el territorio en tres columnas paralelas al río Mércuro, serían los encargados de la toma de la Ciudad Oscura en plena Selva Oscura. Estas columnas no entrarían en batalla en el territorio luego de su primer ataque de distracción y dispondrían de un par de vínudas para llegar a su destino, frescas y con todo su poder de ataque. Contaría además de sus batallones iniciales con cuatro batallones de artillería de estruendosos y cuatro de catapultas y los correspondientes de torres de abordaje.

De aquella forma se iniciaban las hostilidades en procura de la libertad de Bradia.

El General Sario, atravesaba con su ejército el río Trego, para establecer un frente de batalla por el norte del castillo de Bradia, bastante alejado del mismo, casi a la misma altura del campamento del General Bacio. La estrategia pergeñada por el Comando General, era establecer un sistema de pinzas con tres frentes convergentes hacia la ciudad de Bradia y el castillo real.

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Esta estrategia sorprendió de tal forma al Oscuro, que al comprender el peligro que entrañaba, convocó al grulio Siter, brujo especialista en pócimas e infinidad de venenos para toda maldad y vocero del oráculo que en momentos extremos solía consultar.

En pleno saia, se oscureció el cielo con horrorosos nubarrones, centellas y rayos surcaron todos los ámbitos, mientras Siter convocaba su legión de negras criaturas en tétrico concilio, conjurando al oráculo revelador de los pasos que debería dar Omús para evitar la debacle de la caída de su tiranía. Enormes peroles gorgoteaban sobre las ascuas, hirviendo las asquerosas pócimas que serían servidas en la sombría sala de pesados cortinados bermellón y negro, sobre una enorme mesa de siete lados, que ocupaban las siete arpías, presididas desde su púlpito por su regente y en la que con la sangre de siete ratas, luego de escuchadas las profecías, serian escritas por éste, en sendos pergaminos de piel bradiana. Aquella sería la ley, aquellas serían las guías de Omús.

El Oscuro pateando a sus sirvientes, que osaran ponerse en su camino, se paseaba bufando por la antesala del tétrico concilio, urgido por sus interrogantes, pero pasaban los pludios y Siter no salía. Ya mediaba el tercer tercius, cuando el brujo tambaleante por los efectos del beberaje, seguido por su cohorte, esforzándose por aparentar una solemnidad muy lejana de conseguir, inició su discurso con floridos rodeos, cortados por el furioso zarandeo de Omús que le increpaba exigiendo las respuestas sin más titubeos y vueltas. Repuesto, sin perder su intento de solemnidad, Siter desplegó el primer pergamino, que rezumaba olor a asquerosa sangre fresca y con su tartajosa voz dijo: -El Oráculo ordena que le ofrezcas el más horrendo sacrificio y que luego armes tus legiones y les des a beber una pócima que os proveeré. Deberás sembrar en los campos enemigos las cenizas de setecientos setenta y siete murciélagos negros, mezcladas con tierra y huesos molidos de otras tantas tumbas bradias. Deberás encomendar a las legiones negras de los negros demonios, a que sobrevuelen los ejércitos enemigos sembrando el terror y derramando la peste.

El segundo pergamino, disponía la forma de atacar utilizando todas las artes del engaño y su facultad mutante.

El tercero, decía que debía utilizar el humo de los peroles llenos de ponzoña, para combatir a los estruendosos enemigos.

El cuarto contenía todas las recomendaciones sobre los alimentos que debería dar a sus tropas, que debían contener pociones energizantes y anulatorias del temor, que el propio Siter y sus harpías se encargarían de preparar.

El quinto, describía todas las brujerías que Siter y sus harpías harían para encauzar a los negros demonios hacia las huestes enemigas.

El sexto, las invocaciones a la oscuridad y el terror para quebrantar el coraje de los enemigos.

Y finalmente el séptimo, todas las horribles acciones que tendría que llevar adelante el Oscuro por mano propia.

Los cielos del castillo y Bradilia amanecieron oscuros, amenazantes, pero no era una tormenta normal, eran las nubes negras que continuamente en furiosos torbellinos entraban y salían con sus catervas de demonios por las almenas del castillo y se expandían por la campiña, eran las legiones convocadas por el brujo y sus harpías que iniciaban sus tétricas excursiones para sembrar el pánico y la peste prometidas por el oráculo.

Aquellas legiones demoníacas ya se desplegaban por la campiña esparciendo cenizas calientes y un sinfín de insectos y alimañas con las que contaban aterrorizar las fuerzas reconquistadoras. Y en un principio lo consiguieron, hasta que Emer reunió a su Estado Mayor y convocó a los chamanes de sus credos para que les ampararan contra las malas artes de Siter. Los tres chamanes coincidieron que aquellos ataques no eran otra cosa que ilusiones transmitidas por el brujo y sus harpías y que las mismas iban a ser anuladas con el simple convencimiento de que no les causarían ningún trastorno ni daño. Así fue que con una fuerte custodia, cada uno de los chamanes, se dirigió a los emplazamientos de los ejércitos para convencer a la soldadesca de la inocuidad de aquellas negras apariciones y que los pobres insectos eran tan inexistentes como las propias sombras.

Fue una ardua tarea, pero poco a poco fueron venciendo los temores y aquel primer ataque vencido.

Pero aquel episodio, indicaba que Siter continuaría ejerciendo sus poderes de maldad y realizaría ataques más contundentes, por lo que los chamanes advirtieron a Emer y su Estado Mayor, de que debían estar preparados para repeler otros ataques similares o peores y tomar muchas precauciones con las comidas y agua, porque era seguro que el Oscuro emplearía los brebajes del brujo para envenenarlos y en caso de ataque por parte de Murrios era seguro que los astiles de sus cerbatanas contendrían potentes ponzoñas, por lo que por todos los medios posibles, deberían mantenerles a distancia suficiente en que no pudieran emplearlas.

Las lluvias y aquel ataque de Siter, si bien no causaron bajas en los ejércitos de Emer y sus aliados, fueron un real trastorno que les obligó a realizar algunos cambios en la estrategia general de reconquista, porque con los atrasos ocasionados el ejército del General Elio, acuartelado en la horqueta formada por el río Mércuro y el Brado, tendría que entrar en batalla con las avanzadas de Omús, antes de los ataques planeados a las principales guarniciones del tirano.

Las compañías dirigidas por el General Bacio, iniciaron sus movimientos hacia el sur, para antes de emprender su camino definitivo a la Ciudad Oscura, encerrar entre dos fuegos a aquellas avanzadas y destruirlas, en tanto los demás ejércitos realizaban su segundo movimiento.

En tanto todos los ejércitos de Omús se habían puesto en marcha hacia Bradilia. Desde la Gran Selva un enorme contingente de Murrios ya se había reunido con los batallones traquis acantonados en el sur de Bradia y a marchas forzadas se dirigían a la encrucijada formada por el río Viodo en su pasaje por la Gran Muralla. Se trataba de un ejército poderoso y tomaría por la retaguardia a las fuerzas de la reconquista si demoraban su movilización, pero los gauros integrantes de la inteligencia comandada por el Capital Golio ya había tomado conocimiento de esta circunstancia y la información estaba llegando al Estado Mayor de Emer. Desde el norte los distintos destacamentos devastados por los Generales Bacio y Sario, a pesar de las cruentas bajas, estaban reorganizándose y en breves saias estarían recibiendo las órdenes precisas de movilización, no eran contingentes numerosos, pero sentían una gran rabia por las derrotas infligidas y estaban dispuestos a recobrar su honor. Desde la Ciudad Oscura, subía por entre el río Mércuro y el desierto un también poderoso ejército de grulios. Finalmente en los alrededores de Bradilia se estaban organizando acantonamientos para la defensa de los cuarteles generales del Oscuro.

Todo aquel movimiento de tropas estaba siendo evaluado por Emer y su equipo de estrategas y ya estaban dispuestos los siguientes pasos, con algunos cambios de estrategia pero sin mayores problemas, puesto que la brutal resistencia que ofrecería el Oscuro estaba considerada desde el principio de los planes.

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Pártiros había realizado las primeras pruebas de taller con sus bandas de deslizamiento para los estruendosos y en enormes carromatos se trasladaban las primeras para ser ensambladas en campaña. A su vez la nueva producción ya sería equipada con el nuevo artilugio. A propósito, en el enorme tinglado que albergaba los equipos nuevos, se alineaban cientos de flamantes estruendosos y un par de millares de catapultas y otras tantas torres de asalto.

También se habían montado talleres de producción en las cercanías de Gaurilia, que estaban trabajando con muy buenos resultados, principalmente uno dedicado en exclusividad a la construcción de armamento liviano de uso personal, donde se estaba desarrollando la idea de Pártiros de un pequeño estruendoso. Se esperaba que esta pequeña arma estaría disponible, si bien no en grandes cantidades, sino para armar algunos batallones de elite, en unos veinte o treinta saias. Ya se habían realizado pruebas con resultados muy satisfactorios y se estaba en la elaboración de los pequeños perdigones que constituirían la carga ofensiva y el entrenamiento de varios batallones que serían los primeros en usarlas en batalla.






















Capítulo X

El primer movimiento ofensivo en gran escala, estaba comandado por     el General Bacio y se iniciaba con un avance hacia el río Brado casi frente a la desembocadura del Mércuro un poco aguas abajo, donde se encontraría, luego de transponerlo, con el contingente traquis acantonado en la ribera de éste último, frente al ejército del General Elio.

La coordinación de ambos ejércitos libertarios era esencial para obtener una victoria rápida y contundente en aquella batalla.

Al iniciar el cruce del Brado, se escuchó el fragor de la ofensiva del General Elio, que en aquel instante sembraba el desconcierto entre las huestes de Omús, que se preparaban para recibir al enemigo que venía del norte. Como el campamento Cáriodo aparentaba tranquilidad el comandante traquis no esperaba un ataque por aquel lado, contando con la dificultad de cruce del Mércuro a su altura por las enormes barrancas que lo encajonaban transformándolo en una corriente profunda y borrascosa, sin contar que más arriba de los rápidos existía un gran bajío por el que pasaron cómodamente las fuerzas de Elio, consiguiendo en un coordinado movimiento ponerlo a merced de los dos frentes de ataque.

Nunca sus subordinados habían visto tanta furia en su comandante por la situación que en aquel momento le tocó vivir. Furioso daba las órdenes dividiendo sus fuerzas para contraatacar. Tenía un gran ejército, pero no contaba con alterar su estrategia a último momento, por lo que en principio ordenó que las huestes preparadas para atacar al ejército que se aproximaba por el norte al vadear el río, continuaran con sus movimientos, mientras con las dispuestas para un ataque el próximo saia, él las comandaría para defender el otro frente. Así eran dos poderosos ejércitos que se cuidaban las retaguardias mutuamente, tratando de convencerse de que aquella pinza que le amenazaba no sería suficiente para desmembrarlos.

Tras un breve ataque de catapultas y uno sostenido de los hábiles arqueros del general  Bacio, se consiguió vadear el río Brado con bajas menores, aprovechando el desconcierto inicial del comandante traquis. Ya en pleno descampado se gestaba el asalto principal y los batallones tomaban posiciones estratégicas, advertidos de los movimientos enemigos que ya habían dividido sus fuerzas presentando dos frentes. A pesar del rodeo que debían dar los mensajeros para comunicarse las órdenes entre los generales Bacio y Elio se consiguió sincronizar los movimientos, presentando batalla en forma casi simultánea. La consigna era atacar con una gran fuerza el centro de ambos ejércitos traquis y conseguir abrir una brecha que les uniera y en un segundo movimiento abrirse a ambos lados con el resto de las fuerzas y tratar de aniquilarlos.

La estrategia pergeñada había dado sus frutos inicialmente y ya Bacio avistaba las fuerzas de Elio, cuando la furia traquis fue desatada y en una tremenda embestida, diezmados dos batallones Bradios a sus órdenes. Al final fue un saia aciago, porque el campo de batalla quedó sembrado de cadáveres de ambos bandos, aunque las pérdidas bradias eran muy superiores a las traquis. El gran error fue no considerar la furia de los enemigos, que aunque en número inferior, causaron grandes estragos, quedando muy comprometida la campaña. Para suerte de las huestes de Elio iniciaba el tercer tercius con una oscuridad total y que los enemigos no contaban en sus filas con guerreros Corios, que en la oscuridad podrían haberle infligido una derrota total.

Con las primeras luces del saia siguiente, el General Bacio repuesto de la sorpresa y recompuestas sus fuerzas emprendió la reconquista del tramo perdido y cuando ya se insinuaba la noche, podía decirse que la batalla estaba volcándose a su favor, mientras que el General Elio había conquistado toda la zona ribereña del Mércuro y estaba batiendo las últimas resistencias traquis en unos bosques con profundas quebradas, que hacían muy dificultosos los movimientos y se prestaban para continuas celadas del enemigo, que causaba enormes desgastes de material y pérdidas de soldados. Pero era un ejército de cáriodos, que no dudaban en emprender los más tremendos esfuerzos para batir a sus odiados enemigos y poco a poco seguían conquistando nuevas posiciones.

Aquella batalla, duraría aún varios saias más, en una serie de ataques y contraataques, con conquistas y pérdidas de territorio por ambas partes y grandes bajas en sus filas.

Finalmente, a los once saias de combates, los Generales Elio y Bacio consiguieron dominar plenamente las huestes enemigas.

Fueron cruentas las bajas, pero se había reconquistado un territorio de gran valor estratégico en el centro de Bradia. Aquella primera gran victoria había conseguido además, la movilización de todos los poblados y ciudades menores del territorio a que iniciaran sus propias tareas de desgaste de las fuerzas dispersas del oscuro, con pequeñas acciones dirigidas a ir eliminando los reductos militares locales, la mayoría sin una dirección adecuada en manos de indolentes traquis sin preparación para conducir fuerzas en combate. Aquellas pequeñas victorias de las fuerzas lugareñas, aún mal armadas, serían de gran importancia futura porque se iba desmembrando la red instituía por Omús, más para recaudar tributos que para combatir y las arcas del tirando a poco se verían resentidas, mientras que las requisas de armas en los cuarteles abatidos, engrosaban los parques de las fuerzas de la reconquista.

Pero el Oscuro, a pesar de la pérdida de aquella batalla, no había quedado ocioso y estaba concentrando sus tropas en dos puntos con la intención de controlar los avances de las fuerzas de Emer y a su vez intentar una encerrona en el valle que se extiende entre el río Viodo y el Pequeño Brado, un poco al sur de la gran concentración de fuerzas de la reconquista que se acercaban a Bradilia.

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Las fuerzas del General Elio ya atravesaban el Pequeño Brado, para unirse a las principales de Emer, mientras que el General Bacio iniciaba la gran travesía que le llevaría a la Ciudad Oscura. Con aquellos primeros movimientos el territorio había quedado partido a la mitad, impidiendo cualquier comunicación entre las fuerzas de Omús de la Ciudad Oscura y toda la zona lindante con el desierto con su comando general. Aseguraba esta situación la constante acción del cuerpo de la inteligencia del Capitán Golio y las huestes de las pequeñas localidades ya en manos de los patriotas.

El ejército del General Bacio, ya engrosado por los batallones de estruendosos, catapultas y torres de asalto, había tomado camino seguro y en el tiempo propuesto estaría atravesando la Selva Oscura hacia su objetivo.

Habían transcurrido unos saias de relativa calma, puesto que no hubieron enfrentamientos con las tropas enemigas y un gran contingente se preparaba para enfrentar el ejército que en pocos saias atravesaría el río Viodo, junto a la gran muralla. Todos los preparativos de aquella tropa, resguardada por las sierras Bradas que se extienden desde Gaurilia en la Sabana hasta muy cerca del bosque que desde el Viodo da marco por el    norte al valle, se realizaba con gran sigilo a fin de no alertar al enemigo y presentarle combate en el momento y lugar oportunos. El lugar elegido era el descampado que se encierra precisamente entre el bosque y las sierras.

Los estruendosos estaban siendo instalados en la falda de la serranía, desde donde se dominaba plenamente el pequeño desfiladero a su pie, que discurría en un tramo de algo más de una legua, mientras que dos sendas baterías de catapultas se instalaban a la vera de ambas entradas, totalmente ocultas todas del pasaje. La sorpresa del ataque más la acción de una magra fuerza de infantería asentada en el bosque y en las sierras, posibilitaría abatir al enemigo. Estas acciones serían comandadas directamente por Birio, señor de Briotilia, experto en el nuevo armamento, quien tenía gran confianza en sus estruendosos y junto al Capitán Grico, hijo del finado General Percio, habían diagramado la posición de las distintas fuerzas. El Capitán Grico se había destacado como artillero con las nuevas armas y se había convertido en el auxiliar bradio predilecto del señor Birio. Además Grico comandaba el primer batallón de elite armado con los pequeños estruendosos, que tendrían su prueba de fuego en este enfrentamiento.

Ya estaba todo preparado y las fuerzas enemigas, distendídamente habían atravesado el Viodo e iniciaban el cruce del estrecho valle entre el bosque y las sierras. Encabezaba la enorme columna cuatro batallones traquis seguidos por los de murrios y en la retaguardia el resto de los traquis. Retemblaba la tierra con el paso de semejante columna de guerreros. Poco a poco fueron ocupando toda la extensión del valle, parecía no tener fin, pero se les veía tranquilos y los alborotos de los murrios era lo único que desentonaba con la solemnidad de los escuadrones traquis.

Para vencer aquel enorme ejército, la sorpresa era esencial y la sincronización de las acciones debía ser exacta, pero el señor Birio tenía plena confianza en su estrategia y en sus estruendosos. Llegaba el momento.

Un fragoroso trueno se vio multiplicado por los ecos y la lluvia de hierro hizo tremendos estragos en las distendidas fuerzas enemigas, que cuando se produjo la segunda andanada aún no habían podido asumir que estaban siendo atacadas por una poderosa y desconocida arma, que en pocos parpadeos había desmembrado completamente sus huestes. Los murrios abandonaron sus arcos y cerbatanas y huían en desbandada hacia todos lados, para verse nuevamente zarandeados por la metralla y despedazados horrorosamente. El caos era total y el comandante traquis no atinaba a ninguna defensa y su ejército en total desorganización intentó la huída por ambos extremos del angosto valle, cuando se vieron enfrentados a una muralla de fuego causada por las catapultas. De las sierras llovía hierro, en los extremos una muralla de fuego, el único escape era el bosque austral, craso error. Desde el bosque una lluvia de perdigones de hierro les atravesaba limpiamente sus escudos y destruía sus entrañas. No tenían escape y la furia traquis, aunque sin un guía, se desató tremenda y arremetieron hacia el bosque, donde parecía menor la ofensa. Otro error, en el bosque, les esperaba una formación de los escuadrones de la infantería cárioda, escalonados con los arqueros, honderos y pequeños estruendosos. La derrota era inminente. El poderoso ejército de Omús en dos tercius de un saia había sido destruido totalmente. Fue el triunfo del progreso, contra la fuerza bruta de los traquis, los murrios no presentaron batalla y los que se salvaron fue a fuerza de habilidad para huir, entre las ramas del bosque y en total desbandada.  

Pequeñas bajas sufrió el ejército del Señor Birio, había sido casi, una jornada de cacería y aquella primera batalla, junto con la victoria del General Elio exaltó los ánimos de los patriotas y aseguraron dos frentes de batalla de estrategia esencial en los planes de reconquista.

El General Elio ya había desandado el camino a su posición inicial al oriente del río Viodo, el General Bacio reforzadas sus huestes con los batallones de estruendosos, catapultas y torres atravesaba el territorio hacia la Selva Oscura, para cumplir su misión de conquistar la Ciudad Oscura y el Señor Birio se aprestaba a volver al norte de las sierras Bradas.

Reunido nuevamente el grueso del ejército, cubierta su retaguardia por las sierras Bradas y frente a Bradilia, aunque a mucha distancia, todo estaba listo para la segunda etapa del plan, estrechar el cerco a la ciudad y el castillo, pero sin atacarlos, inmovilizando el grueso de las fuerzas de Omús y abatir los ejércitos atrapados entre el río Mércuro y el desierto, para luego emprender una campaña de reconquista en toda la zona austral del territorio.

Tal estrategia, obligaría a eludir enfrentamientos importantes con el enemigo, que intentaría romper el cerco a la campiña de la ciudad, con un plan de ataques de desgaste cada vez que se produjeran tales intentos. Tarea ardua pero de gran valor si conseguía los objetivos, puesto que el grueso del ejército de Omús estaría casi paralizado.

Únicamente, Omús tendría salida hacia el norte, a la gran llanura entre los ríos Cronos y Trego, lugar ideal para la gran batalla, lejos de la ciudad, que no estaría expuesta a una destrucción casi total, que se daría si el asalto final se realizaba en sus aledaños.

El General Sario, con sus tropas frescas aún, porque solamente había actuado en pequeñas escaramuzas con batallones traquis a su entrada desde los Cerros Ignotos, iniciaba la marcha hacia el sur, al saia siguiente lo haría desde el oriente el General Elio y luego el grueso del ejército comandado por el General Filus con su Estado Mayor.

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Se preparaban para una serie de escaramuzas a la vista de Bradilia, pero el Oscuro no estaba inactivo, había iniciado sus malas artes. El riachuelo que baja de las sierras Bradas y desagua en el gran estero cercano al Pequeño Brado, principal fuente de abastecimiento de agua para el gran ejército del General Elio, aquel saia apareció con un color extraño, su agua no era transparente como siempre, sino que presentaba manchas de color castaño. Un soldado bradio, cuando se aprestaba a beber, se apercibió del fenómeno, pero ya era tarde, un buen número de sus compañeros ya habían bebido y su voz de alerta, para muchos no sirvió de nada. Con fuertes dolores abdominales y tremendos calambres en sus miembros, ya en estertores se revolcaban en la ribera un sinnúmero de soldados. Siter y sus harpías, en la oscuridad habían esparcido sus mejunjes ponzoñosos en las aguas. Pero no era solo las aguas del riachuelo, las praderas en que pastaban las manadas que proveerían de carne fresca a las tropas, también habían sido envenenadas y las reses con los vientres hinchados caían como racimos maduros. Una horrible pestilencia saturaba el aire y hasta las aves de carroña que intentaban saciar su gula con las bestias muertas, también sufrían por el veneno y formaban grandes pilas en derredor de su putrefacta comida. Se había tornado en una situación desesperada para Emer y su Comando General, había que tomar medidas urgentes, para superar la situación.

Reunidos con los tres chamanes de sus credos, conferenciaban los tres reyes  y sus respectivos comandos. Era una situación desesperada, porque se presumía,  que lo mismo haría el Oscuro, con las demás fuentes de abastecimientos en los otros dos frentes de sus ejércitos.

La primera medida sería el envío urgente de emisarios para advertirles del terrible peligro y buscar abastecimientos frescos en otras zonas. Bradia tenía enormes prados con excelentes manadas y su territorio estaba regado por grandes cursos de agua, que desembocaban su mayoría en el río Brado, por lo que no podían ser envenenados porque en unos pocos saias también los ejércitos de Omús sufrirían las consecuencias. En principio, con algunas dificultades se abastecerían de agua desde el río Viodo. No era corta la distancia y se debería distraer varios batallones de soldados para acarrearla. En cuanto a la carne, con un pequeño cambio en los planes de ataque, se iniciaría una requisa en los prados del sur, que estaban poco custodiados por algunos contingentes de murrios, asustadizos y con escaso armamento.

A la vez, habría que contrarrestar los sucios manejos de Siter y sus harpías. Los chamanes inmediatamente se abocarían a obtener algún antídoto que anulara los efectos de la ponzoña.

Los ejércitos de los generales Bacio, Elio y Sario, no tendrían problemas con el agua, pues se abastecían  en los afluentes del río Brado, que a su vez abastecía los ejércitos del Oscuro, pero sí podrían tenerlo con sus manadas. Esto era el primer problema a resolver.

El Señor Paro de Gaurilia, ya había tenido su experiencia con los manejos del Oscuro, cuando Siter intentó envenenar su sabana para privarlo de sus manadas de ciervos. Si bien no habían conseguido un antídoto, vieron que los efectos del veneno eran bastante efímeros y en tres saias a lo sumo perdían sus  efectos, por lo que realizando un muy bien estudiado movimiento de sus manadas, evitaban que apacentaran en los prados afectados. Siempre perdían algunas reses, pero la actuación rápida salvaba el grueso de la hacienda.

En principio la estrategia empleada por el Señor Paro fue adoptada, hasta que se pudieran pergeñar alguna otra más efectiva.

Estos acontecimientos atrasaron en un saia la partida del ejército hacia el norte, a fin de iniciar las hostilidades contra lo grueso del ejército de Omús, pero los comandados por los generales cáriodos Elio y Sario ya estaban enfrentados con el enemigo. Estos contingentes que no contaban aún con un número importante de estruendosos, debían luchar principalmente con las antiguas armas, donde se destacaban los batallones de catapultas y la infantería más aguerrida de los tres frentes. El infante cáriodo, por su gran destreza con la cimitarra y su fortísima constitución física, cuando entraba en combate, era el terror de todos los enemigos, sabedores de que si no caían por la acción de la cimitarra, las dentelladas de su afilada doble hilera de dientes, podía cercenar un cogote traquis sin ningún esfuerzo.

Pero los ejércitos movilizados por Omús hacia aquellos frentes, también tenían batallones de elite. Los pequeños batallones Corios, aún rabiaban por la pérdida de la muralla y los animaba una pasión insana por tomarse venganza. Habían reforzado sus escudos de cuero con planchas de hierro para protegerse de los perdigones de los pequeños estruendosos. Aunque aún no habían enfrentado los efectos de la nueva arma, sabían de sus estragos por la experiencia de sus compañeros traquis y murrios en la emboscada de las sierras  Bradas, donde su casi total exterminio fue debido a  ellas. Estos guerreros hábiles con sus porras con cadenas terminadas en enormes bolas de hierro erizadas de púas, al tener que lidiar con escudos más pesados,  las sustituyeron por hachas, que no solo utilizaban como arma en combate cuerpo a cuerpo sino que también las usaban como arma arrojadiza y en sus alforjas llevaban una buena cantidad de reserva, haciéndolos más temibles.

También se habían armado batallones murrios con astiles con ponzoñas muy poderosas elaboradas por Siter y sus harpías, que a pesar de su inestabilidad emocional, eran guerreros muy audaces y hábiles para infiltrarse entre las fuerzas enemigas.

Fue una lucha encarnizada, brutal, donde todos los contendientes, de ambos bandos, emplearon sus armas con destreza y furor. Las bajas fueron cruentas, pero luego de cinco saias de encarnizada contienda las huestes del Oscuro fueron doblegadas.

Una victoria muy dura, por la enorme pérdida de soldados, que dejaba un sabor amargo y obligaba al General Elio, tomar el solo el comando de  ambos contingentes puesto que su colega, el General Sario debido a la brutal lesión que por un certero golpe de maza traquis le partiera el omóplato derecho y por poco le parte la columna vertebral, debió ser llevado de urgencia al hospital de campaña.

El dolor por las pérdidas, parecía templar más los ánimos de aquellos guerreros y acicatearlos para seguir la lucha por la tan ansiada libertad.

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Luego de la gran victoria de los generales Bacio y Elio, éste último debía emprender la reconquista de las llanuras de oriente.

Los ejércitos de Omús dominaban aquella región con dos poderosos contingentes asentados, uno en la margen oriental del río Mércuro, casi en la frontera con la Gran Selva y el otro un poco al sur del Brado justo frente a la gran curva que lo aleja de la frontera con el desierto.
       
         Desde el camino central que une Bradilia con la oriental ciudad de Corvo, nace una red de caminos secundarios a ambos lados, que conecta las zonas de sembradíos y grandes praderas de esta riquísima campiña, que Omús ordenara custodiar por aquellos dos contingentes. Es la zona de mayor producción agrícola y de las mejores praderas donde pastorean las grandes manadas, constituyéndose en un centro estratégico por la producción de alimentos fundamental para sus ejércitos. Controlada esta región, Omús quedaría prácticamente sin suministros.

La ciudad de Corvo, concentra la gran industria alimentaria y la producción lechera, va toda, a sus factorías donde se elaboran los mejores yogures y quesos del País. A pesar de la distancia, esa producción atravesaba todo el territorio para satisfacer la exportación a Briotilia de legumbres frescas y productos lácteos, lamentablemente muy disminuida en la actualidad por los planes de producción implantados por el Oscuro, que descuidan la exportación y consecuente ingreso de divisas, para satisfacer las necesidades de sus ejércitos, sumada a las malas prácticas productivas.

El General Elio ha reforzado su ejército con varios batallones de artillería y cual gran sierpe se desplaza por el  ondulante camino central. Lleva sus batallones de elite, de arqueros bradios, honderos gauros y la flamante adquisición, los nuevos batallones de pequeños estruendosos.

Al sexto saia, tiene su primer encuentro con fuerzas de Omús. Dos batallones traquis que custodian una factoría de acopio de legumbres, les salen al encuentro presentándole batalla. Lo hacen con tal osadía como si estuvieran respaldados por un enorme ejército o si menospreciaran el poder del General Elio.

La estrategia traquis se basaba en la contención del ejército del General Elio, mientras los refuerzos del acantonamiento al sur del río Brado, cercano a la frontera, llegaran en su auxilio. Fueron tres saias de cruentos encuentros con aquellos escurridizos batallones.

Elio, sin percatarse de la cercanía del acantonamiento, no vislumbró los planes de los acólitos del oscuro, hasta que le llegó un reporte de un subordinado del Capitán Golio, informándole de los movimientos desde el oriente de un enorme ejercito traquis.

En consecuencia se imponía un cambio total de estrategia. Había que liquidar total y urgentemente los dos batallones traquis que se interponían a su paso para preparar una batalla de gran envergadura, que había previsto para dentro de unos quince saias.

Tuvo que mandar al frente un batallón de estruendosos para liquidar la resistencia y poder avanzar. No fue tarea fácil, pero al mediar el segundo tercius del tercer saia, quedaba despejado el camino. De los dos batallones traquis solamente quedaron en pie unos pocos soldados, magullados y destrozados moralmente, que fueron hechos prisioneros.

El camino central discurría entre las suaves lomadas que en épocas de esplendor, cuando gobernaba el difunto Erem, eran las tierras fértiles que producían las mejores haciendas de oriente, sustento de las factorías lácteas de la ciudad de Corvo que producían los yogures y quesos de exportación. Ahora estaban casi despobladas, los suaves pastos desaparecidos e invadidas por malas hierbas.

Aquellas tierras serían a partir del próximo saia, testigos de una de las batallas más cruentas de toda la campaña de reconquista.
 
A unas pocas leguas del depósito de legumbres, Elio inicio el despliegue de su ejército para plantear la batalla, aprovechando las suaves ondulaciones del terreno escalonó sus distintos batallones y parques de suministros y envió mensajeros a sus capitanes convocándoles a reunión urgente para elaborar el plan de ataque.

Era inminente el enfrentamiento, un enorme ejército traquis se movilizaba desde el acantonamiento, tomando dirección noroeste, mientras que dos columnas integradas por grulios y Corios avanzaban por el camino central. Ésta última apoyada por dos batallones de catapultas.

Elio estableció un primer frente formado por su artillería de estruendosos, que desde la cima de una loma recibirían con su fuego la columna de grulios y corios, mientras que más al norte estableció dos líneas, una de estruendosos y una de catapultas para enfrentar el ejército traquis.

Lo poderoso de ambos bandos presagiaba una larga y sangrienta lucha que sería clave para el control de los prados de oriente.

Planteada la estrategia de combate y estando todo el ejército desplegado para la lid, solamente restaba esperar a que el enemigo se pusiera a tiro de estruendosos para iniciar la acción.

Era un enorme ejército, que con su paso marcial retemblaban las colinas, pero las huestes libertarias, lo esperaban seguras de su estrategia.

La primera andanada de estruendosos dejó una enorme parcela de terreno, como tierra arada y una enorme cantidad de cuerpos desmembrados, esparcidos, dando muestra del gran poder de destrucción de la nueva arma.

Tal destrucción pareció actuar como un muro de contención, haciendo detener el avance de los traquis, que miraban azorados y hasta temerosos los restos de sus congéneres, dejándolos como blanco seguro para una segunda andanada, que luego de ajustar la elevación de sus miras, partía rugiendo entre la nube de humo y unas brazas más atrás de los primeros, sucumbían otra gran cantidad de guerreros.

Los traquis, aquel saia, no presentaron batalla, luego de los estragos hechos por los estruendosos, cuando pretendieron reagruparse y avanzar pisoteando sus paisanos esparcidos por el suelo, en carrera desenfrenada, una tercera andanada liquidaba la retaguardia, quedando parte de los batallones a merced del fuego de las catapultas.

Un ataque de infantería, terminó con la débil resistencia, que sin la mínima dirección ofrecieron los pocos contingentes traquis que habían quedado en pie. Menos de un tercius bastó para terminar con la mitad del ejército de oriente del Oscuro.

Aún no llegaban los batallones grulios y corios que según los informes se trasladaban por el camino central, lo que dio tiempo a reorganizar el ejército del norte y dirigirse en apoyo del núcleo que los enfrentaría.

Pero ya el terror, causado por el fragor de los estruendosos que aniquilara el primer ejército de oriente, menguaba la furia de los temibles Corios, que eran casi empujados por los escuadrones de los paisanos del Oscuro.

El segundo tercius, llegaba a su fin y aprovechando su visión nocturna los Corios auxiliaron a los artilleros a ubicar las catapultas, para a los primeros claros del saia siguiente iniciar el ataque.

Pero no contaron con que el ejército que venía del norte los tomaría por el flanco derecho y serían fácil carne de estruendosos.

Así se planteó la lucha, por el frente estruendosos y catapultas, por el flanco derecho, catapultas y estruendosos.

La suerte estaba echada y por más furia que pusieron en la lucha Corios y grulios sucumbieron hacia el final del saia.

La campaña de oriente aseguraba a las fuerzas libertarias, el control de los mejores pastos con las mejoras manadas. Habría que preservarlas de ataques de Siter y sus arpías.









Capítulo XI

Una columna a mando del Gral. Elio, la misma que ingresara al territorio por el noreste, compuesta por el mayor contingente de cáriodos, que durante el destierro habitaran en el desierto y una segunda al mando del Gral. Sario, que ingresara desde los Cerros Ignotos, a la que se plegaron todos los contingentes que iniciaran la invasión por el este, iniciaba la larga marcha hacia la ciudad Oscura en plena Selva.

La orden era evitar escaramuzas o enfrentamientos, para cubrir la distancia en forma rápida y sin mayores pérdidas de soldados y vitualla, aunque algunas no pudieron ser evitadas, como la batalla frente a la unión de los ríos Mércuro y Brado.

Las dos columnas marchaban, una, la del Gral. Elio por la margen derecha del Mércuro y la otra al mando del Gral. Sario por la izquierda.

El quejumbroso chirriar de las ruedas de hierro de la artillería y de las torres de asalto, se volvía monótono, pero el potente paso de la caballería haciendo retemblar la tierra, templaba los ánimos de los aguerridos soldados, ansiosos por entrar en combate.

Ya casi al llegar a la frontera, que separa el territorio bradio de la Selva Oscura, se enfrentan a una enorme columna de traquis, que desde la ciudad Oscura, a marchas forzadas van en auxilio de Omús.

Los comandos Bradios tenían noticias de la cercanía de la columna traquis, aunque no estaban en sus cálculos que coincidieran en aquella encrucijada que formaban los achaparrados cerros de las nacientes del Pequeño Brado  y el río Mércuro, conformando un estrecho paso de algo más de media legua.

Como el Mércuro corría encajonado por altas barrancas, hacía difícil su travesía por parte del ejército del Gral. Elio, en forma rápida, lo que aconsejaba que el enfrentamiento lo hiciera solo el contingente comandado por el Gral. Sario, que por otra parte tenía suficiente poder para hacerlo con buena ventura.

Con la inminencia de la lucha, se plantó dos líneas de artillería de estruendosos, con sus miras a distintos alcances, con el fin de destruir rápidamente la mayor parte de la columna traquis y a la orden del comandante tronaron como mil demonios escupiendo hierro y fuego, dejando esparcido por tierra los cadáveres de la vanguardia traquis y anonadados por lo ocurrido al resto.

Dominar al enemigo, fue cuestión de medio tercius, algunos huyeron en desbandada, otros no conseguían salir de su asombro hasta que se sentían encadenados como  prisioneros, quedando nuevamente el camino hacia ciudad Oscura totalmente despejado y Omús sin refuerzos.

El resto del camino se hizo sin tropiezos y a pocos saias tenían su destino a la vista.

Las murallas parecían infranqueables y de enorme fortaleza. Ni el más nutrido fuego de catapulta le haría el menor daño. Pero allí estaban los estruendosos.

La defensa, esperaba el asedio, desde lejos se veían las filas de arqueros, prestos a la lid y las gibas de las catapultas se recortaban sobre el cielo. Grandes tinas sobre las ascuas borboteaban con el aceite hirviendo, pronto para derramar sobre los osados que pretendieran abordar la muralla. Cerca de la base de cada catapulta se amontonaban enormes rocas y bolas de estopa embebidas en aceite, prontas para ser encendidas y catapultadas contra el invasor. Todo aseguraba una lucha feroz, encarnizada, hasta las últimas consecuencias. En ambos bandos no tenían cabida los cobardes, todos ofrendarían sus vidas en aras de sus designios.

Las fuerzas bradias, formaron a una distancia fuera del alcance de las catapultas, pero ideal para el tiro de estruendoso.

Antes del ataque, se pidió la rendición de la ciudad, pero la respuesta fue un alarido de las fuerzas de defensa y el envío inútil de una andanada de rocas y bolas de fuego, que no llegaron a causar ni una baja.

La suerte estaba echada, vino la orden y tronaron los estruendosos. La primera andanada dio de lleno en la muralla, resquebrajando rocas y precipitando en racimos a cientos de arqueros murrios, que horrorizados veían como sus propios calderos de aceite hirviendo se les venían encima, sintiendo sus carnes abrasadas y entre alaridos de dolor la llegada de la muerte.

La segunda andanada abrió un inmenso boquete en la muralla, dejando al descubierto un espacio por donde se veía correr en desorden soldados traquis, arqueros murrios y habitantes grulios, con el horror pintado en sus horrorosos rostros.

El desorden tremendo que causó el fulminante ataque, sorprendió a los comandantes defensores de la plaza, avezados guerreros de una fuerza de elite del Oscuro, que les había confiado la defensa de su ciudad, aunque nunca pensaron en un ataque de las fuerzas del soberano de Bradia, por lo que la sorpresa fue doble. Realmente tenían conocimiento de la invasión por la reconquista del Estado vecino, pero desconocían que un contingente de Emer había sido enviado a atacarles.

Pero aquellos terribles guerreros, no tardaron en reaccionar y abocarse a la defensa. Cuando ya una tercera andanada de hierro y fuego, derribaba un gran sector de muralla, por aquella misma brecha salieron con la intención de una lucha cuerpo a cuerpo un gran contingente de traquis blandiendo sus mortíferas mazas de hierro, apoyados por las cimitarras, hachas y machetes de varios batallones de grulios.

La lucha era inminente, pero antes del cuerpo a cuerpo, rugieron los pequeños tronadores y sembraron de cuerpos atravesados, gran parte del terreno. Otra sorpresa, que frenó el embate de los defensores de la ciudad, que miraron aterrorizados como los atacantes desaparecían tras la cortina de humo de las detonaciones, quedándose sin enemigos a quien atacar.

Cuando se disipaba la humareda, la segunda descarga atronó con el rugir de mil disparos y las pequeñas esferas de hierro silbaron hacia los desconcertados defensores, abatiéndolos desangrados.

Como para no darles cuartel, y como ya estaban bastante disminuidos, una descarga de tronadores pasó rugiendo sobre sus cabezas para arrancar de cuajo otro tramo de muralla y aplastar con hierros y piedras  a algunos pocos que intentaban la huida de los perdigones que diezmaba sus filas.

Fue una lucha rápida y demoledora, solamente la artillería había estado activa, pero ya caía la noche y no se podía intentar un asalto. El saia siguiente estaba marcado para hacerlo.

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Una cerrazón espesa le daba un aspecto lechoso, al amanecer. No se percibía el mínimo movimiento en la muralla ni en el interior, parecía expedita la entrada por aquel enorme hueco, pero la inteligencia del General  Elio, le indicó que algo no estaba bien. Se veían algunas construcciones interiores pero parecían deshabitadas, el silencio era total, parecía una ciudad desierta.

Deliberaba con el General Sario, sobre qué actitud tomar, cuando escuchan el tronar de la marcha de un enorme ejército que se acerca por la retaguardia.

Conocedores de su selva, aprovecharon la oscuridad para abandonar la ciudad por el acceso austral, atravesar el río Mércuro cerca de sus nacientes y luego de un rodeo ubicarse en aquella posición desde la que pretendían sorprender al ejército atacante.

Su gran error fue no acallar a los escandalosos traquis, que al andar golpeaban sus escudos con sus porras y su presencia e intenciones fueron detectadas con el suficiente tiempo para reubicar la artillería, girar en redondo todo el ejército, separando varios batallones para invadir la ciudad, mientras lo grueso enfrentaría a los que venían desde la selva.

Fue un movimiento casi desesperado por la urgencia, pero justo a tiempo que aparecían los primeros traquis abriéndose paso en la maleza. Rugieron los tronadores y empezó la encarnizada lucha. No dio tiempo a una segunda andanada, pero entraron en lucha las catapultas, arrojando fuego y rocas sobre los furiosos traquis.

Pisoteando a sus propios compañeros muertos, se abalanzaron hacia las líneas enemigas y las descargas de pequeños tronadores y arqueros hicieron poca mella en la furiosa embestida y la lucha cuerpo a cuerpo se dio con una fiereza tremenda. Más atrás venían varios contingentes de Grulios blandiendo sus cimitarras, hachas y machetes.

Varios pludios de ataques, rechazos, contraataques y nuevos rechazos, transcurrieron hasta que ambos bandos comenzaron a flaquear. Se veía debilidad por el fragor de la lucha.

Cuando promediaba el segundo tercius, agotados y hambrientos los traquis, empezaron a desertar, internándose en la selva, la gula hacía más estragos que las armas del enemigo, llevaban toda una noche de marcha por la selva y sus tripas gruñían por la falta de comida.

La acción traquis no pasó desapercibida para el General Elio, que al verse con un enemigo disminuido, arremetió con dos escuadrones blandiendo los afilados alfanjes y cimitarras, poniendo en desbandada la mayoría de Corios, que en la lucha mejor usaban sus estratagemas y engaños que sus hachas.

La lucha se inclinaba evidentemente hacia las fuerzas leales al rey de Bradia, pero aún no habían entrado en la ciudad.

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El contingente destinado a penetrar las murallas, se vio diezmado por un escuadrón de Corios, que les esperaba en una gran plaza a poco más de cien brazas de la muralla. Todos reunidos en actitud y apariencia de asustados adolescentes al costado de la misma entrada al reducto, les dejaron pasar develando recién cuando pasó el ultimo Bradio, su estratagema mutante, atacándoles por la retaguardia, mientras que otro contingente les cerraba la salida. Tomados entre dos bandos, fueron inútiles los pequeños estruendosos y debieron luchar cuerpo a cuerpo con cruentas bajas, para terminar unos pocos escabulléndose hacia el exterior.

Aquel saia, en definitiva, no inclinó las acciones hacia ningún lado, pero sí dejó muy grandes pérdidas.

Se debía reconsiderar los planes de ataque, y emplear una nueva táctica. Estando en esas deliberaciones, llega un emisario del Capitán Golio con noticias muy alentadoras, el General Bacio, que fuera demorado por varias escaramuzas frente a otros tantos ejércitos del Oscuro, estaba a menos de un saia de marcha para reunírseles.

Aquella noticia, además de alegrarles por la presencia del amigo General en Jefe de aquella misión, les brindó cierta tranquilidad y decidieron que en el próximo saia suspenderían las acciones bélicas y organizarían sus huestes en aquel frente y librarían instrucciones por el mismo emisario para que le advirtiera al General en Jefe Bacio, de la necesidad de un ataque combinado por distintos lados de la ciudad, para aprovechar mejor las fuerzas propias y dividir las contrarias.

De aquella forma concertaron para el amanecer del saia subsiguiente, el inicio del ataque.

Aquel respiro, también fue aprovechado por las fuerzas del Oscuro. Tapiaron con un informe montón de distintos materiales el hueco de la muralla, reorganizaron sus batallones, establecieron varias líneas de defensa dentro de la propia ciudad, pero sin considerar la posibilidad de un doble ataque, pues no estaban enterados de la llegada de los refuerzos atacantes.

Despuntó luminoso, el gorjeo de los pájaros, el multicolor de las flores, parecían anunciar un saia festivo, pero la fiesta sería de hierro y fuego.

Al unísono retumbaron los tronadores por ambos costados de la ciudad.

El General en Jefe, al mediar aquel primer tercius, ingresaba sin ninguna resistencia por la muralla destruida y tomaba sin resistencia una gran porción de ciudad. Simplemente dejó algunas brigadas para asegurarse que no se creara ningún foco de resistencia y con el grueso de su caballería e infantería, prácticamente intactos y frescos, inició la marcha hacia el otro extremo, para tomar entre dos fuegos a los defensores del reducto.

La moral de la defensa estaba destruida, mal dormidos y peor alimentados, solo querían que terminara la lucha y cuando notaron la presencia de la caballería del General Bacio y la infantería que ya iniciaba el ataque con pequeños estruendosos sembrando la muerte, no dudaron más que pocos parpadeos para arrojar sus armas y rendirse. La ciudad Oscura había caído.

Las bajas fueron muchas, pero la toma de la ciudad Oscura era fundamental para la conquista de Bradia. La mayor parte de la lucha la llevaron los ejércitos cáriodos y por lo tanto tuvieron las mayores pérdidas. Era duro sepultar tantos congéneres, pero era el precio que debían pagar por la reconquista de la Patria de sus queridos aliados. El rey Emer era acreedor del aprecio cáriodo y sus soldados ofrendaron gustos sus vidas por  reconquistar su lar.

Debían organizar el gobierno de la ciudad y poner a buen recaudo a los jefes y principales acólitos del Oscuro. No tuvieron otra alternativa que usar las mazmorras como prisión.

Ya el grueso de los ejércitos, luego de unos saias de descanso, iniciaba la marcha hacia el norte, para unirse a las fuerzas del Rey de Bradia, si aun no habían tomado Bradilia y el Castillo Real.

De quince a veinte saias los separaba de su nuevo destino y alegres, a pesar de las pérdidas, emprendieron el camino.




Capítulo XII

  Las fuerzas libertarias, ya dominaban las praderas del este y toda la zona austral, los ejércitos de Omús de la ciudad Oscura, totalmente desmembrados, con absoluta imposibilidad de prestarle ayuda, por el septentrión, hubieron combates, pero estaba libre de soldados de ambos bandos. Todo se prestaba para continuar con la estrategia definida por el Comando General de Emer.

Los ejércitos que operaron por la región austral y los que tomaron la ciudad Oscura, en pocos saias estarían apostados en la margen derecha del Mércuro, cerca de su desembocadura en el Brado, frente a la gran concentración de los contingentes gauros y briotas y las fuerzas venidas de la Isla del Destierro, bajo el comando del Rey, que ocupaban una gran extensión en ambas márgenes del Pequeño Brado.

Omús ya había concluido que no podría defender Bradilia, si no alejaba a los atacantes de aquellos parajes y pergeñó uno de sus comunes ardides. No podía contar con las malas artes de Siter, porque los chamanes de los tres reinos, habían conseguido neutralizar sus maldades, él tendría que hacerlo.

Sin romper su formación de defensa, empezó a desplazar sus ejércitos hacia los llanos del norte, donde no había presencia de seguidores de Emer e inició  una serie de escaramuzas con el fin de distraer y conseguir movilizar al ejército enemigo.

Fue el gran error, con el que contaba el comando de Emer y le siguieron en la farsa, pero también con pequeños contingentes, mientras se movilizaba el grueso del ejército haciendo un gran rodeo por la zona de los pastizales, para tomarlo entre dos fuegos.

Una gran diferencia que favorecía a Emer, era la extraordinaria organización de la inteligencia comandada por el Capitán Golio y la ausencia casi total de servicios de espionaje de calidad de Omús.

El comando de Emer, estaba enterado casi al instante de todos los movimientos del Oscuro, mientras que éste se enteraba de los movimientos libertarios cuando ya los veía por sus propios ojos.

Fue una planificación realizada a la perfección, sincronizada en los mínimos detalles, en el tiempo y en el espacio. La logística perfecta, no descuidó el emplazamiento de almacenes y hospitales. La red del Capitán Golio, aseguraba el secretismo que ofrecían los lugares elegidos para los movimientos.

A medida que Omús y su comando disponía sus fuerzas, Emer y el suyo simplemente continuaban con la estrategia elaborada, puesto que los movimientos de aquel ya habían sido previstos y confirmados por el Capitán Golio.

El saia, había llegado, en una pequeña elevación hacia el noroeste, a poco más de 400 brazas del grueso del ejército de Omús, al amanecer, aparecieron ya armados una línea impresionante de tronadores. Por el oriente a marcha forzada, aparecía una línea de catapultas prestas a la acción.

En pocos parpadeos daría inicio el más encarnizado combate, donde estaba en juego la libertad o la esclavitud.

La primera descarga de tronadores hizo grandes daños en los batallones de traquis apostados en el llano, tomados totalmente de sorpresa y un contingente de murrios que con sus chillidos parecían acallar el fragor de la artillería.

La segunda andanada de hierro y fuego con la mira más elevada, iba destinada a la vanguardia de Corios, que también sufrieron ingentes bajas, pero fueron los primeros en reaccionar, a la orden de Omús, se lanzaron pisoteando a los caídos, hacia la pendiente, entre rugidos de furia, deseosos de entablar la lucha cuerpo a cuerpo.

Las flechas de los arqueros y las piedras de los honderos, hicieron poco daño, pero cuando los pequeños tronadores entraron en acción, se produjo una corta vacilación, para luego seguir con la embestida, enredados con los cuerpos caídos.

Fueron tres saias con sus correspondientes noches que los asediados se defendieron con furor. Los primeros dos tercius bajo la luz del sol, el tercero tenuemente alumbrados por la luna llena y los incendios provocados por las bolas de fuego de las catapultas, que escupían sus cargas en ambos sentidos.

Fue una lucha sin cuartel. A la cuarta aurora, algo ocurría en las filas de Omús. Los ataques eran esporádicos y poco contundentes, parecía que no tuvieran una dirección eficiente y sus ataques no causaban serios estragos entre los ejércitos aliados.

Recién al promediar el segundo tercius, cesaron los ataques de Omús. El tirano estaba gravemente herido y cundía el pánico y el desorden entre sus filas. El comandante corio, su mano derecha, subía cansinamente la ladera, sin lucir armas.

Emer, al notarlo, destacó al General Filus, para que parlamentara con el enviado del Oscuro.

Fue un parlamento muy corto. El corio abandonaba la lucha junto con todos sus congéneres. A pesar de la furia de Omús herido, él y sus soldados no estaban dispuestos a respaldarlo, querían emprender una nueva vida, que les permitiera un pasar más sosegado junto a sus hembras y procurar que su raza no se extinguiera. Si sus hembras no eran muy prolíficas y su raza estaba cerca de la extinción, querían que sus pocos hijos vivieran en paz, por lo que pedían al Rey de Bradia misericordia, aunque estaban dispuestos a purgar sus culpas.

La decisión de Emer fue inmediata, dispuso un contingente para que les escoltara hasta sus cuarteles y les retirara todo su armamento, quedando hasta que terminara la lucha, confinados en el recinto bajo custodia. Luego verían de común acuerdo su destino.

Los oficiales grulios, rodeaban a su jefe herido, pero no atinaban a iniciar un nuevo ataque, sus fuerzas se arremolinaban ansiosas, esperando la orden de sus superiores. Pero las bajas habían sido tan cruentas, que la moral flaqueaba y ya nadie quería seguir hacia la aniquilación segura.

Quien solo clamaba por atacar era el Oscuro, pero sus heridas le impedían  incorporarse y a cada movimiento se abría la enorme boca abierta por las esquirlas de hierro que le atravesaran la panza, fluyendo a borbotones su renegrida sangre. La debilidad le ganaba y por momentos su nublada vista no alcanzaba a divisar más que bultos que se movían a su alrededor y se afanaba por gritar ordenes que se traducían en débiles balbuceos.

Fue cuando una columna de caballería por cada bando empezaba a rodear el reducto en que se encontraban todos los restos de los ejércitos del Oscuro, ya sin ánimos de pelea, y otras columnas de infantería se aprestaban a un ataque final o simplemente a desarmarlos y tomarlos prisioneros.

No hubo resistencias, en pocos pludios, se formaban tres largas columnas de traquis, grulios y murrios, desarmados, abatidos, mientras los médicos del ejército del Rey se ocupaban de atender los heridos del bando enemigo. El Oscuro, no tenía fuerzas ni para rechazar los cuidados y fue transportado junto con sus demás heridos a los hospitales de campaña.

Solamente quedaba reducir algunos contingentes que custodiaban el Palacio y Bradilia, la liberación  ya casi concluía.

La noticia corrió por la campiña de pueblo en pueblo hasta llegar a la Capital del reino y los pocos guerreros fieles a Omús, no fueron capaces de parar la avalancha del pueblo liberado que exultante de alegría daba rienda suelta a la felicidad, por la libertad conseguida y por el Rey vuelto a su lar.

Los intentos de acallar a la multitud fueron en pocos parpadeos controlados y los custodios pasaron a ser prisioneros.

Bradilia gozaba ya de plena libertad, solo allende el río Brado el Castillo Real se veía, erizadas sus almenas de arqueros prestos a la defensa y  rodeado de un compacto ejército de traquis y grulios, tal como el Oscuro lo ordenara al dirigirse a la lucha.

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La puerta del poniente permanecía abierta a la espera del ejército victorioso de Omús, pero al llegar noticias del levantamiento de la ciudad y la detención de los custodios, cundió el desconcierto.

El pueblo se mantuvo en los lindes de la ciudad, pero no osaron atravesar el puente que les llevaba al castillo, permaneciendo en espera de la llegada del Rey.

Una festiva columna de ejércitos atravesaba la llanura rumbo a Bradilia, las banderolas y estandartes lucían mejor con el sol radiante. Al frente, más alto que todos, que enarbolaba con orgullo el asistente del recién ascendido General Querio, lucía hermoso el estandarte bordado tan amorosamente por Clilia.

El General Querio, integraba el cuerpo de elite, custodio del Rey, y en el campo de batalla demostró su inteligencia y fervor, destacándose como excelente estratega.

Bradilia ya estaba a la vista y el pueblo no escatimaba las muestras de alegría y cuando apareció Emer en su caballo moro, los vítores fueron atronadores. Aquel apuesto joven, sonriente, feliz, seguido muy de cerca por la calesa que transportaba a la fiel Piata, era el Rey y pronto tomaría las riendas del gobierno de la amada Patria.

En el castillo no hubo la mínima resistencia, al ver el avance del enorme ejército, simplemente abandonaron las armas y algunos pocos intentaron la huída hacia los bosques allende el río, el resto, aceptó ser hechos prisioneros.

No hubo mayores festejos, éstos vendrían cuando regresaran de la isla del Destierro, de la Pequeña Bradilia, todos los desterrados.

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Luego de organizar el nuevo gobierno, Emer dispuso confinar en la ciudad Oscura, a todos los guerreros que acompañaron a Omús, incluso a éste, que lentamente se reponía de sus tremendas heridas.

Se destacaría un fuerte contingente militar de ocupación para asegurar que el Oscuro no intentara rearmarse e iniciar nuevas aventuras guerreras. Su castigo sería el encierro entre sus propias murallas. En la Gran Selva se levantarían en lugares estratégicos fuertes con sus correspondientes contingentes armados para asegurar la paz en la región y evitar algún movimiento subversivo.

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En el próximo saia festivo, arribaría el primer contingente de desterrados, entre ellos, Clilia ansiosa por encontrase con su amado Emer y su madre Prama, deseosa de abrigarse en brazos de su esposo Filus. Pero además, Blacia, hija de Bacio, Britia, esposa de Percio, también deseosas de encontrarse con sus familias.

El Castillo Real, se vestía con las mejores galas para la gran fiesta del reencuentro y la libertad. Ya estaba decretado por el Rey, la fiesta duraría hasta el próximo saia festivo, serían sietes saias de total alegría.

A pesar de la escasez de alimentos, se sacrificaron una verdadera manada de los mejores bóvidos de la pradera, se recogieron hortalizas y frutas en abundancia y un sinfín de cocineros preparaban las viandas para todos los invitados, que eran todos los habitantes del reino, que disfrutarían durante aquellos siete saias del invite de su Rey.

En los prados que rodean la ciudad, se desplegaron miles de carpas de campaña, alhajándolas con todos los enseres necesarios para dar albergue cómodo a todos los concurrentes que vendrían de los más recónditos lugares.

Al tercer saia de fiesta, Emer convocó al pueblo para escuchar su anuncio.

En las puertas del castillo, en la explanada que coronaba las espléndidas escalinatas de mármol, a cuyo pie formaba su guardia de honor, Emer pidió a viva voz al General Filus y a su esposa Prama le concedieran el honor de desposar a su hija Clilia.

Tanto el General como su esposa, sabían del amor que unía a ambos jóvenes y con enorme satisfacción y orgullo le concedieron la mano de Clilia al Rey de Bradia.

Se sucedieron vítores y aclamaciones y con aquel compromiso sellado ante su pueblo, el Rey exultante de alegría colocó en el delicado dedo de su prometida un precioso anillo de oro coronado con un refulgente diamante, como muestra de su incondicional amor.

Antes de finalizar la fiesta, Emer y Clilia ya habían concertado la fecha de la boda. Transcurrían los últimos saias de Séptilo, por lo que pensaron que un vínuda y medio serían suficientes para los preparativos, más, decididos como estaban de que la boda fuera austera, acorde con los momentos difíciles que atravesaría Bradia para recuperarse del desgobierno del Oscuro, ya era suficiente con la fiesta del reencuentro. La boda sería el último saia festivo del vínuda Fertio.














Capítulo XIII

Los guerreros corios, fueron dejados en libertad, luego de aceptar su compromiso de no tomar nuevamente las armas y dedicarse a sus hembras, pero no querían volver a la Selva Oscura y le rogaron a Emer les cediera algunas tierras para establecer con sus familias una colonia y trabajar en cultivos de hortalizas y cría de cérvidos.

Luego de un preciso relevamiento del terreno, Emer dispuso cederles la pradera que se extiende desde el linde de la Gran Selva, por la margen izquierda del río Viodo hasta muy cerca de la muralla construida por el Oscuro y que aún estaba en pie. Era un triángulo extenso de tierras feraces, que daría perfecta cabida a la población de Corios y que estaba totalmente deshabitada.

Entre la muralla y los terrenos cedidos se reservaba una faja muy ancha, que seguiría con las explotación de los olivares asentados desde hacía muchos vandas y que pertenecían a familias bradias, que consultadas por el propio Rey, manifestaron su conformidad con los nuevos vecinos.

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Poco a poco, Bradia volvía a la vida normal, que nunca quisieron perder. El Rey, contaba con el aprecio incondicional de todos sus súbditos y ya había iniciado una serie de reformas, con normas de austeridad gubernamental y medidas que posibilitarían la recuperación de la industria y la producción diezmada por el Oscuro, con mermas importantes en la carga de contribuciones al Estado.

En Cándio finalizaba la estación de los intensos fríos y los días más cálidos alegraron a Fértio con una eclosión de aromas, trinos y colores, poblando el césped frente al castillo de flores, pájaros y mariposas, trayendo  a la memoria de la fiel Piata, los primeros vínudas de Emer, cuando daba sus primeros pasos en el prado, ajeno completamente a los avatares que debería sufrir.

Estaba cerca el último saia festivo y Clilia, feliz, culminaba sus preparativos para la boda. Los amigos Gauros le habían regalado sus mejores sedas y una troupe de hilanderos y confeccionistas trabajaban arduamente en el ajuar de la novia. Ya todo estaba preparado y la bella Clilia esperaba ansiosa el día que la convertiría en esposa de su amado Emer.

Se realizó la boda en un marco austero, pero de mucha alegría. Los novios, felices, recibieron el saludo de sus súbditos y de sus vecinos. Estuvieron presente, los reyes de Brotilia y Gaurilia con sus familias y principales integrantes de sus respectivas cortes, el gobernante de Anfibiópolis, acompañado de su familia y una amplia comitiva.

La guardia de honor fue integrada por los oficiales de los cuatro Estados que reconquistaron Bradia para su legítimo rey, que izando sus blasones, presentaron armas al paso de la pareja y corearon tres veces hurra.

Bradia volvía lentamente a su vida normal y en poco tiempo sería nuevamente el reino feliz que erigiera el magnánimo Erem, cuya flamante estatua, parecía custodiar el prado, donde fuera ejecutado por el Oscuro.

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Apéndice

Principales personajes:

Emer: El héroe, heredero de Erem, líder de los pueblos de la región, aliado de los Briotas y de los Gauros, protector de los Ciolades y de los Cáriodos.
Ilio: Anfíbidus. Desde los primeros años del héroe, fue su amigo fiel, confidente y consejero. Lo acompañó y participó en todas sus aventuras.
Iliana: Madre de Ilio
Fericio: Anfíbidus. Habitante del lago, congénere de Ilio e Iliana.
Bacio, Filus, Orio, Percio:   Generales del ejército de Bradia, eximios estrategas, los tres primeros condujeron a la victoria final.
Clilia: Hija de Filus, prometida y futura esposa de Emer.
Pártiros: Sobrino del General Filus, soldado de la defensa, coordinador en el territorio de la reconquista. Forjador de metales.
Filiadonirio: Murrio custodio de las mazmorras, que se constituyó en aliado de
los Generales presos.
Prama: Esposa de Filus.
Blacia: Hija de Bacio, instructora de música.
Britia: Esposa de Percio
Grico: Hijo del finado Percio.
Querio: soldado desterrado. Además de excelente estratega, inteligente y buen administrador, fue por sus propias dotes, el principal guía en el destierro.
Cérulo: Capitán Bradio, uno de los líderes de la reconquista. Como civil se desempeñaba como ceramista y en su taller empleaba a unos veinte artesanos, que servían a sus órdenes en el ejército.
Plarco: Soldado de elite, integrante del cuerpo de inteligencia bradio, como civil jefe alfarero.
Thjiago: Soldado de elite, como civil maestro de escuela, también integrante de la inteligencia. (junto a Plarco y Cérulo integran el comando dentro de fronteras)
Golio: Capitán de la inteligencia militar gaura. Destacado como hábil espía y cuando se produce la invasión para la reconquista es encargado de las comunicaciones entre los ejércitos bradios, gauros y briotas.
Piata: Por orden de Erem, custodia del cetro, ama de Emer.
Omús: El malo. Personaje oscuro, malvado, intrigante, con un gran ejército de Traquis y Murrios y sus propios guerreros Grulios, asoló la región asiéndose coronar rey. Hizo ejecutar al legítimo soberano y su consorte y deportó a Emer, de apenas un Vanda de edad.
Siter: Grulio, aliado de Omús. Brujo, especialista en pócimas y distintos venenos para toda maldad.

Características de los personajes

Los aliados de Emer:
Bradios: Los soberanos legítimos y la mayoría de habitantes de la región, humanos, elegantes, rubios, ojos azules, piel muy blanca, llamados Bradios o bradianos.
Ciolades: Estatura mediana, piel tostada, ojos rasgados, manos delicadas, orejas en punta, carecen de pelo, en la frente lucen una pequeña excrecencia sonrosada en forma de flor de loto. Son los fieles servidores de los humanos. Las hembras, se ocupan del cuidado y crianza de los niños, las tareas domésticas y como excelentes cantantes y bailarinas, son las animadoras de las fiestas de sus amos. Los machos, cuidan de los hogares, sus jardines y huertas.
Cáriodos: Humanoide de fuerte constitución ósea, gran dentadura con doble hilera de piezas agudas y afiladas. Son los soldados por excelencia. Al ser derrotados por las huestes de Omus, fueron desarmados y deportados al gran desierto.
Briotas: Gigantes de tres ojos (dos al frente y uno en la nuca). Vegetarianos. Luchadores muy hábiles con la porra. Habitantes de la sabana. Entrañables amigos y aliados de los Gauros. Hábiles forjadores del hierro. En su territorio se encuentran las grandes minas.
Gauros: Habitantes de la sabana, ágiles, excelentes corredores, hábiles cazadores con honda y lanza. Su cuerpo de contorsionista le admite enroscarse como una rueda y girar a gran velocidad, condición que les da una extraordinaria movilidad, por lo que son capaces de introducirse en los más recónditos recovecos en pocos parpadeos. Sus patas de cabra, cola prensil y afilados dedos de robustas manos les permite desplazarse velozmente en cualquier terreno, por tierra o por los árboles. En su vida civil son hábiles hilanderos, poseen grandes hilanderías y extensas granjas de moreras, donde cosechan las mejores producciones de sus gusanos de seda,
Anfíbidus: Entes de un reducido grupo de individuos, que viven tanto en el agua como en la tierra, poseen muy desarrollados el olfato y la visión, son sumamente altos y tienen pies y manos palmeados. Habitan la isla a donde fuera deportado Emer y en la ribera de los lagos que desaguan en el río Brado.

Los aliados de Omús:

Traquis: De monstruoso cuerpo con gran giba, cabeza prominente, cuerpo cubierto de cerdas. Guerreros crueles, de gran rudeza, diestros en el uso de la maza de hierro erizada de agudas puntas.
Murrios: Cuerpo pequeño, de apariencia simiesca, escurridizos, trepadores, escaladores, hábiles con el arco y la cerbatana con la que lanzan sus dardos envenenados.
Grulios: Son los seres oscuros, cuyo líder es Omús. Cambian de apariencia a su antojo, haciéndose, por algunos parpadeos, idénticos a otros seres. Omús puede hacerlo por hasta un tercius, lo que le da gran ventaja contra sus enemigos y le vale la superioridad ante sus congéneres
Corios: Entes ciclópeos con enormes garras en sus manos, custodios de la gran muralla erigida por Omús. Ven en la oscuridad y poseen un desarrollado olfato. Hábiles con la cimitarra y unas porras unidas con una cadena a una gran bola de hierro erizada de púas.
Piotos: Monstruos marinos custodios de la Isla del Destierro, aliados tácitos de Omús.

Geografía de Bradia y fronterizos

Valle muy fértil, de gran extensión, habitado por Bradios, Ciolades y Cáriodos.
  Al septentrión se extienden los cerros ignotos, misteriosos, que infunden terror por sus atronadoras montañas, constituyendo una frontera a lo desconocido.
  Al poniente se extiende la sabana, que se deriva hacia las tierras australes lindando con la Gran Selva. En la sabana habitan Briotas y Gauros, aliados de los Bradios
La tierra oriental la constituyen inhóspitos desiertos, en cuya zona menos árida hacia el poniente, lindando con la Región, moran los temibles Traquis.
Hacia las tierras australes, se extiende la Gran Selva hogar de los Grulios y de los Murrios.
Más al poniente de la sabana se extienden los llanos que llegan hasta el mar poblado de monstruosos seres que por orden de Omús custodian la Isla.

Algunas medidas empleadas

Legua = 6.665,9 varas = mts. 5.572,7
Vara = 3 pies = mts. 0,8359
Braza = 2 varas = mts. 1,6718
Punto = mm. 0.16718
Línea = 12 puntos = mm. l,935

El tiempo

Vanda: Sería un año de 365 días (saias)
Vínuda: Mes lunar de 28 saias, el último de 29: Son trece, llamados: Prioto, Sérolo, Troico, Abrado, Quiurio, Pérido, Séptilo, Cándio, Fértio, Onrio, Pílcuyo, Vadrio y Abrandibario.
Saia: Día, dividido en tres tercius.
Tercius: El primer tercius inicia con la primera luz del amanecer. el segundo con la máxima altitud del sol y el tercero con la primera estrella. Se dividen en 8 Pludios de duración variable según la estación del Vanda.
Pludio: Se divide en aproximadamente 350 parpadeos.
Parpadeo: De duración apenas mayor que un segundo, también variable según  la estación del Vanda.